a:4:{s:10:"_edit_last";s:1:"3";s:14:"_mab_post_meta";s:89:"a:2:{s:15:"post-action-box";s:7:"default";s:25:"post-action-box-placement";s:6:"bottom";}";s:13:"_thumbnail_id";s:4:"1492";s:4:"_all";s:71336:"a:23:{s:5:"title";a:1:{i:0;s:54:"La Teología de la Ternura hoy - Mons. Carlo Rocchetta";}s:4:"link";a:1:{i:0;s:91:"https://revistacatolica.ecrm.cl/2019/05/la-teologia-de-la-ternura-hoy-mons-carlo-rocchetta/";}s:7:"pubDate";a:1:{i:0;s:31:"Thu, 09 May 2019 21:36:09 +0000";}s:10:"dc:creator";a:1:{i:0;s:9:"pfherrera";}s:4:"guid";a:1:{i:0;s:33:"http://revistacatolica.cl/?p=1487";}s:11:"description";a:1:{i:0;s:0:"";}s:15:"content:encoded";a:1:{i:0;s:66934:"
La Teología de la Ternura hoy[1]
Mons. Carlo Rocchetta[2]
DESCARGAR ARTÍCULO EN PDF
Cada intervención en este volumen es como una piedra de un gran mosaico. Un dato fundamental resulta inmediatamente evidente: el término «ternura» -junto con el de misericordia- asume en el papa Bergoglio un significado holístico, total y totalizante, y puede convertirse -como un cambio de paradigma- en una clave de lectura del conjunto de su pensamiento para una forma renovada de proclamar el mensaje cristiano. Según la visión global de Francisco, la virtud de la ternura representa el “evangelio” de nuestro tiempo. La teología está llamada a dar forma a este “evangelio”. Así lo señaló desde el principio del discurso programático pronunciado el 13 de septiembre de 2018 con ocasión de la audiencia especial concedida al Centro Familiar “Casa de la Ternura”:
«Teología y ternura parecen dos palabras distantes: la primera parece recordar el contexto académico, la segunda las relaciones interpersonales. En realidad, nuestra fe las vincula inextricablemente. La teología, de hecho, no puede ser abstracta —si fuera abstracta sería ideología— porque surge de un conocimiento existencial, nacido del encuentro con el Verbo hecho carne. La teología está llamada, pues, a comunicar la concreción del Dios amor. Y la ternura es un buen “existencial concreto”, para traducir en nuestros tiempos el afecto que el Señor nutre por nosotros. Hoy, efectivamente, nos concentramos menos que en el pasado en el concepto o en la praxis y más en el “sentir”. Puede no gustar, pero es un hecho: se empieza de lo que sentimos. La teología ciertamente no puede reducirse al sentimiento, pero tampoco puede ignorar que, en muchas partes del mundo, el enfoque de cuestiones vitales ya no parte de las últimas cuestiones o de las demandas sociales, sino de lo que la persona advierte emocionalmente. La teología está llamada a acompañar esta búsqueda existencial, aportando la luz que proviene de la Palabra de Dios. Y una buena teología de la ternura puede enunciar la caridad divina en este sentido. Es posible, porque el amor de Dios no es un principio general abstracto, sino personal y concreto, que el Espíritu Santo comunica íntimamente. Él, en efecto, alcanza y transforma los sentimientos y pensamientos del hombre».[3]
Es evidente que el enfoque del Santo Padre es radicalmente existencial. La ruta es clara:
-
Comienza desde la ternura como “sentimiento” inscrito en nosotros y como exigencia fundamental para la Iglesia de hoy,
-
propone releer la ternura a la luz de la Palabra de Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret,
-
y llega a verla como una virtud de todo bautizado inhabitado por el don del Espíritu Santo.
Así, va del sentimiento natural de ternura a la virtud de la ternura, entendida como expresión de la caridad teologal infundida en nosotros. Es un camino que la teología debe ser capaz de retomar, estructurar en forma orgánica y presentarlo como evangelio de nuestro tiempo. Eso es lo que intentaremos hacer en seis pasos esenciales:
1. El fundamento antropológico de la teología de la ternura.
2. La teología de la ternura a la luz de la revelación bíblica.
3. Jesús de Nazaret: paradigma decisivo de la teología de la ternura.
4. La teología de la ternura, origen y forma modeladora de la Iglesia.
5. La familia, comunidad de la ternura de Dios en la historia.
6. De la teología de la ternura a la praxis de la ternura.
1. Fundamento antropológico de la teología de la ternura
Detrás del uso de la categoría de «ternura» en el Papa Francisco hay una antropología opuesta a la hegemonía moderna de la razón, con la recuperación del papel decisivo que le corresponde al corazón. Durante siglos, la sensibilidad afectiva y, por lo tanto, la ternura, han sido exiliadas del palacio del conocimiento como un saber meramente subjetivo, emocional y a-científico. En esta cultura, el hombre no se entiende a sí mismo con la naturaleza y con los demás, sino por sobre la naturaleza y sobre los demás, en una posición de dominio indiscutible.
La encíclica Laudato si’, se opone a este tipo de cultura, ofreciéndose como un verdadero tratado de ecología con rostro humano o, mejor aún, como un tratado de eco-ternura[4]. Es, precisamente refiriéndose a san Francisco, que el Papa nos permite vislumbrar cómo no se trata solo de estudiar el medioambiente (eco-logía), sino de amarlo y cuidarlo (eco-ternura), sabiendo ver en cada realidad creada un hermano y una hermana, como san Francisco, hasta el punto de proporcionar una lectura cristocéntrica-sacramental de todo el cosmos.[5]
«Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. […] Dios ha escrito un libro precioso, “cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo” […] El conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de Dios. […] Así lo enseña el Catecismo: “La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente”».[6]
La clave de lectura de la teología de la ternura de Francisco invierte la lógica de la Ilustración, dominada por el triunfalismo de la racionalidad científico-técnica y burocrática, y abre opciones y estilos de vida bajo la bandera de la aceptación, el don y el compartir evangélico. Así pues, si el protagonismo de la razón ha terminado por llevar a un reconocimiento erróneo de quien está a mi lado y a considerarlo como un potencial enemigo, la primacía de la ternura lleva a acoger a todos los demás en mí como huéspedes a quienes amar y servir, pasando del hostis al hospes.
La razón no puede ser el único criterio; debe reconocer sus propios límites y dar espacio al sentimiento de la ternura; de lo contrario, la violencia en todas sus formas -físicas, psicológicas, sociales, morales- avanzará como una marea abrumadora, llegando incluso al punto de encontrar a quienes la justifiquen como un “mal necesario”. Si el cogito cartesiano terminaba reduciéndolo todo al principio del pensamiento (cogito, ergo sum), la teología bergogliana incluye un replanteamiento radical de ese principio; y esto al menos en cuatro niveles de desarrollo:
-
“sentir”,
-
“sentir” como “sentirse amado”,
-
“sentir” como “sentir que podemos amar”,
-
“sentir” como adoración.
1.1 “Sentir”
Desde su discurso del 13 de septiembre de 2018, Francisco insiste en la recuperación del “sentir” como punto de partida de la teología: «la belleza de sentirnos amados por Dios y la belleza de sentir que amamos en nombre de Dios»[7]. En este dato se encuentra el rasgo que caracteriza la noción de ternura con respecto a aquella de amor: la ternura es el páthos del amor, la sensibilidad afectiva, la atención amorosa. No es solo el logos la razón que hace plena la comprensión de la vida humana, sino el páthos, la capacidad de sentir y de dejarse involucrarse por el sentimiento de afecto. Obviamente no se trata de descuidar el papel de la razón o de oponer la razón y el corazón, sino de afirmar -con Pascal- que el corazón conoce, y conoce órdenes de la realidad a las que la razón sola no puede alcanzar[8]. Todo esto es particularmente cierto en el Absoluto de Dios: «Es el corazón quien siente a Dios, no la razón. Y esto es lo que es la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón».[9]
El sentimiento de la ternura es con-sentir y, por lo tanto, un sentimiento en una dimensión de com-pasión y un entrar en co-munión con la alteridad; no es solo una experiencia vivida, sino también con-vivida.
1.2 “Sentir” como “sentirse amado”
El sentir no es un fin en sí mismo; se refiere a un amor recibido, a un «sentirse de amado».
«Sentirse amado. Es un mensaje que nos ha llegado más fuerte en los últimos tiempos: del Sagrado Corazón, del Jesús misericordioso, de la misericordia como propiedad esencial de la Trinidad y de la vida cristiana. […] La ternura nos revela, junto al rostro paterno, el rostro materno de Dios, de un Dios enamorado del hombre, que nos ama con un amor infinitamente más grande que el de una madre por su propio hijo (cf. Is 49,15)».[10]
El cogito, ergo sum se invierte en el diligor, ergo sum. Es cuando se es amado que uno se vuelve capaz de responder al amor con amor. Y aunque no tuviéramos el don o la alegría de sentirse amado o se experimentara la desilusión de la traición, el evangelio de la ternura nos anuncia que nunca estamos solos, que Dios es Padre y Madre, Esposo y Amante fiel, que su ternura se extiende a toda criatura y que todos somos amados por un Amor personal e indestructible: «Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá» (Sal 27,10). «El Señor es bueno con todas, su ternura se extiende a todas las criaturas» (Sal 145,9).
1.3 “Sentir” como “sentir que podemos amar”
El diligor sigue al diligo, ergo sum: soy amado y por eso amo[11]. Entonces, ¿qué es la ternura? Es la alegría de sentirse amado y de amar. Así, si el solipsismo cartesiano verifica al ser solo en el pensamiento, la concepción bergogliana fundamenta el ser en el amor, superando el principio epistémico que ha guiado gran parte de la filosofía occidental. El ser es inseparable del amor.
«Sentir que podemos amar. Cuando el hombre se siente verdaderamente amado, se siente inclinado a amar. Por otro lado, si Dios es ternura infinita, también el hombre, creado a su imagen, es capaz de ternura. La ternura, entonces, lejos de reducirse al sentimentalismo, es el primer paso para superar el replegarse en uno mismo, para salir del egocentrismo que desfigura la libertad humana. La ternura de Dios nos lleva a entender que el amor es el significado de la vida. Comprendemos, por lo tanto, que la raíz de nuestra libertad nunca es autorreferencial».[12]
El amor representa el acto de surgir de todo nacimiento, así como el acto de la realización personal y de construcción del mundo. Es una educación al amor que, en el Papa Francisco, presupone un camino concreto que va desde salir de sí mismo para ponerse a disposición de los demás y hacerse cargo de ellos, hasta entregarse gratuitamente a sí mismo. La ternura cristiana coincide con estos actos originarios: a una cultura sin corazón, contrapone una cultura del corazón, en la conciencia de que solo así el mundo se hace humano y se hace vivible. En una sociedad donde «todo está para ser comprado, poseído o consumido; también las personas. La ternura, en cambio, es una manifestación de este amor que se libera del deseo de la posesión egoísta. Nos lleva a vibrar ante una persona con un inmenso respeto y con un cierto temor de hacerle daño o de quitarle su libertad» (AL 127).
La ternura es «sentirse amado, por lo tanto, significa aprender a confiar en Dios, a decirle, como quiere: “Jesús, confío en ti”».[13]
1.4 “Sentir” como adoración
La ternura, por tanto, según el Santo Padre, es “un sentimiento afectivo” en una perspectiva vertical: sentirse amado por Dios y sentir que amamos a Dios. El creyente está llamado a darse cuenta de que su ternura es solo un reflejo imperfecto, aunque extraordinario, de la inmensa ternura de Dios y que se lo agradece. «Ternura es decir gracias con la vida: y agradecer es alegría, porque es humilde reconocimiento de ser amado»[14]. De este modo nace un camino consecuente que, del amor recibido y dado, conduce a la adoración y que recíprocamente desemboca en un intercambio de amor hacia los demás y hacia el Altísimo. El diligo, ergo sum, se traduce, en consecuencia, en la formulación querida por Gertrud von Le Fort: Adoro, ergo sum.
En un discurso pronunciado en la Basílica de San Pablo de Extramuros el 14 de abril de 2013, comentando el pasaje del Apocalipsis de 5,11-14, Francisco se preguntó: «¿Qué significa adorar a Dios?» Y respondió: «Significa aprender a estar con Él, […] sintiendo que su presencia es la más verdadera, la mejor, la más importante de todas». Se trata de redescubrir, en otras palabras, la suprema adoración de Dios. «Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer –pero no simplemente de palabra– que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia».[15]
Y ese es el estupor transfigurador de la fe: una respuesta al «fulgor» de la gloria Dei revelada en el rostro de Jesucristo, aclamación llena de admiración por las «maravillas de Dios» que se despliegan en el hoy de la Iglesia. Que de esta adoración brote un nuevo sentimiento, el sentimiento de alegría que llega a transfigurar toda la vida, llenándola de afecto, semejante a la de un niño en brazos de su madre o a la del canto de los pájaros en el cielo.[16]
2. Teología de la ternura a la luz de la revelación bíblica
Los cuatro pasajes indicados suponen el redescubrimiento bíblico del rostro de Dios como infinita ternura amante. Desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, la Escritura nos da testimonio de un Dios atento a la humanidad y “apasionado” por los suyos: es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, el Dios de Moisés, el Dios de Jesucristo, no el Dios de los filósofos o de los sabios, como diría Pascal[17]. El Dios de la revelación judeocristiana no es un Dios apático o indiferente; es un Dios con nosotros (Yo Soy) presente activamente para su pueblo y con su pueblo. Ya la autodefinición enunciada en Horeb: «Yo soy el que soy» (?ehyeh ?ašér ?ehyeh; Ex 3,14) da testimonio de este rostro de Dios. De hecho, la calificación no debe ser leída en un sentido ontológico (una perspectiva ajena a la mentalidad bíblica), sino como la manifestación de un estar del Señor, un Dios-que-está-para-su-pueblo. M. Buber traduce la expresión hebrea con la dicción: «Yo seré aquí aquel el que será aquí». A este rostro de Dios, de diferentes formas y con diferentes acentuaciones, se refiere continuamente Francisco, invitándonos a ver el rostro de Dios en su realidad aparentemente paradójica: el Señor es el Totalmente-Otro, el Inefable, no representable en ninguna figura terrena y no identificable con ningún ídolo[18] y, sin embargo, Él es el Misericordioso, el Dios-con-nosotros[19], que se hace presente y se interesa por el destino de su pueblo.[20]
«La ternura puede indicar precisamente nuestra forma de recibir hoy la misericordia divina. La ternura nos revela, junto al rostro paterno, el rostro materno de Dios, de un Dios enamorado del hombre, que nos ama con un amor infinitamente más grande que el de una madre por su propio hijo (cf. Is 49,15). Pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, estamos seguros de que Dios está cerca, compasivo, listo para conmoverse por nosotros. La ternura es una palabra beneficiosa, es el antídoto contra el miedo con respecto a Dios».[21]
En este sentido van las metáforas bíblicas de la ternura: un Dios-Padre que abraza a sus hijos con afecto y los acerca a su mejilla; un Dios-Madre que siente que su hijo se mueve en su vientre y se conmueve por él; un Dios-Pastor que cuida del rebaño y de cada una de las ovejas; un Dios-Médico que cura y sana las heridas del pueblo. Esta referencia a la Sagrada Escritura es esencial para una correcta teología de la ternura como teología encarnada capaz de proponer el afecto de Dios por sus criaturas.
«La teología, de hecho, no puede ser abstracta —si fuera abstracta sería ideología— porque surge de un conocimiento existencial, nacido del encuentro con el Verbo hecho carne. La teología está llamada, pues, a comunicar la concreción del Dios amor. Y la ternura es un buen “existencial concreto”, para traducir en nuestros tiempos el afecto que el Señor nutre por nosotros».[22]
La ternura de Dios no se reduce a una idea, sino que constituye una realidad viva, el origen de una relación yo-tú, más viva que cualquier otra realidad. La Biblia es, de principio a fin, el testimonio de esta ternura. La raíz r?m, con sus derivados, retorna al Antiguo Testamento 131 veces: 25 en los salmos, 17 en Isaías, 17 en Jeremías y en menor medida en otros libros. El Papa Francisco continuamente se refiere a textos bíblicos que proclaman la ternura de Dios, incluyendo: Salmo 103,13-14; 131,2; 27,10; Os 11,1.3-4; Is 49,14-16; 63,15-16; 66,12b-13. Estos son pasajes en los que la trascendencia de Dios se combina admirablemente con la inmanencia de su amor misericordioso[23] y con su ternura sin límites.[24]
El término correspondiente a r?m en el Nuevo Testamento es splanchnízomai, un verbo que también es frecuente para designar la ternura de Jesús hacia los últimos. La com-pasión es el sentimiento que Jesús revela frente a todas las categorías de sufrientes[25]. El Papa Francisco se refiere repetidamente a la compasión de Jesús para indicar la ternura del Maestro, su cercanía a los marginados, a los indefensos y a todos aquellos que se encontraban en una situación de enfermedad, dificultad o necesidad. La suya es una ternura de com-pasión, de participación profunda, empática, respecto de las vivencias de sus interlocutores. No es en absoluto un relacionarse frío o distante.
Un icono ejemplar de esta actitud es la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37). Las diez acciones del samaritano resumen el sentido mismo de la ternura evangélica: «Lo vio». «Tuvo compasión por él». «Se le acercó». «Le vendó las heridas». «Les echó aceite y vino». «Lo cargó sobre su propia cabalgadura». «Lo llevó a una posada». «Cuidó de él». «Sacó dos denarios». «Te reembolsaré los gastos a mi regreso». Son acciones que expresan una participación viva y afectiva, un modo de amar completo que la Iglesia está llamada a hacer propia. Según el Papa, la Iglesia debe acercarse a cada herido con la misma actitud que el buen samaritano[26].
El Papa Francisco habla muchas veces de la mirada de Jesús, esperando poder ver la realidad tal como él la ve (AL 3): «Él miró a las mujeres y a los hombres con los que se encontró con amor y ternura» (AL 60); «Iluminada por la mirada de Jesucristo, mira con amor a quienes participan en su vida» (AL 291); «Jesús era un modelo porque, cuando alguien se acercaba a conversar con él, detenía su mirada, miraba con amor (cf. Mc 10,21)» (AL 323).
Al fin y al cabo, para el Papa Francisco, todos los actos de Jesucristo no deben ser entendidos solo o simplemente como anécdotas o buenos ejemplos, sino como las encarnaciones históricas de la ternura de Dios: una epifanía visible del corazón amante invisible de Dios-Trinidad de Amor.
3. Jesús de Nazaret: paradigma decisivo de la teología de la ternura
La teología de la ternura es al mismo tiempo una cristología de la ternura. De hecho, el contenido evangélico del amor tierno, más que moral es “teológico”: encuentra su origen en la singularidad del acontecimiento único del Crucificado resucitado y en el misterio fontal de la Trinidad, y se realiza completamente solo en estrecha relación con el don de la vida nueva entregada por el Padre en el Unigénito Encarnado y en la efusión de su Espíritu. Decir «teología de la ternura» significa, por tanto, considerar que la ternura, aunque arraigada como un sentimiento en nuestras facultades, está llamada a realizarse como un don de lo alto en correspondencia con el acontecimiento pascual y el mandamiento del amor; un don de lo alto que no solo no destruye, sino que supone, purifica y lleva a la plenitud la vocación a la ternura contenida en el corazón humano. En efecto, el Hijo de Dios, encarnándose, no destruye lo humano, sino que lo transfigura y lo eleva, orientándolo a las alturas más sublimes.
Según Francisco, hay dos fundamentos objetivos de la cristología de la ternura: la Encarnación y el Misterio Pascual de Jesús. Con el acontecimiento de Jesús de Nazaret se manifiesta el Deus absconditus y se nos enseña cómo el Todopoderoso se hace cercano a la humanidad, con una ternura absolutamente concreta, universal y personal, modelo y forma de toda ternura. La kén?sis del Logos que se hace carne y se cumple en la muerte de Jesús en la cruz expresa toda la paradoja de la ternura como «fuerza del amor humilde», fuerza que vence al mal con el bien. Y esta es la novedad del Dios de la fe: el Dios de las religiones -y en parte del judaísmo- es un Dios que se impone con el ímpetu visible de su «brazo poderoso y extendido», infundiendo «temor y temblor». El Dios de la revelación cristiana, por el contrario, se revela escondiéndose, en una forma tan humana que asume sobre sí mismo la “carne” del mundo y el abismo mismo de la muerte. Belén y Nazaret, Jerusalén y el Gólgota representan un acontecimiento de absoluta novedad en la historia de la auto-revelación de Dios a la humanidad; un acontecimiento de gracia cuya única razón es el amor de benevolencia, la ternura. La encarnación encuentra su culmen en el Crucificado, que extiende sus brazos en un gran gesto de acogida perdonante.
3.1 La ternura de Dios es una ternura encarnada
El Nuevo Testamento lleva a la plenitud la revelación bíblica del Dios-con-nosotros, hasta la condescendencia (kathabasis) de la encarnación. La Divina Ternura se revela como una ternura en-carnada, una ternura que se hace “carne” en la historia humana, asumiéndola y convirtiéndose en el principio de la transfiguración de todo el género humano. Una ternura concreta e histórica.
Ya este simple hecho muestra cómo la ternura de Dios no se nos presenta como un sentimentalismo vacío o más o menos edulcorado, sino como un modo de ser y de hacerse cargo de la condición humana para salvarla y hacerla partícipe de su propio ser de Dios-Trinidad-de-Amor. Las contundentes afirmaciones del Papa Francisco van en esta dirección: «El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura» (EG 88); «Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes» (EG 288).
La expresión “revolución de la ternura” está ligada a la venida de Dios en una naturaleza humana como la nuestra, principio de transfiguración de la humanidad y del mundo (EG 88; 288). Este fundamento es objetivo, sustrae a la ternura de toda arbitrariedad y dirige la historia humana hacia una “revolución” orientada a cambiar el mundo desde dentro. Tal es la ternura de Jesús: no se trata simplemente de un gesto aislado (ternura-como-tener), sino de un acontecimiento que condensa toda su experiencia (ternura-como-ser), y que se proyecta en la cruz como futuro de la ternura crucificada. La cruz revela que la ternura solo puede lograrse como una oblación existencial de sí mismo en respuesta al plan de Dios, entrega por amor no solo de lo que se tiene, sino de lo que se es. Jesús salva al mundo abriéndose al don total de sí mismo.
3.2 La cruz: revelación de la metafísica trinitaria
La muerte de Cristo en la cruz, «escándalo» y «locura»[27], es la expresión suprema de la ternura de Dios-Trinidad. La teología de la ternura se presenta, por tanto, como la teología del corazón amante de Dios y del corazón traspasado de Jesús en la cruz. Dios se revela en una dimensión diametralmente opuesta a la que se esperaría: se revela sumergiéndose en la condición humana, y no dominándola desde fuera; en una dimensión de humillación y muerte, y no en la majestad de su gloria y poder infinito. Ahora bien, la cruz es comprensible solo en la lógica del don y del abandono (abandono=dejar lo que se tiene que hacer don de lo que se es), como un acontecimiento de pietas y de dilección amante, de “debilidad” que se transforma en fuerza de salvación para to
La Teología de la Ternura hoy[1]
Mons. Carlo Rocchetta[2]
DESCARGAR ARTÍCULO EN PDF
Cada intervención en este volumen es como una piedra de un gran mosaico. Un dato fundamental resulta inmediatamente evidente: el término «ternura» -junto con el de misericordia- asume en el papa Bergoglio un significado holístico, total y totalizante, y puede convertirse -como un cambio de paradigma- en una clave de lectura del conjunto de su pensamiento para una forma renovada de proclamar el mensaje cristiano. Según la visión global de Francisco, la virtud de la ternura representa el “evangelio” de nuestro tiempo. La teología está llamada a dar forma a este “evangelio”. Así lo señaló desde el principio del discurso programático pronunciado el 13 de septiembre de 2018 con ocasión de la audiencia especial concedida al Centro Familiar “Casa de la Ternura”:
«Teología y ternura parecen dos palabras distantes: la primera parece recordar el contexto académico, la segunda las relaciones interpersonales. En realidad, nuestra fe las vincula inextricablemente. La teología, de hecho, no puede ser abstracta —si fuera abstracta sería ideología— porque surge de un conocimiento existencial, nacido del encuentro con el Verbo hecho carne. La teología está llamada, pues, a comunicar la concreción del Dios amor. Y la ternura es un buen “existencial concreto”, para traducir en nuestros tiempos el afecto que el Señor nutre por nosotros. Hoy, efectivamente, nos concentramos menos que en el pasado en el concepto o en la praxis y más en el “sentir”. Puede no gustar, pero es un hecho: se empieza de lo que sentimos. La teología ciertamente no puede reducirse al sentimiento, pero tampoco puede ignorar que, en muchas partes del mundo, el enfoque de cuestiones vitales ya no parte de las últimas cuestiones o de las demandas sociales, sino de lo que la persona advierte emocionalmente. La teología está llamada a acompañar esta búsqueda existencial, aportando la luz que proviene de la Palabra de Dios. Y una buena teología de la ternura puede enunciar la caridad divina en este sentido. Es posible, porque el amor de Dios no es un principio general abstracto, sino personal y concreto, que el Espíritu Santo comunica íntimamente. Él, en efecto, alcanza y transforma los sentimientos y pensamientos del hombre».[3]
Es evidente que el enfoque del Santo Padre es radicalmente existencial. La ruta es clara:
-
Comienza desde la ternura como “sentimiento” inscrito en nosotros y como exigencia fundamental para la Iglesia de hoy,
-
propone releer la ternura a la luz de la Palabra de Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret,
-
y llega a verla como una virtud de todo bautizado inhabitado por el don del Espíritu Santo.
Así, va del sentimiento natural de ternura a la virtud de la ternura, entendida como expresión de la caridad teologal infundida en nosotros. Es un camino que la teología debe ser capaz de retomar, estructurar en forma orgánica y presentarlo como evangelio de nuestro tiempo. Eso es lo que intentaremos hacer en seis pasos esenciales:
1. El fundamento antropológico de la teología de la ternura.
2. La teología de la ternura a la luz de la revelación bíblica.
3. Jesús de Nazaret: paradigma decisivo de la teología de la ternura.
4. La teología de la ternura, origen y forma modeladora de la Iglesia.
5. La familia, comunidad de la ternura de Dios en la historia.
6. De la teología de la ternura a la praxis de la ternura.
1. Fundamento antropológico de la teología de la ternura
Detrás del uso de la categoría de «ternura» en el Papa Francisco hay una antropología opuesta a la hegemonía moderna de la razón, con la recuperación del papel decisivo que le corresponde al corazón. Durante siglos, la sensibilidad afectiva y, por lo tanto, la ternura, han sido exiliadas del palacio del conocimiento como un saber meramente subjetivo, emocional y a-científico. En esta cultura, el hombre no se entiende a sí mismo con la naturaleza y con los demás, sino por sobre la naturaleza y sobre los demás, en una posición de dominio indiscutible.
La encíclica Laudato si’, se opone a este tipo de cultura, ofreciéndose como un verdadero tratado de ecología con rostro humano o, mejor aún, como un tratado de eco-ternura[4]. Es, precisamente refiriéndose a san Francisco, que el Papa nos permite vislumbrar cómo no se trata solo de estudiar el medioambiente (eco-logía), sino de amarlo y cuidarlo (eco-ternura), sabiendo ver en cada realidad creada un hermano y una hermana, como san Francisco, hasta el punto de proporcionar una lectura cristocéntrica-sacramental de todo el cosmos.[5]
«Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. […] Dios ha escrito un libro precioso, “cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo” […] El conjunto del universo, con sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de Dios. […] Así lo enseña el Catecismo: “La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente”».[6]
La clave de lectura de la teología de la ternura de Francisco invierte la lógica de la Ilustración, dominada por el triunfalismo de la racionalidad científico-técnica y burocrática, y abre opciones y estilos de vida bajo la bandera de la aceptación, el don y el compartir evangélico. Así pues, si el protagonismo de la razón ha terminado por llevar a un reconocimiento erróneo de quien está a mi lado y a considerarlo como un potencial enemigo, la primacía de la ternura lleva a acoger a todos los demás en mí como huéspedes a quienes amar y servir, pasando del hostis al hospes.
La razón no puede ser el único criterio; debe reconocer sus propios límites y dar espacio al sentimiento de la ternura; de lo contrario, la violencia en todas sus formas -físicas, psicológicas, sociales, morales- avanzará como una marea abrumadora, llegando incluso al punto de encontrar a quienes la justifiquen como un “mal necesario”. Si el cogito cartesiano terminaba reduciéndolo todo al principio del pensamiento (cogito, ergo sum), la teología bergogliana incluye un replanteamiento radical de ese principio; y esto al menos en cuatro niveles de desarrollo:
-
“sentir”,
-
“sentir” como “sentirse amado”,
-
“sentir” como “sentir que podemos amar”,
-
“sentir” como adoración.