
¡CUIDADO CON ESCANDALIZAR AL QUE
CREE EN CRISTO! SEGUNDA NORMA DEL
VIVIR EN COMÚN (MT 18,6-9)
JUAN JOSÉ BARTOLOMÉ, SDB.
Sacerdote salesiano,
Doctor en Sagrada Escritura por el
Pontificio Instituto Bíblico de Roma.
Julio 2021 | Nº 1210
El pequeño, que ha sido paradigma de vida y meta de conversión (Mt 18,1-5), pasa a ser objeto preferente de atención en la vida común (Mt 18,6-14). Jesús aprovecha la presencia del niño en medio de sus discípulos para indicarles una tarea nueva: entre los suyos quien menos puede y más necesita ha de disfrutar de mayores cuidados. De poco vale pretender ser mayor en el Reino si en la comunidad se deja sin protección ni honra a los débiles y pequeños.
Mt 18,6-9 es una colección de sentencias que pueden atribuirse a Jesús de Nazaret. El discurso cambia bruscamente de tema y tono: del hacerse como niños se pasa al escándalo del pequeño creyente, de una exhortación a la grave advertencia que menciona el castigo para quien escandalice (Mt 18,6), y se mide la malicia del escándalo por la pérdida que causa (Mt 18,8-9).
6Pero quien escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí,
mejor le sería que una muela de molino le fuera colgada al cuello
y fuera sumergido en el fondo del mar.
7¡Ay del mundo a causa de los escándalos!
Pues es necesario que sucedan los escándalos,
mas, ¡ay del hombre, por quien sucede el escándalo!
8Y si tu mano o tu pie te escandaliza, córtatelo y arrójalo fuera de ti.
Mejor te es entrar en la vida manco o cojo
que, teniendo dos manos o dos pies, ser arrojado en el fuego eterno.
9Y si el ojo te escandaliza, sácatelo y arrójalo fuera de ti.
Mejor te es entrar en la vida con un ojo
que, teniendo los dos, ser arrojado a la gehena de fuego.
PARA ENTENDER EL TEXTO
El escándalo, motivo recurrente en Mateo (Mt 5,29-30; 11,6; 15,12; 13,21.41; 15,12; 16,23; 17,27; 24,10; 26,31-32), es una realidad con la que hay que contar a diario en la vida común. Y son los más indefensos quienes más los sufren. Jesús sale en su defensa. ¡Y con qué dureza!
Ante el inevitable escándalo (Mt 18,6-7)
Escandalizar significa impedir, bloquear el camino, hacer tropezar. “Pequeño que cree en mí” es como define Jesús al miembro de la comunidad víctima potencial de escándalo. No es necesariamente un menor de edad; es el creyente adulto que, por haber asumido la invitación a ser como un niño (Mt 18,3) se ha hecho pequeño. Aquí ‘escándalo’ es cualquier causa que le lleve a ser infiel. Jesús ahora defiende a indefensos o débiles dentro de la comunidad, como antes bendijo a cuantos no se escandalizasen de él (Mt 11,6).
Quien confía en Jesús tiene en él a su mejor abogado. Hacerse pequeños no obliga a quedar a merced de los mayores. Quien ponga en dificultad a su hermano tendrá a Jesús en su contra. ¡Y en qué manera! Es Jesús quien ha imaginado el peor de los destinos para quien pone en peligro la fidelidad del hermano.
Arrojar al mar con un peso insoportable es un castigo inhumano, y si la carga es la piedra, normalmente movida por un asno, no hay escapatoria posible. Ahogarse de esta manera, aunque sea mera posibilidad, evoca la máxima crueldad: además de no tener uno tierra donde descansar, inevitablemente se hundiría hasta donde nadie puede llegar. La peor de las suertes es preferible a ser causa de tropiezo para los creyentes más pequeños. Aunque sea solo advertencia, la amenaza ha de tomarse en serio: un porvenir tan tremendo delata la gravedad de la ofensa. Tendría el peor de los destinos, no poder salvarse a sí mismo ni encontrar siquiera salvadores. Pues, “no dijo que se le colgaría una piedra de molino al cuello sino más le valiera que se le colgara, con lo que da a entender que el castigo que le espera es más grave que eso” (San Juan Crisóstomo).
En cualquiera que escandalice al hermano hay un Judas, el discípulo desertor, pues quien pone tropiezo al cristiano débil, entrega a Cristo.
Nace el escándalo donde un hermano pueda perder la fe a causa del tropiezo que le ha puesto su hermano, cuando el débil cae ante o –lo que es mucho peor, pero no menos frecuente– bajo el poder del hermano más potente o importante. Estremece notar cómo, por más que le desagrade, Jesús no puede evitar que se den escándalos. Afirma incluso que “han de darse”: el mal está presente en el mundo, en la comunidad, como la cizaña en el sembrado, oculto pero eficaz, latente y omnipresente (Mt 13,24-30.36-43).
El mundo –y la comunidad– que habitan los creyentes es espacio donde se dan los escándalos. La afirmación sorprende por lo que supone: mundo e Iglesia están perturbados, pervertidos por los escándalos. El dominio de Satán es evidente (Mt 13,28.41-42); la experiencia comunitaria del mal, innegable. Jesús no refleja una visión pesimista del mundo. Habla, eso sí, afectado personalmente, pastoralmente preocupado, por el poder innegable del mal.
Jesús continúa afirmando algo aún menos comprensible: no es que sean inevitables los escándalos, es que son necesarios (Lc 17,1). Suponía quizá que, mientras el bien no triunfe definitivamente, el mal ha de seguir invencido e invencibles los escándalos. Pero que los escándalos sean necesarios no significa que los que los promueven estén exentos de culpa. Desventurado, a causa de los escándalos, es el hombre que los causa. Y es que en cualquiera que escandalice al hermano hay un Judas, el discípulo desertor (Mt 26,24; Mc 14,21) pues, quien pone tropiezo al cristiano débil, entrega a Cristo (cf. 1 Co 8,9-13).
Pero la prueba nunca impone la transgresión. No siempre ha de caer quien tropiece. La tentación abre espacio a la libertad. Jesús insiste en la necesidad de la prueba y en la responsabilidad de quien la provoca. Por tanto, da por supuesto el hecho del mal y su poder real sobre la comunidad: quien debe evitar el escándalo es una comunidad que conoce el mal y padece bajo su presencia. Exhortando a evitar el escándalo, Jesús nos llama a responsabilizarnos de la bondad de los hermanos. Si el creyente vive en un mundo de escándalos, está llamado a probar su fidelidad y facilitar la de sus hermanos.
Mejor amputar que dejarse escandalizar (Mt 18,8-9)
Del escándalo inducido desde fuera se pasa al escándalo producido por uno mismo. Ya no es hostil el ambiente ni seduce el hermano. Ahora el enemigo es la propia persona, mejor sus miembros. La lucha se vuelve más personal; la prueba divide al hombre. El escándalo se interioriza, uno mismo puede ser agente y víctima de escándalo. La zona de acción del mal ha quedado reducida, sí, pero la reacción ha de ser más radical, amputación inmediata.
Librarse de las causas del propio pecado puede llevar a renunciar a los propios miembros. A diferencia de Mt 5,29-30, aquí no se reduce el escándalo a una provocación de carácter sexual; cualquier actuación externa, producida por la mano, o impresión interior asumida por el ojo, que ponga en dificultad a quien las protagoniza, convierte en desechable mano u ojo.
Quedar expuestos al mal no significa tener que rendirse a él […] Pero eso sí, no sucumbir puede imponer renuncias costosas, dolorosas amputaciones en uno mismo. ¿Estaremos dispuestos a afrontarlas?
Aunque la amputación era practicada y dichos semejantes eran conocidos en la antigüedad, no hay que entender literalmente la sentencia de Jesús. Su fuerza reside en la hipérbole, brutal imagen. No pide imponer la automutilación, sino que exige la renuncia a lo que es propio, precioso, irremplazable incluso. Pero que sea una exageración, no significa que haya que interpretarlo metafóricamente: se citan miembros importantes del propio cuerpo, no personas queridas de nuestro entorno. No pide Jesús que nos separemos, traumáticamente si es el caso, de quienes nos inducen al mal. Más bien, trata de convencernos de que enajenemos aquello que en nosotros mismos –aquello de nosotros mismos que– cuestione nuestra fidelidad a Dios.
“Mejor te es entrar” es un semitismo de sentido obvio: más vale perder parte de un día que el todo para siempre. Está en juego la vida o la muerte, y para siempre. La contraposición se sitúa, además, entre el presente y la vida futura: todo lo que obstaculice alcanzar la vida eterna ha de ser eliminado, sin miramientos ni dilación. Ningún sacrificio es demasiado costoso si es necesario para asegurarnos vida sin término. Sin vida asegurada en el porvenir, de nada vale conservar los propios miembros, por vitales que sean.
La comunidad a la que se exige semejante radicalidad tiene experiencia del mal (cf. Mt 13,36-43.49-50), el mal en los otros y en uno mismo. Vivir ya la salvación no la ha dejado al reparo del escándalo, ni la ha liberado del pecado. Pero quedar expuestos al mal no significa tener que rendirse a él; vivir por él amenazados no es resignarse a padecerlo. Pero eso sí, no sucumbir puede imponer renuncias costosas, dolorosas amputaciones en uno mismo. ¿Estaremos dispuestos a afrontarlas?
PARA ESCUCHAR LA PALABRA
Responsabilizarse del hermano impone también no poner a prueba su fidelidad a Dios con mi comportamiento. ¿Soy consciente del riesgo que estoy corriendo cuando hago más difícil o penosa la fidelidad a mis hermanos?, ¿cómo me atrevo a hacerme ocasión de escándalo?, ¿no entiendo que servir de tropiezo a un hermano me iguala a quien entregó a Cristo?
¿Vivo en un mundo donde el escándalo, por mí producido o por mí sufrido, es inevitable?, ¿cómo reacciono ante la tentación, la prueba, el mal en mí o en los que conmigo viven?, ¿me libero de ellos restándoles importancia en mi vida?, ¿trato de explicar el malestar en que vivo, lo disculpo y “entiendo”, si yo lo produzco, y lo condeno o me niego a aceptarlo, siempre que perviva en los otros?
¿A qué estoy dispuesto a renunciar con tal de no poner a prueba la fidelidad de mis hermanos?, ¿hay algo en mí que me escandaliza, que obstaculiza mi fidelidad a mi Señor?, ¿qué renuncias tendría yo que acometer hoy, para que Cristo no tuviera que renunciar de mí un día?, ¿hay algo en mi vida que pone en grave aprieto mi convivencia con Cristo?, ¿no hay nada, realmente, en mí que esté haciendo perecedero y enajenable a Dios?
PARA HABLAR CON DIOS
Me impresiona, Señor, tu postura sobre los escándalos.
Me adviertes ante la posibilidad
de que pueda convertirme en amenaza para mis hermanos
y me adviertes con el peor de los castigos.
¡Tan en serio te tomas que pueda ser yo motivo de las caídas
y causa de la infidelidad, de mis hermanos!
Das por descontado que ha de haber escándalos,
pero maldices a quien los provoque.
¡Tan serio te pones, que me das miedo!
¡Líbrame de escandalizar a mis hermanos,
no consientas que mis hermanos me escandalicen!
Dame valor, Señor, para reconocer lo que me está hoy separando de ti.
Que no considere digno de ser tenido, ni mucho menos mantenido,
cuanto me obstaculiza tenerte como Señor.
Tú eres mi bien imperecedero:
haz que pierda cuanto tengo con tal de no perderte.
¿Por qué hay cosas, personas y proyectos, en mi vida
que me valen más que tú, ya que no estoy dispuesto a sacrificarlas por ti?
Si no me vales cualquier renuncia,
no me sirves como Dios.