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REAPRENDIZAJE Y REFORMA DE LAS ESTRUCTURAS: RECUPERAR LA SINODALIDAD



NATHALIE BECQUART
Religiosa católica francesa, miembro de la Congregación de Xavières.
En el año 2019 fue nombrada consultora del Sínodo de Obispos
y en 2021 el papa Francisco la nombró una de sus subsecretarias en 2021
 


Julio 2021 | Nº 1210
 

Por Felipe Herrera-Espaliat
Sacerdote diocesano de Santiago, periodista y
miembro del equipo editorial de la Revista
 
La mujer fuerte del Sínodo de los Obispos habla sobre la nueva etapa de recepción del Concilio Vaticano II que está viviendo la Iglesia, y que busca volver a escuchar la voz de los fieles en el discernimiento y la toma de decisiones eclesiales.
 
La hermana Nathalie Becquart está dedicada por estos días en cuerpo y alma a preparar el próximo Sínodo de los Obispos, que llevará como lema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Esta religiosa y teóloga francesa perteneciente a la Institución Javeriana fue nombrada por el papa Francisco como subsecretaria de la Secretaría para el Sínodo de los Obispos, transformándose así en la primera mujer que tendrá derecho a voto en esta institución que cada dos años discierne los caminos de la Iglesia según los desafíos contemporáneos. Además, está viviendo la aplicación práctica de las nuevas directrices que buscan que el Sínodo de los Obispos deje de ser un evento bienal y se convierta, según el espíritu de la Iglesia primitiva, en un proceso permanente de escucha y discernimiento con el Pueblo de Dios.
 
Más allá de las diversas formas de realización histórica de la sinodalidad, ¿qué valores teológicos permanentes debiéramos tener presente al desarrollar este aspecto de la naturaleza de la Iglesia?
 
La sinodalidad es una dimensión constitutiva de la Iglesia, de hecho, Juan Crisóstomo dice que ‘Iglesia’ y ‘Sínodo’ son sinónimos. La ventaja es que hoy la sinodalidad nos permite ver a la Iglesia tanto en su dimensión dinámica como en su dimensión histórica, es decir, la Iglesia encarnada, en movimiento, que se encarna en el tiempo actual. La visión del papa Francisco sobre la sinodalidad es que esta es un verdadero llamado de Dios para que la Iglesia realice su misión en la sociedad actual.
 
Estamos en fase de reaprendizaje de la sinodalidad, que estaba en el origen de la Iglesia, en los primeros siglos, cuando el gobierno era sinodal, colegial, y había muchos sínodos y concilios.
 
A pesar de que el Concilio no utiliza la palabra ‘sinodalidad’, ¿en qué medida puede decirse que fue una experiencia sinodal?, ¿cuáles fueron los aportes más relevantes para la sinodalidad en la Iglesia actual?
 
Muchos sostienen que el Sínodo de los Obispos es uno de los frutos más bellos del Concilio Vaticano II, y aunque este no haya usado la palabra ‘sinodalidad’ como tal, sí posee el germen, la semilla para encontrar finalmente esta dimensión tan presente y operante en los orígenes de la Iglesia. Hoy estamos en un proceso de recepción del Concilio, y en la medida que se avanza por diversas etapas, vamos formulando y tomando conciencia de esta dimensión de la sinodalidad que se arraiga en la eclesiología del Vaticano II, pero con el acento en el sensus fidei, en el sacerdocio común de todos los bautizados, en el primado de la vocación bautismal.
 
Uno de los grandes logros del Concilio Vaticano II con la Lumen gentium fue haber colocado el capítulo acerca del Pueblo de Dios antes que los demás capítulos sobre los obispos, los sacerdotes y la vida consagrada. La puesta en práctica de esto, con el papa Francisco que pone el acento sobre el Sínodo de los Obispos, nos habla de una nueva etapa de la recepción del Concilio Vaticano II, en la cual la colegialidad de los obispos, que fue el gran tema del Concilio, se reinserta al interior de la visión más amplia de la sinodalidad. El Concilio Vaticano I hizo hincapié en el primado del Papa; el Vaticano II hizo un reequilibrio insistiendo en la colegialidad, y hoy se integra el primado y la colegialidad al interior de la sinodalidad, del conjunto del Pueblo de Dios. Estamos, finalmente, en fase de reaprendizaje de la sinodalidad, que estaba en el origen de la Iglesia, en los primeros siglos, cuando el gobierno era sinodal, colegial, y había muchos sínodos y concilios.
 
Después del Vaticano II ha habido muchos sínodos diocesanos y, dependiendo de los países, algunos concilios plenarios. Pero, es claro que no hemos terminado este reaprendizaje, porque hemos heredado una larga historia de funcionamiento de la Iglesia que, por diversas razones, ha insistido en una aproximación demasiado jerárquica, en la Iglesia como sociedad perfecta. Hoy estamos en una fase de transición entre dos eclesiologías.
 
¿Cómo conciliar la doctrina del sensus fidei con el Magisterio y el rol de la jerarquía eclesiástica al servicio de la comunión?
 
Lo primero es que, a partir de la toma de conciencia de todos los textos del Concilio Vaticano II, vemos que no hay sinodalidad sin primado. Formalmente en un sínodo es necesario que haya alguien que lo presida; en un sínodo de obispos es el Papa, en un sínodo diocesano es el obispo. La sinodalidad no le resta nada al primado o al servicio de presidencia, pero nos invita a ir más allá, y podemos decir que tomamos conciencia de que en la Iglesia hay tres fuentes de magisterio: el Magisterio oficial de la Iglesia jerárquica, el magisterio de los teólogos, que contribuye a resolver las preguntas y, luego, se da el sentido de la fe a todos los fieles, algo que el papa Francisco dice claramente, aunque eso ya viene del Concilio Vaticano II. Por ende, hay una verdad de fe que no es dada solo a los obispos, sino a todo el Pueblo de Dios cuando camina en conjunto. Hoy debemos coordinar en este proceso sinodal estos tres polos de poder y servicio en la Iglesia: el sensus fidei, la colegialidad de los obispos y el primado del Papa. Es un proceso que comienza con la escucha de todos los fieles y que sigue con el discernimiento que aportan los obispos tras haber escuchado al pueblo. Ellos vendrán para continuar con ese discernimiento del que tomará cuenta el Papa.
 
Hay una verdad de fe que no es dada solo a los obispos, sino a todo el Pueblo de Dios cuando camina en conjunto.
 
Pero lo más importante es cómo llegamos a pensar hoy la diversidad de funciones y misiones en la Iglesia, con el rol del pastor que sigue siendo muy importante, pero de una manera que no esté desconectada del pueblo. No hay pueblo sin pastor, no hay pastor sin pueblo. Y es al interior de una visión antropológica relacional que podemos pensar el ejercicio del ministerio y el ejercicio del liderazgo del sacerdote, del obispo y del Papa como un ministerio de servicio y de escucha.
 
¿En qué medida el Derecho Canónico ofrece garantías para que el Pueblo de Dios sea efectivamente escuchado y pueda participar del discernimiento eclesial y la toma de decisiones?
 
Una manera de resumir lo que significa la sinodalidad es pasar del yo al nosotros, es decir que, antes que todo, la estructura de la fe cristiana y de la Iglesia es comunitaria. Jamás una toma de decisión en la Iglesia debería hacerse de modo solitario, arbitrario, sin pasar por todas las estructuras de consejo que existen, como en una diócesis está el Consejo de Presbiterio y el Consejo Episcopal, o en una parroquia normalmente hay un Consejo Pastoral. La dificultad es que hoy en el Derecho Canónico estas estructuras no son obligatorias, sino facultativas. Hoy hay una reflexión por parte de los canonistas acerca del desarrollo de la sinodalidad que pasa por la escucha de todos, y el hecho de que se asocie a los fieles a los procesos de decisión requiere también una estructura.
 
La evolución actual hacia la sinodalidad exige, al mismo tiempo, una conversión, una evolución de la mentalidad, pero también una reforma de las estructuras. Eso está en reflexión por parte de canonistas y de eclesiólogos. A lo largo de la historia la Iglesia ha experimentado un modo de desarrollo y organización influenciado por el contexto social y político, y ella se ha desarrollado de un modo específico de cara al poder político. Vemos que hoy estamos en una nueva etapa en la que es necesario, permaneciendo fieles a la Tradición y a la Iglesia de los orígenes, encontrar la manera de organizar y de hacer vivir a la Iglesia para que responda a los desafíos de la misión, porque la naturaleza de la sinodalidad y de la Iglesia es fundamentalmente misionera. Por ende, esto no es solo para tener una mejor organización, sino para responder a los desafíos de la misión.
 
Jamás una toma de decisión en la Iglesia debería hacerse de modo solitario, arbitrario, sin pasar por todas las estructuras de consejo que existen […] La dificultad es que hoy en el Derecho Canónico estas estructuras no son obligatorias, sino facultativas.
 
¿Qué se puede esperar de esta nueva modalidad con que se llevará a cabo el próximo Sínodo de los Obispos, y que comienza en las diócesis y no en Roma?
 
El punto esencial es que, con Episcopalis communio, la nueva Constitución sobre el Sínodo de los Obispos promulgada en 2018, pasamos de una visión del Sínodo como un evento puntual a una visión de este como un proceso. Desde el Concilio Vaticano II y la creación del Sínodo de los Obispos en 1965, vemos que hay cosas que evolucionan progresivamente. En la etapa actual de recepción del Concilio, que pone el acento en la sinodalidad, esta Constitución es una invitación a seguir esa evolución para que el Sínodo sea verdaderamente un proceso, proponiendo una experiencia sinodal en todos los niveles. La sinodalidad es, primero que todo, un modus vivendi et operandi, un estilo que se aprende por medio de la experiencia. Uno de los desafíos actuales es cómo ponemos esto en práctica, y precisamente sobre esto es el aprendizaje, porque exige modificar el modo de hacer y de ser Iglesia para apuntar a esta eclesiología de comunión donde todos caminamos juntos, más allá de las diferencias, en la escucha común del Espíritu. Qué pondremos en práctica y cómo propondremos un proceso que arranca de la escucha y del discernimiento, es a eso lo que apunta el próximo Sínodo.