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CAMINAR JUNTOS


Obispo Auxiliar de Santiago
Vicario para el Clero


Julio 2021 | Nº 1210
 
 
Si abrimos la Biblia en el libro del Éxodo, capítulo 24, encontraremos allí a jóvenes y ancianos, adultos y niños, padres, madres, hijos e hijas, participando de la fiesta en el día memorable en que Dios e Israel sellaron un pacto de comunión. El lenguaje de la Biblia llamó a este pueblo qahál,[1] de donde vendrá luego el nombre Iglesia, pues qahál alude a una “asamblea convocada por Dios”. Ellos no son un grupo autoconvocado, sino que Dios se acercó primero, los eligió, les mostró su cariño sacándolos de la esclavitud en Egipto y ahora los ha llamado para firmar un pacto. Son “la niña de sus ojos” para el Señor y no quiere que ninguno quede fuera del banquete. Esa convocación de Dios los hizo sentirse dignos y dignas interlocutores suyos.
 
Todos participan, pero no todos por igual. Solo unos pocos inmolan terneros: los jóvenes; solo algunos suben a la montaña sagrada: Moisés, su hermano Aarón, Nadab, Abihú y setenta ancianos; solo uno se acerca al Señor, Moisés. Pero, todo el pueblo se ha reunido a los pies del Horeb. Saben que el único guía y pastor es Dios, que se hace presente a través del ministerio de Moisés, y el pueblo es el partner de Dios ante la Alianza.[2] Notemos esta frase: “A sus pies había algo así como una plataforma de lapislázuli” (24,10), ese material que por ser piedra pertenece a la tierra y por ser azul simboliza al cielo. Allí donde el cielo y la tierra se unen, todos han sido convocados, todos son qahál, todos Iglesia.
 
Los invito a mirar ahora el libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 15, en el Nuevo Testamento. Allí encontraremos a Pablo y Bernabé, a los apóstoles y presbíteros, a hombres y mujeres, es decir, a toda la Iglesia de Jerusalén. Viven un momento crítico: ‘Si usted no se circuncida no se salvará’, andan diciendo algunos a los hermanos de otras comunidades que se han hecho cristianos, pero que no provienen del mundo judío, donde era usual circuncidarse. El asunto es de suma gravedad y de la solución depende si la nueva fe cristiana queda atada a las tradiciones judías o el cristianismo se abre a todos sin imponer “un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos soportar” (15,10). La agitación es grande (15,2). Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a reflexionar (15,6), pero “toda la asamblea hizo silencio para oír a Bernabé y a Pablo” (15,12), es decir, el asunto fue presentado a la Iglesia entera y todos participaron en el debate y en la búsqueda de soluciones.
 
Pedro y Santiago tomaron la palabra. El primero recordó que Dios no hace distinción de personas (15,9) y el segundo cómo Dios eligió un pueblo para consagrarlo a su Nombre. Y entonces los apóstoles, los presbíteros y la Iglesia entera, cada uno según su carisma y ministerio, participaron del discernimiento, porque el problema les competía a todos (15,22). Pero hay más. Estaban ciertos de que la reflexión y las decisiones dependían de un “Don” que habían recibido sin excepciones: todos habían sido ungidos por el Espíritu Santo, el mismo que ungió a Jesús y que conduce el camino de la Iglesia. Santiago, como guía de la comunidad, tomó una decisión que luego la asamblea hizo propia (15,22). Por eso pueden decir: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido” (15,28). Luego enviaron una carta con la decisión de “no imponerles ninguna carga” (15,28), salvo algunos gestos fraternos, tranquilizando así a los hermanos afligidos quienes “se alegraron por el aliento que les daba” la decisión (15,31).
 
No hay sinodalidad sin gestos de amor ni habrá camino de comunión si no nos dejamos tocar el corazón, si no nos desinstalamos…
 
 
Releyendo con ustedes estos pasajes bíblicos les expreso mi deseo de avanzar en el camino de la sinodalidad, que “es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio […] Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra Sínodo”, nos dice el Papa y añade: “Caminar juntos –laicos, pastores, Obispo de Roma– es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica”.[3] No hay sinodalidad sin estos gestos de amor ni habrá camino de comunión para muchos si no nos dejamos tocar el corazón, si no nos desinstalamos, nos dejamos interpelar por la realidad y discernimos en consecuencia para obrar como cuerpo.
 
Este es el núcleo del presente número de la revista y espero que su lectura nos aliente en el camino de renovación eclesial que vivimos en Santiago, en Chile, en América y en la Iglesia universal. Vivimos un kairós para la sinodalidad. En nuestro país esta es una tarea tanto más apremiante en medio de una pandemia que aún nos azota con sus secuelas de muerte, enfermedad, cesantía y soledad. También un proceso constitucional en marcha del que nadie debiera sentirse ajeno, pues están en juego grandes desafíos sociales y, sobre todo, un proyecto de país. Invito a preguntarnos ¿cuál es la Iglesia que amo?, ¿cuál es la Iglesia que sueño?, ¿qué país deseo construir? y nos pongamos manos a la obra bajo la guía segura del Santo Espíritu.
 
El director de orquesta británico Benjamín Sander hablando de su trabajo dijo: “El director de orquesta no emite sonido; su poder está en su habilidad para hacer poderosos a otros”.[4] El Espíritu Santo actúa parecido, silencioso y cercano, nos fortalece para mantenernos unidos, fieles a Jesús. Confiemos en él, incluso si sentimos que las cosas se han puesto difíciles personal, social y eclesialmente. Que podamos decir como Pablo: “Estamos atribulados, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados” (2 Co 4,8-9). Y así, empujados por el Santo, nos decidamos a acompañar a los que sufren, compartiendo con ellos los bienes y la paz de Dios; que digamos como el compositor “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”,[5] ya que ¡son tantas y tan valiosas las cosas que nos unen!
 
Pido que, al igual que a Moisés en el Horeb, el Señor nos muestre su rostro y nos conceda la paz. Amén.
 

[1]     Qahál es también concurrencia, convocación, congregación, comunidad. Es la “gran asamblea” que proclama la justicia del Señor en el Salmo 44,10 y la “gran multitud” atraída por los signos que realiza Jesús entre los enfermos.
[2]     Comisión Teológica Internacional. 2018. La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 13. Roma: Editrice.
[3]     Francisco. 2015. Discurso en la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos. AAS 107, 1139.
[4]     Sander, B. 2008. The transformative power of classical music. <https://www.ted.com/talks/benjamin_zander_the_transformative_power_of_classical_music> [consultado: 09-06-2021].
[5]     Páez, F. Yo vengo a ofrecer mi corazón.