“Y DIOS ESTÁ EN TODAS LAS COSAS”
EL EPISTOLARIO DE ADVIENTO,
NAVIDAD Y EPIFANÍA DE ALFRED DELP, SJ.
FELIPE AGUDELO OLARTE
Filósofo y teólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana, Magíster en hermenéutica literaria de la Universidad EAFIT, Medellín (Colombia).
Diciembre 2022 | Nº 1216
El 28 de julio de 1944, el jesuita alemán Alfred Delp fue tomado prisionero por la Gestapo en su residencia religiosa en München debido a su explícita y pública resistencia al régimen del nacionalsocialismo alemán. La noche del 6 al 7 de agosto fue llevado a Berlín, donde comenzó para él un extenuante proceso. Allí estuvo hasta el 27 de septiembre en la prisión de la Gestapo, ubicada en Lehrtertraße n° 3, y luego, hasta el 31 de enero de 1945, en el centro de reclusión de Berlín-Tegel. El 2 de febrero fue ejecutado.
De este tiempo se conserva su epistolario,[1] el cual tiene como destinatarios a familiares, amigos y a sus hermanos religiosos. Las cartas son escasas en los primeros meses, debido a la imposibilidad de una primera comunicación escrita y a la inseguridad de expresarse abiertamente, pues los textos debían pasar por un control antes de ser enviados a sus destinatarios. A partir de noviembre, las cartas son más recurrentes. A través de ellas, Delp expresa abiertamente su postura ante la detención y las irregularidades del proceso, así como sus momentos de tribulación y consolación.
La etapa previa a su muerte está enmarcada entre el tiempo litúrgico de Adviento y la Presentación del Señor. Si bien las cartas del jesuita no son un comentario de estos tiempos litúrgicos, están impregnadas de sus meditaciones, en las que une e interpreta su vida a la luz de los textos de Adviento, Navidad y Epifanía que acompañan su estadía en prisión.
En el evangelio de Lucas se afirma de María que, ante lo escuchado, “meditaba estas cosas en su corazón” (Lc 2,19). El verbo usado por el evangelista es symball?, que significa inicialmente “revolver”, “mezclar”. La meditación es el movimiento que mezcla la propia vida con la Palabra escuchada del Señor, es un proceso de “encarnación”, de acoger en la propia carne la Palabra que también se hace nuestra carne. Este es el mismo proceso que vivió Delp durante su último Adviento y Navidad: una meditación de su vida, de su situación, a partir de las palabras del Señor que le habitaban y que habían hecho eco en él a lo largo de su vida de fe y ahora volvía a escuchar en prisión.
El presente artículo ofrece un acercamiento a la vivencia del misterio del Adviento, Navidad y Epifanía de Alfred Delp a través del epistolario de las últimas semanas previas a su condena a muerte. El epistolario de este jesuita es para nosotros, durante este mismo tiempo litúrgico, una llamada a la meditación, es decir, a dejar que la vida, aún en sus momentos más abrumadores, continúe mezclándose con aquel a quien, en este gran bloque litúrgico, meditamos como Palabra esperada, encarnada y revelada.
EL ARTE DE CREER - PRESUPUESTOS DEL ITINERARIO EPISTOLAR
“El mundo está totalmente lleno de Dios. De todos los poros de las cosas brota él mismo hacia nosotros”.
En dos cartas dirigidas a Luise Oestreicher, secretaria de Delp en München, una a finales de octubre y otra el 17 de noviembre, afirma Delp: “Yo creo en Dios y en la vida. Y aquello que nosotros con fe pedimos, eso será para nosotros. La fe es el arte”.[2] En la de noviembre escribe: “Algo me es claro y reconocible, como nada más: el mundo está totalmente lleno de Dios. De todos los poros de las cosas brota él mismo hacia nosotros […] Dios está en todas las cosas”.[3]
En estas cartas se expresa un único principio decisivo para comprender el epistolario y la vida de Delp: Dios está presente en el misterio de la vida humana. Permanentemente la vida de Dios palpita en la vida del mundo, de los hombres. Reconocer esto se llama fe. El acto de creer es una confesión de la presencia encarnada de Dios en el mundo. Sin embargo, esto no es algo obvio en el creyente. Es, como lo denomina el jesuita, un “arte” que la oración cultiva.
En esta afirmación de Delp se encuentra de fondo lo que, según san Ignacio, es la meta del camino contemplativo: buscar y hallar a Dios en todas las cosas.[4] No se trata de un momento único, sino de una dinámica de la existencia del creyente. El tiempo del Adviento con su llamada a la oración, la vigilancia y la espera, constituye un taller litúrgico para cultivar este “arte”, esta mirada creyente a la vida.
En la misma carta del 17 noviembre Delp afirma: “Yo debo aprender, lo que significa creer y confiar. Esto debe comenzar de nuevo cada hora”.[5] En prisión, él se reconoce comenzando de nuevo. Sus horas están marcadas por la pregunta acerca de lo que sucederá en los momentos siguientes, por la desesperación o el cansancio. Se plantea la interrogante acerca de cómo seguir creyendo en los instantes posteriores a la espera de una respuesta o información sobre el avance de su proceso, cómo creer en medio de la tristeza y del miedo. El jesuita no niega lo que experimenta, pero su fuerza se centra en cómo tener el arte de la fe para continuar creyendo cada hora, cómo despertar cada mañana para seguir escuchando, como lo hacen quienes se consideran siempre aprendices (cf. Is 50,4).
ADVIENTO - “LO QUE AHORA APRENDO”
Para Delp, Adviento es el camino del sí a Dios en la confianza. Las cartas desde la prisión ponen de manifiesto la incomprensión del jesuita ante los hechos, las preguntas que en él tienen lugar, pero, al mismo tiempo, cómo estos acontecimientos suscitan la llamada interior al abandono. En una carta de inicios de diciembre dirigida a su madre, María Delp, el sacerdote escribe: “Dios sabe qué es lo que quiere de nosotros y a eso no queremos responder con un no”.[6] Este “sí” es vivido por Delp como una experiencia de confianza: Dios está obrando en él, lo puede percibir, aunque por el momento la dirección lo desorienta. Esta confianza permanece incluso ante la incertidumbre de saber si estará o no vivo para la Navidad. Así se lo señala a la familia Kreuser: “Si yo celebraré navidad en el cielo o en la tierra, no lo sé”.[7] Con el paso de los días la incertidumbre del mañana es cada vez más incierta para él.
Los hechos mismos en la prisión y el proceso judicial serán para él la escuela de la confianza. Delp le escribe a Luise Oestreicher tras el aplazamiento del juicio: “En todo caso, sé ahora, lo que es vivir de su mano”.[8] El camino de la confianza en el jesuita avanza mientras toda seguridad y posibilidad se desvanece. No hay una orientación reconocible, una ruta cuyos trazos puedan ser vislumbrados, pero sí una mano, una presencia que permanece y sostiene.
Esa escuela de la confianza es un “ahora” permanente en prisión. El “ahora” y el “aprender” son expresiones que se acompañan repetidamente en el epistolario del Delp. Él comprende, como ya se ha afirmado, que está viviendo un camino discipular. En la incertidumbre y en la oscuridad existe para Delp solo el momento (jetzt) en el cual es necesario aprender lo que Dios le indica. Precisamente, para él este material de aprendizaje será el acto mismo de confiar, tal como se lo confiesa al Padre Franz von Tattenbach: “Es necesario abandonarse en el Señor Dios y confiar en él firmemente. Eso es lo que ahora aprendo”.[9]
Durante el Adviento sucede un hecho relevante para Alfred. En una carta fechada el 12 de diciembre, Delp habla de un “regalo”[10] recibido con ocasión de la visita de otros jesuitas el 8 de diciembre. Se trata de la autorización para hacer sus últimos votos en prisión. Estos estaban programados inicialmente para el 15 de agosto, pero tras haber sido hecho prisionero, quedaron sin fecha plausible. La misma visita de sus hermanos fue la oportunidad para realizar los votos. Este regalo será la “gracia” que llenará de alegría a Delp, como lo reiterará en sus escritos los días y semanas siguientes.
Los votos aportan un nuevo elemento a la escuela del abandono en la que se encuentra Delp: confiar en su camino de vida. Haberlos realizado en prisión constituyen para el jesuita la certeza de que su vida sigue estando en manos de Dios y que allí mismo, encarcelado, sigue siendo necesaria la fidelidad a su vocación.
Igualmente, el Delp del “ahora”, del “aprender”, del “abandono”, no niega el miedo frente a un posible fatal desenlace. Sin embargo, en las cartas del Adviento se percibe fuertemente la idea que él tenía sobre una posible liberación. Aunque, a medida que avanzan los días, este hecho parece cada vez menos probable. En una carta, probablemente dirigida al P. Johannes B. Dold, escribe Delp: “Esta vida entre el patíbulo y un milagro requiere de fuerza […]. Dios tiene, en la mayoría de los casos, una puerta trasera”.[11] El temor adquiere en esta confianza una transformación. Delp, quien, por precaución, ha comenzado en varias de sus cartas a denominarse “Georg” y referirse a sí mismo en tercera persona, escribe a Luise: “La fuerza de Dios, es cierto, acompaña a Georg en todos los caminos […]. Georg ha intentado siempre trasformar este temor en las dos únicas realidades por las cuales vale la pena estar aquí: adoración y amor. Todo lo demás es falso”.[12] La transformación es la adoración y el amor, tema que irá asumiendo el hilo conductor del camino espiritual de Delp hasta su muerte.
NAVIDAD - “A PESAR DE TODO…”
El 15 de diciembre Delp escribe a Luise: “A pesar de todo te deseo una bendecida Navidad. Un profundo y feliz encuentro con el misterio de la Luz que vence la oscuridad, te sea obsequiado. Desde el interior debe todo comenzar de nuevo”.[13] El “a pesar de todo” (Trotz) tiene en la carta el contexto de la noticia de enfermedad de Luise a causa de una posible sobrecarga de trabajo, pero, a la vez, la imposibilidad del jesuita de estar cerca de ella para ayudarle. “A pesar de todo” es en Delp la expresión que recoge la sinceridad frente al momento que vive de cara a un contexto del cual no puede huir y, al mismo tiempo, la certeza que posee de otra realidad que sobrepasa el momento: la fe.
“Es algo único. Desde la misa de medianoche de Navidad estoy increíblemente confiado, si bien externamente nada ha cambiado"
Ahora bien, si la gracia del Adviento ha sido para Delp la profesión de sus votos, las cartas de Navidad hablan de una gracia específica de este tiempo: la confianza que le desborda. En carta a “M”[14] fechada el 29 de diciembre, Delp escribe: “Es algo único. Desde la misa de medianoche de navidad estoy increíblemente confiado, si bien externamente nada ha cambiado”.[15] La gracia de la confianza consiste para él, no en un abandono en Dios a causa de un desarrollo positivo de su proceso, sino en una realidad que no tiene causa en él y que simplemente lo lanza a la confianza sin medida.
“A veces tengo el sentimiento que no se debería hacer nada de cuenta propia, Dios el Señor tiene su propio plan y camino. Sin embargo, son a menudo nuestros muchos y pocos esfuerzos, de los cuales Dios compone su resultado”.
El 15 de diciembre el jesuita escribe a Luise expresándole la necesidad de “comenzar desde el interior”, como condición para la novedad y algunos días después, la carta del 29 de diciembre, lo muestra como testigo de esto que ha deseado a Luise: a él le ha sido obsequiado ese encuentro con la Luz que vence la oscuridad. La gracia de la Navidad en Delp es la disposición desde el interior para comenzar de nuevo cuando, “externamente, nada ha cambiado” a su favor. Delp vincula esta gracia de Navidad a la Eucaristía de aquella noche. Escribiendo al P. Franz le señala que,
la misa de medianoche ha sido la más bella hasta ahora.[16] A veces tengo el sentimiento que no se debería hacer nada de cuenta propia, Dios el Señor tiene su propio plan y camino. Sin embargo, son a menudo nuestros muchos y pocos esfuerzos, de los cuales Dios compone su resultado.[17]
En este escrito, Delp da un paso al afirmar que, ante la incertidumbre de los hechos, hay un plan y un camino propio de Dios. La vivencia de la gracia le hace sensible al actuar de Dios, el cual es, para el jesuita, independiente de cuánto haga cada ser humano, aunque no indiferente. En este sentido, la gracia de Navidad es un dejar a Dios actuar. Así lo escribe el 5 de enero: “El Señor ha encendido en mi interior una luz de navidad, la cual me fortalece en la esperanza”.[18] Los signos de la gracia son para él el reconocerse fortalecido y esperanzado. Podemos preguntarnos, ¿qué significa esto concretamente en lo que vive Alfred Delp?, ¿qué significa la fortaleza como luz de Navidad en su prisión? Es posible hallar la respuesta en dos cartas que se complementan mutuamente. En la primera, del 31 de diciembre, Delp afirma: “Hasta ahora ha reinado gran dirección y consuelo, pese a toda dureza y desolación”.[19] En la segunda, dirigida a Luise, sostiene: “Nunca he tenido durante este tiempo el sentimiento de estar perdido”.[20] La gracia de la fortaleza es para el jesuita el reconocimiento hecho desde la fe de una orientación en lo que vive. Es la certeza de que puede continuar confiando en la vida, ya que, dicha dirección, perceptible incluso en prisión, le confirma el vivir de Dios con él. Si para Pablo el vivir del cristiano es un vivir-con Cristo (cf. Rm 6,8), para Delp es una consecuencia de la certeza de la fe: Dios vive-con nosotros nuestra vida. La gracia que recibe Delp en Navidad es la percepción de una dirección (Führung) en su vida por parte de Dios. Esta gracia lo renueva en la confianza.
DE LA EPIFANÍA A LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - ADORO Y SUSCIPE
Las gracias del Adviento y de la Navidad han conducido a Delp al doble movimiento de la adoración y la entrega, experiencia que está conectada con los dos momentos litúrgicos –Epifanía y Presentación del Señor–[21] que acompañan los últimos días de su prisión. El 11 de enero, el jesuita es condenado a muerte y sus escritos se concentran ahora en el tema de la entrega, experiencia que vive en medio de una atmósfera “llena de odio y enemistad” como lo repetirá en sus cartas,[22] tal como se lo señala al P. Franz:
El Señor quiere la ofrenda. Las duras semanas tenían el sentido de la formación en la libertad interior. Él me ha guardado del derrumbamiento y la conmoción. Él me consolará también en las últimas horas. Como a un niño que duerme, así me sostiene a menudo en sus brazos.[23]
La extensa carta a “M” –posiblemente aquí también dirigida al P. Franz–, se adentra en lo que Delp percibe que es parte de su preparación: “En todo caso debo con vehemencia soltarme interiormente y entregarme” y continúa: “Es el tiempo de la siembra, no de la cosecha. Dios siembra, en algún momento volverá él a cosechar”.[24] La libertad interior que el jesuita experimenta desde el Adviento es para él, en este momento, condición necesaria para su entrega. Conmovedora es su llamada al consuelo en esta misma carta, al pedirle a sus amigos que no se entristezcan, porque –escribe– “yo seré ofrecido, no asesinado”.[25] La Epifanía es para Delp la comprensión de lo que ha sido su vida y el ser consciente que eso es lo que ofrecerá. Es así como lo sintetiza: “Si a través de un ser humano fue puesto en el mundo un poco más de amor y de bondad, un poco más de luz y de verdad, su vida ha tenido un sentido”.[26] Los últimos días en prisión son para él la oportunidad de la revelación del sentido de su existencia y con ella de lo que es definitivo para cada ser humano: “Aquel que adora y que ama: esto es lo que es realmente un ser humano”.[27]
Un hecho relevante ocurre por esos días. Delp recibe el 23 de enero una carta donde se le informa del nacimiento de Alfred Sebastian (13 de enero), hijo del abogado Ernst Keßler. El mismo día 23, el sacerdote escribe al recién nacido:
Dios mismo vive nuestra vida con nosotros, esto deber permanecer así y serlo cada vez más, niño” […] Estos son mis deseos para tu vida, Alfred Sebastian: […] que vivas tu vida con Dios como ser humano en la adoración, en el amor y en la libertad del servicio. Tu padrino Alfred Delp.[28]
La síntesis de vida y fe previa a su muerte, la comparte Delp al recién nacido que lleva en honor su nombre. Así, Epifanía es para el jesuita reconocerse creado para adorar y amar. Esto le da la libertad para la entrega. Igualmente, hasta el final, Delp reitera la certeza de ser conducido y así se lo señala a Luise: “Cuando yo contemplo la forma en la que han acontecido los hechos hasta el momento, hay algo claro: el Señor Dios ha tomado por completo esta situación en sus manos”.[29] Esto es para él siempre perceptible: “El camino desde aquí al patíbulo en Plötzensee son 10 minutos […] Dios me ayuda de manera admirable y reconocible (spürbar) hasta ahora”.[30] En su tiempo de prisión y hasta el final, Epifanía es para Delp, la percepción de la conducción y la fortaleza de Dios que lo sostiene.
CONCLUSIÓN
El momento de su arresto constituye para este sacerdote jesuita el inicio de su Adviento. Así se lo comenta a Luise: “En algún momento el Adviento, el cual ha comenzado en el verano, encontrará su luz, su plenitud y su regreso a casa”.[31] Hasta el final Delp conservará la esperanza de la liberación, de un “regreso”, aunque con el paso de las semanas esto se volverá para él cada vez más difícil. El 31 de enero fue conducido a la prisión en Plötzensee para cumplir la sentencia. De este día es su última comunicación, breve y, a la vez, síntesis de su camino: “Orar y creer. Gracias”.[32]
“Un profundo y feliz encuentro con el misterio de la Luz que vence la oscuridad, te sea obsequiado. Desde el interior debe todo comenzar de nuevo”.
El camino que va desde el arresto a la entrega de su vida condujo a Alfred Delp a una percepción –como lo repite insistentemente en sus escritos– de Dios que hace Adviento en los poros de la vida, en el “ahora”; en la dirección de su vida, en la fortaleza y libertad interior que es encendida en la Navidad; y en la comprensión de sí mismo desde la adoración y el amor en la Epifanía.
A la edad de 37 años fue ejecutado Alfred Delp, el 2 de febrero de 1945, día en que celebramos la fiesta de la Presentación del Señor. Algunas semanas antes, el 15 de diciembre a Luise Ostreicher, a propósito de los deseos de Navidad escribió: “Un profundo y feliz encuentro con el misterio de la Luz que vence la oscuridad, te sea obsequiado. Desde el interior debe todo comenzar de nuevo”.[33] La fiesta de la Presentación del Señor es conocida en la tradición ortodoxa como la fiesta del hypapante, del encuentro. Su muerte, su ofrenda –como él mismo la entendió–, expresa el encuentro profundo y feliz con el misterio de la Luz, del Dios en todas las cosas.[34] De ese encuentro somos testigos al leer el epistolario de su martirio,[35] a la vez que somos invitados a hacer su camino.
[1] La edición alemana de las cartas que se sigue en este artículo es: Delp, A. 2012. Auszeichnungen aus dem Gefängnis. Freiburg: Herder. La traducción al español es propia del autor del artículo. En español se encuentra la publicación: Delp, A. 2012. Escritos desde la prisión. G. Gutiérrez, trad. Bilbao: Sal Terrae.
[2] A Luise Ostreicher, finales de octubre de 1944, p. 22.
[3] A Luise Ostreicher, 17 de noviembre de 1944, p. 25-28.
[4] A esta contemplación dedica Ignacio especialmente los números 230-237 de los Ejercicios Espirituales.
[5] A Luise Ostreicher, finales de noviembre de 1944, p. 26.
[6] A María Delp, inicios de diciembre de 1944, p. 37.
[7] A la familia Kreuzer, antes del 16 de diciembre de 1944, p. 46.
[8] A Luise Ostreicher, 5 de diciembre de 1944, p. 38.
[9] Al P. Franz von Tattenbach, mediados de diciembre de 1944, p. 56.
[10] A Marianne Hapig y Marianne Pünder, p. 42.
[11] Al P. Johannes B. Dold, diciembre de 1944, p. 61.
[12] A Luise Ostreicher, 16 de diciembre de 1944, p. 49.
[13] A Luise Oestreicher, 15 de diciembre de 1944, p. 45.
[14] Bajo esta sigla de seguridad serán enviadas cartas posiblemente a Marianne Hapig, Marianne Pünder, a la ya mencionada Luise y, al final del epistolario, al P. Franz.
[15] A M., 29 de diciembre de 1944, p. 72.
[16] En otra carta dirigida a Luise Ostreicher, finales de diciembre de 1944, afirmará: “La misa en la noche ha sido la más bella hasta ahora en mi vida” (p. 70).
[17] Al P. Franz von Tattenbach, entre el 24-31 de diciembre de 1944, p. 68.
[18] A M., 5 de enero de 1945, p. 89.
[19] A M., 31 de diciembre de 1945, p. 78.
[20] A Luise Oestreicher, entre el 3 y el 7 de enero de 1945, p. 85.
[21] A Luise Oestreicher, 11 de enero de 1945, p. 99.
[22] “Voll Haß und Feindseligkeit”, cf. Cartas del 11 de enero a Luise Oestreicher, p. 99 y a los jesuitas, p. 103.
[23] Al P. Franz von Tattenbach, enero 10 de 1945, p. 97.
[24] A M., después del 11 de enero de 1945, p. 110.
[25] A M., después del 11 de enero de 1945, p. 110.
[26] A M., después del 11 de enero de 1945, p. 111.
[27] A la familia Kreuser, 21 de enero de 1945, p. 138
[28] A Alfred Sebastian Keßler, enero 23 de 1945, p. 139-142. Ese mismo día fueron asesinados otros de los compañeros de Delp: Helmuth J. Graf von Moltke, N. Gross, F. Sperr, H.-B. von Haeften y E. Bolz. Los hechos lo conmocionan profundamente. En carta a Luise O., Delp le escribe relacionando ambos acontecimeintos: “Muerte y vida se saludan y esa es nuestra vida” (enero 21 de 1945, p.142).
[29] A Luise Oestreicher, después del 11 de enero de 1954, p. 115.
[30] A Luise Oestreicher, 14 de enero de 1945, p. 123.
[31] A Luise Oestreicher, finales de diciembre de 1944, p. 70-71.
[32] A Marianne Hapig y a Marianne Pünder, 30 de enero de 1945, p. 147.
[33] A Luise Oestreicher, 15 de diciembre de 1944, p. 45.
[34] A Luise Oestreicher, 17 de noviembre de 1944, p. 28.
[35] En un artículo sobre Alfred Delp, el Cardenal Karl Lehman refiere la condición martirial del jesuita y la afirmación de esto hecha ya por Karl Rahner en una homilía de 1981. El Artículo se titula: “Alfred Delp: Geistliche Gestalt und Vision zur Zukunft der Kirche” (Alfred Delp: semblanza espiritual y visión sobre el futuro de la Iglesia). En Lehman, K. & M. Kißener. 2007. Das letzte Wort haben die Zeuge: Alfred Delp. Mainz: Bischöfliches Ordinariat Mainz.