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Artículo publicado en la edición Nº 1.202 (ABRIL- JUNIO 2019) Autor: Antonio Macaya Pascual Para citar: Macaya, Antonio; Un latido en la tumba: Demostración histórica de la Resurrección, en La Revista Católica, Nº1.202, abril-junio 2019, pp. 267-274.
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Un latido en la tumba: Demostración histórica de la Resurrección Antonio Macaya Pascual [1] Universidad Abad Oliba - CEU de Barcelona
Si le hubiéramos explicado a María Magdalena todos los problemas en que nos hallamos sumergidos en pleno año 2019, justo unos minutos después de la primera aparición de Jesucristo resucitado, el brillo de sus ojos no hubiera disminuido un ápice. Ella lo había visto. Lo había tocado. Lo había escuchado decir su nombre. Había sentido la mirada amorosa del Señor resucitado. Quizás nos hubiera respondido: «Él puede solucionarlo todo. Él lo va a solucionar todo».
La Resurrección es nuestra mayor esperanza. El propio Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia afirma que aquello que funda nuestra esperanza en una tierra que habite la justicia es la resurrección de Cristo[2].
He tenido la oportunidad de revisar de manera sistemática mucho material que estudia desde el punto de vista histórico ese momento. Fruto de ese esfuerzo nació el libro “Un latido en la tumba” (editorial Voz de Papel), cuyo resumen compartimos a continuación.
1. Consenso de mínimos
La primera parte del libro explora los argumentos a favor de la Resurrección. La segunda, las teorías contrarias. La tercera parte intenta una cronología detallada de lo que sucedió entre el 5 de abril y el 14 de mayo del año 33. Siempre en clave histórica, pues una teología sana parte de aquello que realmente sucedió.
La Resurrección es una verdad de fe. Y, sin embargo, profesores universitarios como Michael Licona y Gary Habermas han demostrado que hay un amplio consenso entre cristianos como ellos y otras autoridades académicas judías como Pinchas Lapide, ateas como Paula Friedriksen o agnósticas como Bart Ehrmann acerca de dos hechos que consideran históricos:
-
El cadáver de Jesús no estaba en su sepulcro el 5 de abril del año 33 de nuestra era.
-
Centenares de simpatizantes y algunos de los enemigos de Jesús le vieron o creyeron verle vivo después de su muerte en la cruz.
Respecto a la fecha concreta, he seguido la hipótesis Waddington y Humphreys[3]. Por un lado, demuestran astronómicamente que el año 33 es el mejor entre los poquísimos en los que la Pascua judía coincidió en sábado. Ese mismo año, poco después de las seis de la tarde del viernes 3 de abril hubo un eclipse lunar que explicaría la “luna de sangre” de la que habla san Pedro en su primera predicación.
Este cálculo encajaría con los datos bíblicos: el Bautista empezó su actividad el año 15 de Tiberio (Lc 3,1-2), que fue el año 29-30 de nuestra era. Por otro lado, Jesús predicó la primera de sus tres o cuatro Pascuas en Jerusalén a los 46 años de edificarse el Templo (Jn 2, 20; en rigor, la naos, pues el conjunto no fue finalizado hasta los años 60), cosa que por Flavio Josefo se puede datar en el 17 aC (Antigüedades 15.421).
Históricamente hablando, hay un gran número de datos que apuntan a que el cadáver de Jesús jamás apareció. Si el cadáver hubiera quedado en el sepulcro, los cristianos no hubieran podido predicar que Jesús había resucitado, ni los judíos acusarles de haber robado el cadáver, ni los cristianos replicar que esa versión era fruto de un soborno de la guardia.
Constan visitas al Santo Sepulcro desde el principio. Eutiques, patriarca de Alejandría, relata el establecimiento de una comunidad judeocristiana en Jerusalén ya en el año 73. Hubo culto en el Calvario desde el siglo I, como sugieren el Testamento de Adán y los grafitos hallados a finales del siglo XX[4]. Si una sola persona hubiera aportado un dato fiable sobre el paradero del cadáver de Jesús, nada de todo esto hubiera sido posible.
En 1951 se halló también, bajo el Cenáculo, una sinagoga del siglo I, probablemente paleocristiana, con el ábside orientado al Sepulcro. La mejor explicación es que ese grupo de judíos consideraban que el Sepulcro era más importante que el Templo[5].
El hallazgo del sudario plegado como cuando fue cubierto el Rostro de Jesús y el resto de los lienzos son incomprensibles si el cadáver fue robado o si el relato es una invención mítica tardía.
La historicidad del sepulcro vacío se complementa con la de las apariciones de Jesús. Podríamos decir que las aportaciones recientes más interesantes al respecto son tres: una mejor comprensión de la teología del II Templo, el papel de los testigos oculares y la “explosión” de una Cristología casi totalmente desarrollada anterior al año 40. Estos tres elementos restan peso a las hipótesis del desarrollo tardío de teologías que fueron reelaborando ciertas interpretación de los hechos, por parte de “comunidades de creyentes” (Gesichteforme).
1.1 El judaísmo del II Templo.
La Teología del II Templo nos ayuda a meternos en la piel de los judíos que vivieron la Pascua del año 33 dC. NT Wright[6] compara las esperanzas de los judíos del siglo I con cuatro melodías. Lo que resulta fascinante es ver que la Resurrección de Jesús supone que las cuatro melodías quedan unidas en una maravillosa sinfonía. Algo histórico hizo que algunos judíos relacionados con Jesús dijeran que habían escuchado esas melodías, que son: el clímax de la historia, el perdón de los pecados, la llegada del Mesías-Rey[7] y, con todo ello, el regreso de la Gloria de YHWH.
Para mí supuso una gran sorpresa leer que, según Wright, los judíos del siglo I consideraban que la Gloria de YHWH no moraba en el Templo. Y, sin embargo, eso soluciona mil enigmas: ¿Por qué había otro Templo en Elefantina? ¿Por qué hay profetas post-exílicos que anuncian el regreso de YHWH? Si YHWH dice «moraré en medio de ti» (Zac 2,15) o «dentro de poco llenaré de gloria esta casa» (Ag 2, 7), significa que aun no está allí. ¿En qué momento había regresado la Gloria, si no hay rastro alguno de algo tan importante ni en los libros de Esdras, ni en Nehemías, ni en ningún otro?
En 2018 se publicó un libro que sintetiza los resultados de las excavaciones en Magdala, la ciudad de donde provenía María Magdalena, a la que podemos llamar verdadera "protomártir" (aunque fuera testimonio de palabra)[8]. En Magdala se han hallado bañeras rituales o mikvaot, piedras para redes de pescar, un puerto y dos sinagogas. ¿Estuvo allí María Magdalena anunciando la Resurrección? No tenemos constancia. Pero probablemente conocía la piedra sobre la que se proclamaba la Torá, en la que estaba representada la merkabá, el carro de Ezequiel en que la Gloria de YHWH abandonó su Templo. Sabía lo que significaba, y por eso la Resurrección fue para ella y para el resto de primeros cristianos, no una conversión a una nueva religión, sino la plenitud de la suya. Era un nuevo mundo. Un final feliz que cerraba el círculo tras la expulsión del Jardín del Edén, del cual el II Templo era una representación. Mediante la Pascua de Jesucristo, Dios y el hombre habían recuperado una armonía mejorada.
1.2 Los testigos oculares
Richard Bauckham ha publicado recientemente la segunda edición de su histórico libro Jesus and the eyewitnesses[9]. Múltiples datos indicarían que los evangelios se han elaborado a partir de testimonios oculares. La presencia de ciertos nombres en Marcos, de los que nada se dice (Bartimeo, Alejandro, Rufo...), y que desaparecen en otros evangelios se explicaría porque son fuentes directas del escritor sagrado o/y personajes a los que los lectores reconocen. En otros casos sucede al revés: hay personajes innominados que aparecen en evangelios tardíos, como el del discípulo que cortó la oreja de Malco. Tal recurso sería el llamado “anonimato protector”.
Otro llamativo recurso es el cambio de sujeto del plural al singular en 22 episodios narrados por Marcos, que escribe, por ejemplo: «fueron a Cafarnaúm y Jesús dijo…». En los paralelos se pierde el plural, y leemos: «Jesús fue y dijo...». La mejor explicación es que, en el primer caso, Marcos está redactando una catequesis predicada oralmente en que Pedro, un testigo ocular, está explicando: «fuimos a Cafarnaúm y Jesús dijo...».
Los nombres en los evangelios son los mismos, incluso desde el punto de vista porcentual, en comparación con grandes bases de datos con nombres de principios del siglo I en Palestina. De hecho, los redactores de los evangelios emplean técnicas historiográficas comparables en todo a las mejores biografías de la época, como las de Plutarco, Polibio o Luciano. Papías alude a que él mismo solo ha querido recoger testimonios de testigos oculares directos, que ha recopilado cuidadosamente.
1.3 La Cristología anterior al año 50
Se puede determinar con certeza, históricamente hablando, que la creencia en la divinidad de Jesús apareció antes de los años 40, recurriendo exclusivamente a textos indudablemente muy precoces. Los himnos cristológicos de Flp 2, 6-11 y Col 1, 15-23 son, como el Credo de 1 Cor 15, anteriores al año 40.
David Capes[10], por ejemplo, recopila al menos 8 “citas de YHWH” entre las cartas de san Pablo. Son textos del Antiguo Testamento en que el sujeto es YHWH, y san Pablo los aplica a Jesús, cambiando el nombre divino por el título de Kyrios (Señor). Véase Rm 11,33 (cita de Is 40,13) o Rm 10,13 (cita de Joel 2,32).
Como es sabido, los judíos no pronunciaban el nombre de YHWH, sustituyéndolo por Adonai en hebreo y Kyrios en griego. Los romanos se maravillaban de que todo niño judío se negaba en redondo a decir, simplemente, que “el César es Kyrios” (Guerra Judía 7.10.1 § 418-9). Por lo tanto, decir que Jesús de Nazaret es el Kyrios es lo mismo que decir que Jesús es YHWH. Esto es algo totalmente espectacular, algo que un judío no puede hacer a menos de que haya presenciado una intervención divina superior incluso a la liberación de Egipto y a la entrega de la Torá.
El hecho de confesar que «Jesús es el Señor» es confesar que Jesús es Dios, como dice de forma explícita Rm 9,5 y Tit 2,13. Jesús es uno con Dios Padre, y por eso «el Señor» es introducido en el Shemá y equiparado a Dios Creador en 1 Cor 8,6. Jesús es «Señor» de toda la vida (moral) y de la historia (escatología). «Señor» es un nombre, no solo un título. No es una identidad funcional, sino óntica.
Larry Hurtado[11] ha tenido el acierto de centrarse en un estudio de las actitudes religiosas que se observan entre los primeros cristianos para deducir qué pensaban. Aunque algunos siguen diciendo que los evangelios son de finales del siglo I, es obvio que el tipo de relación entre los primeros cristianos y Jesús es de entrega total, solo equiparable a la que tenían, como judíos, con YHWH. «Si vivimos, vivimos para el Señor. Si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte, somos del Señor» (Rm 14,8-9). Ni hubo, ni hay, ni habrá otro personaje similar en toda la historia del pueblo judío. Ni siquiera en el caso de ángeles principales como Metatrón o Yahoel, o patriarcas exaltados como Moisés o Enoc.
Si unimos toda esta información y estudiamos las apariciones de Jesús, podemos entender que:
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Las apariciones no son atribuibles a ningún trastorno neurológico o psiquiátrico. No existe ningún proceso mental que explique que cientos de personas vieran vivo y tocaran unas once veces en un período de 40 días a alguien que había muerto previamente.
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Tampoco son atribuibles a una ficción: los textos sorprenden por su brevedad, por omitir la escena de la Resurrección, por la ausencia de citas bíblicas o fines apologéticos, porque el testimonio principal sea de mujeres, por existir diferencias entre los evangelios que en los relatos ficticios siempre desaparecen. Una ficción o un mito son, por el contrario, relatos tardíos, bien acabados, sin elementos desconcertantes para la cultura de la época, y que nunca entrañan peligros para sus autores.
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Las apariciones de Jesús son la mejor explicación de la desaparición del cadáver, de la elevada Cristología que aparece desde el principio, y del hecho de que un grupo de judíos adore a un hombre torturado hasta la muerte arriesgándolo todo. Son la mejor explicación de que interpreten que, mediante la Resurrección de Jesús, la Gloria de YHWH ha regresado junto a los hombres, perdonando sus pecados y reconciliándolos entre ellos.
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Las apariciones son la única explicación simple del conjunto de datos. Las explicaciones naturales alternativas no son simples: necesitan de la acumulación de causas diversas e improbables (ladrones de cadáveres que inventan un mito peligroso e incompleto).
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Las apariciones iluminan los casos particulares, como el martirio de Santiago el Menor, la conversión de Pablo, la conversión de Cornelio, la transmisión de la fe a la segunda generación, etc.
2. Cronología detallada del 5 de abril al 14 de mayo del 33
En un amplio apéndice, se intenta estudiar detenidamente los textos sobre la Resurrección, buscando el hilo conductor de cada evangelio y saliendo al paso de las aparentes contradicciones. Habría, al menos, doce, de las que aquí destacamos las principales:
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Los nombres de las mujeres que acuden al sepulcro son distintos porque cada autor invocaba a sus fuentes o a aquellas personas que su audiencia podría reconocer. Cada sinóptico cita a las mismas mujeres tanto en la Cruz, como en el entierro como en el sepulcro vacío. San Juan, por su parte, conoce que fueron varias mujeres, pues aunque el relato se centra en la Magdalena, que parece ir sola, ella misma dice cuando va a avisar: «no sabemos dónde lo han puesto».
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El momento en que compran los aromas (viernes en Lucas, domingo en Marcos) se debería, según Antonio Persili, a la costumbre judía de llevarlos varios días para ungir la puerta y las paredes.
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Parecería que san Lucas no sabe que Jesús se apareció a las mujeres. Sin embargo, los discípulos de Emaús dicen que las mujeres les han alborotado, han comprobado el sepulcro vacío, «pero a Él no le han visto». Frase esta última que indicaría que las mujeres afirman haberle visto.
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Parecería que san Mateo desconoce las apariciones en Judea. Sin embargo, en Galilea se aparece «en el monte que Él les había indicado», cosa que debe haber hecho en una aparición previa que Mateo no explica.
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Es posible que Lucas condense en una aparición la noche del Domingo de Pascua lo que Juan y Marcos desglosan en dos. En efecto: fue al octavo día cuando había once discípulos (antes faltaban Judas y Tomás), y cuando Jesús lamenta su incredulidad, come con ellos y les pide que le miren y le toquen.
3. “Este es el misterio de la fe”
El gobernador Festo no debía entender bien porqué Pablo llevaba dos años en la cárcel, en Cesarea, e insistía en esa historia. «Pablo decía que estaba vivo» (Hch 25, 19). Pablo insistía porque se trata de “La” historia. La más importante en la historia de la humanidad.
«Todas las verdades, también las más inaccesibles para la mente humana, encuentran su justificación, incluso en el ámbito de la razón, si Cristo resucitado ha dado la prueba definitiva, prometida por Él, de su autoridad divina» (Juan Pablo II)[12].
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección»”, respondemos en la Santa Misa al sacerdote. Estas reflexiones son un resumen de un libro en el que hemos querido proclamar de otra manera, desde un enfoque histórico, aquello que constituye la razón de nuestra esperanza.
NOTAS
[1] Dermatólogo, licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona. Licenciado en Ciencias Religiosas, diácono permanente de la diócesis de Tarrasa (Cataluña) y padre de familia. Autor de “Un latido en la tumba”.
[2] Compendio de la DSI, n.56. El n.170 dice que la Pascua de Jesús «ilumina en plenitud la realización del verdadero bien común de la humanidad».
[3] CJ. Humphreys. The mystery of the last supper, Cambridge University Press, Cambridge 2011, p. 20. HW Hoehner. The chronology of Jesus. En T. Holmén — SE. Porter (eds). Handbook for the Study of the historical Jesus, Brill, Leyden-Boston 2011, pp. 2350-6.
[4] F. Díez Fernández, El Calvario y la cueva de Adán, Verbo Divino, Estella 2004, pp. 144ss.
[5] B. Pixner, Church of the Apostles found on Mount Zion. BAR 1990; 16 (3): 23-30.
[6] Las citas de este autor serían interminables: véase The resurrection of the Son of God; Paul and the faithfullness of God; Jesus and the victory of God.
[7] Lo sucedido significó el clímax de la historia, un jubileo de jubileos. El Apocalipsis animal de 1 Enoc 85-90; El Libro de los Jubileos, las Antigüedades Bíblicas, el Testamento de Moisés, los Salmos de Salomón, el documento de Damasco, 41MMT y muchos otros muestran que se esperaba una intervención divina en la historia, a la luz de Dn 9 y especialmente de Dt 30.
[8] Richard Bauckham (ed.), Magdala of Galilee, Baylor, Waco 2018.
[9] Richard Bauckham, Jesus and the eyewitnesses (2ª ed). Eerdmans, Cambridge-Grand Rapids 2017.
[10] David Capes, The divine Christ. Baker, Grand Rapids 2018, pp.24.26.59-70.110.
[11] Larry Hurtado, How on earth did Jesus became God? Eerdmans, Grand Rapids 2005.
[12] Catequesis de 9/3/1989 durante la Audiencia General. Creo en Jesucristo, p.421-422. Palabra, Madrid 1997.
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Un latido en la tumba: Demostración histórica de la Resurrección Antonio Macaya Pascual [1] Universidad Abad Oliba - CEU de Barcelona
Si le hubiéramos explicado a María Magdalena todos los problemas en que nos hallamos sumergidos en pleno año 2019, justo unos minutos después de la primera aparición de Jesucristo resucitado, el brillo de sus ojos no hubiera disminuido un ápice. Ella lo había visto. Lo había tocado. Lo había escuchado decir su nombre. Había sentido la mirada amorosa del Señor resucitado. Quizás nos hubiera respondido: «Él puede solucionarlo todo. Él lo va a solucionar todo».
La Resurrección es nuestra mayor esperanza. El propio Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia afirma que aquello que funda nuestra esperanza en una tierra que habite la justicia es la resurrección de Cristo[2].
He tenido la oportunidad de revisar de manera sistemática mucho material que estudia desde el punto de vista histórico ese momento. Fruto de ese esfuerzo nació el libro “Un latido en la tumba” (editorial Voz de Papel), cuyo resumen compartimos a continuación.
1. Consenso de mínimos
La primera parte del libro explora los argumentos a favor de la Resurrección. La segunda, las teorías contrarias. La tercera parte intenta una cronología detallada de lo que sucedió entre el 5 de abril y el 14 de mayo del año 33. Siempre en clave histórica, pues una teología sana parte de aquello que realmente sucedió.
La Resurrección es una verdad de fe. Y, sin embargo, profesores universitarios como Michael Licona y Gary Habermas han demostrado que hay un amplio consenso entre cristianos como ellos y otras autoridades académicas judías como Pinchas Lapide, ateas como Paula Friedriksen o agnósticas como Bart Ehrmann acerca de dos hechos que consideran históricos:
-
El cadáver de Jesús no estaba en su sepulcro el 5 de abril del año 33 de nuestra era.
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Centenares de simpatizantes y algunos de los enemigos de Jesús le vieron o creyeron verle vivo después de su muerte en la cruz.
Respecto a la fecha concreta, he seguido la hipótesis Waddington y Humphreys[3]. Por un lado, demuestran astronómicamente que el año 33 es el mejor entre los poquísimos en los que la Pascua judía coincidió en sábado. Ese mismo año, poco después de las seis de la tarde del viernes 3 de abril hubo un eclipse lunar que explicaría la “luna de sangre” de la que habla san Pedro en su primera predicación.
Este cálculo encajaría con los datos bíblicos: el Bautista empezó su actividad el año 15 de Tiberio (Lc 3,1-2), que fue el año 29-30 de nuestra era. Por otro lado, Jesús predicó la primera de sus tres o cuatro Pascuas en Jerusalén a los 46 años de edificarse el Templo (Jn 2, 20; en rigor, la naos, pues el conjunto no fue finalizado hasta los años 60), cosa que por Flavio Josefo se puede datar en el 17 aC (Antigüedades 15.421).
Históricamente hablando, hay un gran número de datos que apuntan a que el cadáver de Jesús jamás apareció. Si el cadáver hubiera quedado en el sepulcro, los cristianos no hubieran podido predicar que Jesús había resucitado, ni los judíos acusarles de haber robado el cadáver, ni los cristianos replicar que esa versión era fruto de un soborno de la guardia.
Constan visitas al Santo Sepulcro desde el principio. Eutiques, patriarca de Alejandría, relata el establecimiento de una comunidad judeocristiana en Jerusalén ya en el año 73. Hubo culto en el Calvario desde el siglo I, como sugieren el Testamento de Adán y los grafitos hallados a finales del siglo XX[4]. Si una sola persona hubiera aportado un dato fiable sobre el paradero del cadáver de Jesús, nada de todo esto hubiera sido posible.
En 1951 se halló también, bajo el Cenáculo, una sinagoga del siglo I, probablemente paleocristiana, con el ábside orientado al Sepulcro. La mejor explicación es que ese grupo de judíos consideraban que el Sepulcro era más importante que el Templo[5].
El hallazgo del sudario plegado como cuando fue cubierto el Rostro de Jesús y el resto de los lienzos son incomprensibles si el cadáver fue robado o si el relato es una invención mítica tardía.
La historicidad del sepulcro vacío se complementa con la de las apariciones de Jesús. Podríamos decir que las aportaciones recientes más interesantes al respecto son tres: una mejor comprensión de la teología del II Templo, el papel de los testigos oculares y la “explosión” de una Cristología casi totalmente desarrollada anterior al año 40. Estos tres elementos restan peso a las hipótesis del desarrollo tardío de teologías que fueron reelaborando ciertas interpretación de los hechos, por parte de “comunidades de creyentes” (Gesichteforme).
1.1 El judaísmo del II Templo.
La Teología del II Templo nos ayuda a meternos en la piel de los judíos que vivieron la Pascua del año 33 dC. NT Wright[6] compara las esperanzas de los judíos del siglo I con cuatro melodías. Lo que resulta fascinante es ver que la Resurrección de Jesús supone que las cuatro melodías quedan unidas en una maravillosa sinfonía. Algo histórico hizo que algunos judíos relacionados con Jesús dijeran que habían escuchado esas melodías, que son: el clímax de la historia, el perdón de los pecados, la llegada del Mesías-Rey[7] y, con todo ello, el regreso de la Gloria de YHWH.
Para mí supuso una gran sorpresa leer que, según Wright, los judíos del siglo I consideraban que la Gloria de YHWH no moraba en el Templo. Y, sin embargo, eso soluciona mil enigmas: ¿Por qué había otro Templo en Elefantina? ¿Por qué hay profetas post-exílicos que anuncian el regreso de YHWH? Si YHWH dice «moraré en medio de ti» (Zac 2,15) o «dentro de poco llenaré de gloria esta casa» (Ag 2, 7), significa que aun no está allí. ¿En qué momento había regresado la Gloria, si no hay rastro alguno de algo tan importante ni en los libros de Esdras, ni en Nehemías, ni en ningún otro?
En 2018 se publicó un libro que sintetiza los resultados de las excavaciones en Magdala, la ciudad de donde provenía María Magdalena, a la que podemos llamar verdadera "protomártir" (aunque fuera testimonio de palabra)[8]. En Magdala se han hallado bañeras rituales o mikvaot, piedras para redes de pescar, un puerto y dos sinagogas. ¿Estuvo allí María Magdalena anunciando la Resurrección? No tenemos constancia. Pero probablemente conocía la piedra sobre la que se proclamaba la Torá, en la que estaba representada la merkabá, el carro de Ezequiel en que la Gloria de YHWH abandonó su Templo. Sabía lo que significaba, y por eso la Resurrección fue para ella y para el resto de primeros cristianos, no una conversión a una nueva religión, sino la plenitud de la suya. Era un nuevo mundo. Un final feliz que cerraba el círculo tras la expulsión del Jardín del Edén, del cual el II Templo era una representación. Mediante la Pascua de Jesucristo, Dios y el hombre habían recuperado una armonía mejorada.
1.2 Los testigos oculares
Richard Bauckham ha publicado recientemente la segunda edición de su histórico libro Jesus and the eyewitnesses[9]. Múltiples datos indicarían que los evangelios se han elaborado a partir de testimonios oculares. La presencia de ciertos nombres en Marcos, de los que nada se dice (Bartimeo, Alejandro, Rufo...), y que desaparecen en otros evangelios se explicaría porque son fuentes directas del escritor sagrado o/y personajes a los que los lectores reconocen. En otros casos sucede al revés: hay personajes innominados que aparecen en evangelios tardíos, como el del discípulo que cortó la oreja de Malco. Tal recurso sería el llamado “anonimato protector”.
Otro llamativo recurso es el cambio de sujeto del plural al singular en 22 episodios narrados por Marcos, que escribe, por ejemplo: «fueron a Cafarnaúm y Jesús dijo…». En los paralelos se pierde el plural, y leemos: «Jesús fue y dijo...». La mejor explicación es que, en el primer caso, Marcos está redactando una catequesis predicada oralmente en que Pedro, un testigo ocular, está explicando: «fuimos a Cafarnaúm y Jesús dijo...».
Los nombres en los evangelios son los mismos, incluso desde el punto de vista porcentual, en comparación con grandes bases de datos con nombres de principios del siglo I en Palestina. De hecho, los redactores de los evangelios emplean técnicas historiográficas comparables en todo a las mejores biografías de la época, como las de Plutarco, Polibio o Luciano. Papías alude a que él mismo solo ha querido recoger testimonios de testigos oculares directos, que ha recopilado cuidadosamente.
1.3 La Cristología anterior al año 50
Se puede determinar con certeza, históricamente hablando, que la creencia en la divinidad de Jesús apareció antes de los años 40, recurriendo exclusivamente a textos indudablemente muy precoces. Los himnos cristológicos de Flp 2, 6-11 y Col 1, 15-23 son, como el Credo de 1 Cor 15, anteriores al año 40.
David Capes[10], por ejemplo, recopila al menos 8 “citas de YHWH” entre las cartas de san Pablo. Son textos del Antiguo Testamento en que el sujeto es YHWH, y san Pablo los aplica a Jesús, cambiando el nombre divino por el título de Kyrios (Señor). Véase Rm 11,33 (cita de Is 40,13) o Rm 10,13 (cita de Joel 2,32).
Como es sabido, los judíos no pronunciaban el nombre de YHWH, sustituyéndolo por Adonai en hebreo y Kyrios en griego. Los romanos se maravillaban de que todo niño judío se negaba en redondo a decir, simplemente, que “el César es Kyrios” (Guerra Judía 7.10.1 § 418-9). Por lo tanto, decir que Jesús de Nazaret es el Kyrios es lo mismo que decir que Jesús es YHWH. Esto es algo totalmente espectacular, algo que un judío no puede hacer a menos de que haya presenciado una intervención divina superior incluso a la liberación de Egipto y a la entrega de la Torá.
El hecho de confesar que «Jesús es el Señor» es confesar que Jesús es Dios, como dice de forma explícita Rm 9,5 y Tit 2,13. Jesús es uno con Dios Padre, y por eso «el Señor» es introducido en el Shemá y equiparado a Dios Creador en 1 Cor 8,6. Jesús es «Señor» de toda la vida (moral) y de la historia (escatología). «Señor» es un nombre, no solo un título. No es una identidad funcional, sino óntica.
Larry Hurtado[11] ha tenido el acierto de centrarse en un estudio de las actitudes religiosas que se observan entre los primeros cristianos para deducir qué pensaban. Aunque algunos siguen diciendo que los evangelios son de finales del siglo I, es obvio que el tipo de relación entre los primeros cristianos y Jesús es de entrega total, solo equiparable a la que tenían, como judíos, con YHWH. «Si vivimos, vivimos para el Señor. Si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte, somos del Señor» (Rm 14,8-9). Ni hubo, ni hay, ni habrá otro personaje similar en toda la historia del pueblo judío. Ni siquiera en el caso de ángeles principales como Metatrón o Yahoel, o patriarcas exaltados como Moisés o Enoc.
Si unimos toda esta información y estudiamos las apariciones de Jesús, podemos entender que:
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Las apariciones no son atribuibles a ningún trastorno neurológico o psiquiátrico. No existe ningún proceso mental que explique que cientos de personas vieran vivo y tocaran unas once veces en un período de 40 días a alguien que había muerto previamente.
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Tampoco son atribuibles a una ficción: los textos sorprenden por su brevedad, por omitir la escena de la Resurrección, por la ausencia de citas bíblicas o fines apologéticos, porque el testimonio principal sea de mujeres, por existir diferencias entre los evangelios que en los relatos ficticios siempre desaparecen. Una ficción o un mito son, por el contrario, relatos tardíos, bien acabados, sin elementos desconcertantes para la cultura de la época, y que nunca entrañan peligros para sus autores.
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Las apariciones de Jesús son la mejor explicación de la desaparición del cadáver, de la elevada Cristología que aparece desde el principio, y del hecho de que un grupo de judíos adore a un hombre torturado hasta la muerte arriesgándolo todo. Son la mejor explicación de que interpreten que, mediante la Resurrección de Jesús, la Gloria de YHWH ha regresado junto a los hombres, perdonando sus pecados y reconciliándolos entre ellos.
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Las apariciones son la única explicación simple del conjunto de datos. Las explicaciones naturales alternativas no son simples: necesitan de la acumulación de causas diversas e improbables (ladrones de cadáveres que inventan un mito peligroso e incompleto).
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Las apariciones iluminan los casos particulares, como el martirio de Santiago el Menor, la conversión de Pablo, la conversión de Cornelio, la transmisión de la fe a la segunda generación, etc.
2. Cronología detallada del 5 de abril al 14 de mayo del 33
En un amplio apéndice, se intenta estudiar detenidamente los textos sobre la Resurrección, buscando el hilo conductor de cada evangelio y saliendo al paso de las aparentes contradicciones. Habría, al menos, doce, de las que aquí destacamos las principales:
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Los nombres de las mujeres que acuden al sepulcro son distintos porque cada autor invocaba a sus fuentes o a aquellas personas que su audiencia podría reconocer. Cada sinóptico cita a las mismas mujeres tanto en la Cruz, como en el entierro como en el sepulcro vacío. San Juan, por su parte, conoce que fueron varias mujeres, pues aunque el relato se centra en la Magdalena, que parece ir sola, ella misma dice cuando va a avisar: «no sabemos dónde lo han puesto».
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El momento en que compran los aromas (viernes en Lucas, domingo en Marcos) se debería, según Antonio Persili, a la costumbre judía de llevarlos varios días para ungir la puerta y las paredes.
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Parecería que san Lucas no sabe que Jesús se apareció a las mujeres. Sin embargo, los discípulos de Emaús dicen que las mujeres les han alborotado, han comprobado el sepulcro vacío, «pero a Él no le han visto». Frase esta última que indicaría que las mujeres afirman haberle visto.
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Parecería que san Mateo desconoce las apariciones en Judea. Sin embargo, en Galilea se aparece «en el monte que Él les había indicado», cosa que debe haber hecho en una aparición previa que Mateo no explica.
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Es posible que Lucas condense en una aparición la noche del Domingo de Pascua lo que Juan y Marcos desglosan en dos. En efecto: fue al octavo día cuando había once discípulos (antes faltaban Judas y Tomás), y cuando Jesús lamenta su incredulidad, come con ellos y les pide que le miren y le toquen.