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Artículo publicado en la edición Nº 1.187 (JULIO- SEPTIEMBRE 2015) Autor:Andrés Ferrada M., Facultad de Teología UC Para citar: Ferrada, Andrés; Siete claves para leer la Carta encíclica Laudato Si', en La Revista Católica, Nº1.187, julio-septiembre 2015, pp. 233-243.
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Siete claves para leer la Carta Encíclica Laudato si’  Andrés Ferrada, Pbro. Facultad de Teología Pontificia Universidad Católica de Chile

 
1. Motivo y ocasión de la carta
Expresamente, la nueva encíclica se engarza a la enseñanza de los últimos Papas, desde San Juan XXIII a Benedicto XVI, acerca de la verdad de la creación y la misión del ser humano en ella. Percibimos así un motivo expreso de preocupación eclesial por el medio ambiente, en una continuidad no sólo teológico-pastoral, sino también a nivel de los aportes recibidos de la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales. En efecto, Laudato si’ es una prolongación de un rico acerbo de sabiduría eclesial y humana.
Además, la encíclica puntualiza que “también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos” (número 7). En consecuencia, ella refleja también un motivo de comunión íntima de los cristianos, todas las religiones y todos los hombres en una común preocupación por la casa que todos compartimos. Este es quizás el motivo más interior.
En cuanto a la ocasión, sin duda, se trata de observar de la situación actual, de la grave crisis medioambiental por la que atravesamos y de la esperanza de su superación. En efecto, se argumenta en el número 13:
El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común.
2. Autor
La carta es obra del Papa Francisco, quien recibió la ayuda de sus colaboradores de la curia romana y de otras personas que le han aportado o inspirado en su reflexión.
Entre las figuras inspiradoras destaca san Francisco de Asís. En efecto, el Papa cree que “Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad” (número 10). El Santo Padre enfatiza que “su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano” (número 11).
3. Plan de la encíclica
En los primeros párrafos se abordan algunos puntos introductorios: Este mundo nos resulta indiferente; Unidos por una misma preocupación; San Francisco de Asís: Mi llamado.
Capítulo primero: Lo que le está pasando a nuestra casa. Dividido en siete acápites: I. Contaminación y cambio climático; II. La cuestión del agua; III. Pérdida de biodiversidad; IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social; V. Inequidad planetaria; VI. La debilidad de las reacciones; VII. Diversidad de opiniones.
Capítulo segundo: El evangelio de la creación. También subdividido en siete acápites: I. La luz que ofrece la fe; II. La sabiduría de los relatos bíblicos; III. El misterio del universo; IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado; V. Una comunión universal; VI. Destino común de los bienes; VII. La mirada de Jesús.
Capítulo tercero: Raíz humana de la crisis ecológica. Su contenido se distribuye en tres puntos: I. La tecnología: creatividad y poder; II. Globalización del paradigma tecnocrático; III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno (contiene sub-acápites: El relativismo práctico; Necesidad de preservar el trabajo; Innovación biológica a partir de la investigación).
Capítulo cuarto: Una ecología integral. Está dividido en cinco acápites: I. Ecología ambiental, económica y social; II. Ecología cultural; III. Ecología de la vida cotidiana; IV. El principio del bien común; V. Justicia entre las generaciones.
Capítulo quinto: Algunas líneas de orientación y acción. Las siguientes cuatro líneas: I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional; II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales; III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales; IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana; V. Las religiones en el diálogo con las ciencias.
Capítulo sexto: Educación y espiritualidad ecológica. Su contenido se reparte en nueve acápites: I. Apostar por otro estilo de vida; II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente; III. Conversión ecológica; IV. Gozo y paz; V. Amor civil y político; VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo; VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas; VIII. Reina de todo lo creado; IX. Más allá del sol.
Finalmente se ofrecen dos oraciones: una general, sin referencias directas al misterio cristiano: Oración por nuestra tierra; y otra con dichas referencias: Oración cristiana con la creación.
4. Algunas claves para leer los tres primeros capítulos de la encíclica:
La realidad primero
En estos capítulos se llama a tomar conciencia de la grave crisis por la que atravesamos, la casa común está siendo sometida a un deterioro que no podemos desconocer y que requerimos observar mejor, no solo para describirla sino también para que nos comprometamos vitalmente en superarla. Así lo expresa con severo tono en el número 61, conclusivo del capítulo primero “Lo que le está pasando a nuestra casa”:
Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas» [Juan Pablo II, 2001].
El cosmos creatura de Dios y el hombre su administrador
El universo, el mundo, la naturaleza, el hombre, a la luz de la revelación son obras de Dios, criaturas suyas; siempre están en relación con Él. Las mantiene en el ser y las dirige a su finalidad. El hombre, ha sido amado por Dios para que “labre y custodie” la tierra, no como un dominador sino como un administrador. Por eso, el ser humano debe conocer y respetar la bondad de las demás criaturas. Su dignidad se manifiesta precisamente en el amor con que ha sido creado y al que ha sido destinado. Leamos estas ideas en el número 65, del capítulo segundo “El evangelio de la creación”:
La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas» [CEC 357]. San Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad infinita [Juan Pablo II 1980].
En ese mismo capítulo se profundiza en la causa de la crisis ecológica que vivimos, precisamente en el misterio de la libertad humana, en el número 66:
Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19).
Pero, sin duda, Jesús, en su persona y en su ministerio, ofrece la solución, pues reconduce toda la realidad creada a su misterio original, sanándola de sus heridas, y la eleva a su fin último en la participación de la gloria del Señor. Esta es la profunda radicación cristológica de la doctrina y la praxis medioambiental de la Iglesia, como lo explica el número 99, del mismo capítulo segundo “El evangelio de la creación”:
Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él» (Col 1,16) [80]. El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
Todo está conectado
Todo está conectado, relacionado, es una de las convicciones fundamentales del mensaje de la encíclica, de la que se sigue que “el cuidado de la casa común”, la ecología, pone de manifiesto la imperiosa necesidad que tenemos de una comprensión integral de toda la realidad que comprenda la persona humana, la familia, la sociedad y el medio ambiente. Así lo pone de manifiesto el número 117, del capítulo tercero “Raíz humana de la crisis ecológica”:
La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza» [Centesimus annus 37].
5. Algunas claves para leer el capítulo cuarto: Una ecología integral.
Ecología integral: ambiental, económica y social
El cuidado de la casa común exige tener conciencia de que no se puede aislar este cometido de esfuerzos por instaurar un orden económico y social siempre más justo, para lo cual deben mancomunarse todas las energías vitales desde una aproximación integral que comprende que todo está relacionado. Así lo afirma sin ambages el número 139:
Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.
Ecología de la vida cotidiana: Ciertamente, la superación de la grave crisis socio-ambiental por la que atraviesa la humanidad requiere del concurso de todos, no solo de las personas que tienen injerencia en los organismos internacionales, estaduales, científicos e investigativos y/o socio-económicos, especialmente los constructores de la sociedad, sino también a cada persona en su vida cotidiana.
En el número 148 se lo enfatiza en estos términos:
Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad. Por ejemplo, en algunos lugares, donde las fachadas de los edificios están muy deterioradas, hay personas que cuidan con mucha dignidad el interior de sus viviendas, o se sienten cómodas por la cordialidad y la amistad de la gente. La vida social positiva y benéfica de los habitantes derrama luz sobre un ambiente aparentemente desfavorable. A veces es encomiable la ecología humana que pueden desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia producida por la aglomeración en residencias y espacios con alta densidad poblacional se contrarresta si se desarrollan relaciones humanas cercanas y cálidas, si se crean comunidades, si los límites del ambiente se compensan en el interior de cada persona, que se siente contenida por una red de comunión y de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un infierno y se convierte en el contexto de una vida digna.
Ecología humana: Los esfuerzos ecológicos tienen un núcleo moral que se percibe íntimamente en la propia realidad corpóreo-espiritual, en relación consigo mismo y con los demás, en particular en la complementariedad entre el hombre y la mujer. Así se lee con claridad en el número 155:
La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo» [Benedicto XVI, 2011]. En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma» [Francisco, 2015].
Principio del bien común: La custodia del medioambiente es un asunto ético-social y, por lo mismo, inseparable de la noción de bien común que implica tanto el respeto de la persona humana como el principio de subsidiaridad, lo anterior particularmente en relación con importante papel que le compete al Estado en dicha materia, y a la consideración de la familia como la célula básica de la sociedad (principios de justicia social y solidaridad, y la opción preferencial por los pobres). Respecto de esta última se afirma en el número 158:
En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias del destino común de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium [números 186-201], exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta mirar la realidad para entender que esta opción hoy es una exigencia ética fundamental para la realización efectiva del bien común.
6. Algunas claves para leer los capítulos quinto “Algunas líneas de orientación y acción” y sexto “Educación y espiritualidad ecológica”: Diálogo, del ambiente de las soluciones a la crisis socio-ambiental
Es imposible encontrar soluciones y trabajar en ellas sin el diálogo de todos, pues la crisis socio-ambiental afecta a todos y su superación compete también a todos, aunque las responsabilidades sean diferenciadas. El diálogo es apertura al otro y a sus posiciones, pero también apertura a la realidad y a los problemas concretos y a sus causas, como asimismo al reconocimiento de la debilidad y fragilidad de algunas instancias, grupos sociales y personas. La palabra “diálogo” está contenida en todos los sub-acápites del capítulo quinto; el número 201 hasta un cierto punto los recapitula:
La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea» [Evangelii Gaudium, 231].
Apostar por otro estilo de vida: La crisis socio-ambiental nos lleva a experimentar inestabilidad e inseguridad, sobre todo porque pareciera que nos dominara un círculo vicioso egocéntrico y consumista, del cual nadie podría liberarse, ni personal ni comunitariamente. Pero la fe y la sana razón nos enseñan que el hombre, aunque puede estar altamente condicionado, no está determinado; que no hay un destino fatal, sino al contrario él está llamado a desencadenar su capacidad de reacción y cambio no solo a nivel individual, sino también colectivo. Es lo que reza el número 205:
Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
Educación ambiental: Por cierto, describir la gravedad de la crisis socio-ambiental que nos aqueja sería infructuoso; lo mismo solo concientizarse de su existencia y repercusiones. Se debe, además, traducir estos discursos y experiencias en hábitos nuevos, especialmente de uso del ambiente y de consumo de bienes que este nos proporciona; como es difícil cambiar los imperantes, estamos ante un desafío educativo, cuyo norte ha de ser la responsabilidad y el compromiso ecológicos en todos los ámbitos, comenzando en la vida cotidiana. El número 211 lo enseña con claridad:
Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
Conversión ecológica: El cuidado de la casa común que requerimos para superar la crisis medio-ambiental del ecosistema mundial requiere una conversión no solo personal, sino también comunitaria y social, en todos los ámbitos territoriales pensables y, por supuesto, también planetario, según leemos en el número 219:
Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de realización» [Romano Guardini]. La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria.
7. Aportes de la oración y la fe para una nueva relación del cristiano con el medioambiente
La fe es ante todo una relación personal y comunitaria del creyente con su Señor, de modo que las líneas de acción, los proyectos educativos y toda otra iniciativa --incluida la conversión ecológica-- no puede aislarse de una profunda vivencia religiosa, por más humanistas que sean los motivos que las animan. Así lo asevera el número 200:
Por otra parte, cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad. En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder mejor a las necesidades actuales.
La creación trasluce a su Creador y, al mismo tiempo, el ser humano se encuentra con su Creador a través de las cosas y las personas creadas. Se trata de una relación totalmente gratuita que se prologa en las relaciones con las demás criaturas, como se expresa en el número 221:
Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís.
El encuentro con su Hacedor se da también en todas las cosas, según enseña el número 233:
El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre [refiriéndose al maestro Alí Al-Kawwas]. El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas exteriores» [In II. Sent, 23. 2,3].
Este dinamismo de encuentro íntimo con el Señor, a través de las criaturas y en ellas, tiene su forma sublime en la Eucaristía y, a su vez, ella nos propulsa a comprometernos con el cuidado de la casa común. Es el contenido esencial del número 236:
En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo» [166]. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo» [Benedicto XVI, 2006]. Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado.
Conclusión
Las siete claves propuestas para leer la encíclica Laudato si’ quieren servir de ayuda para profundizar nuestro compromiso con la ecología humana y ambiental que dimana de nuestra fe en Dios, uno y trino. En efecto, al crear toda la realidad, Dios constata que todo es bueno, en especial la humanidad creada a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27). Crea todo para la comunión. Ante el rechazo del don original y sus nefastas consecuencias, Dios deja ver el abismo de su misericordia, tejiendo con la humanidad la historia de la salvación. Pues tanto amó al mundo que, en la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida, y vida en abundancia (cf. Jn 3,16; 10,10): la participación filial, por gracia, en la comunión de las tres divinas personas. En ella participa también de un modo misterioso toda la creación, aunque espera anhelante la plena consumación de la historia, cuando Dios haga nuevas todas las cosas, “tierra nueva y cielos nuevos”, donde resplandezca
Artículo publicado en la edición Nº 1.187 (JULIO- SEPTIEMBRE 2015) Autor:Andrés Ferrada M., Facultad de Teología UC Para citar: Ferrada, Andrés; Siete claves para leer la Carta encíclica Laudato Si', en La Revista Católica, Nº1.187, julio-septiembre 2015, pp. 233-243.
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Siete claves para leer la Carta Encíclica Laudato si’  Andrés Ferrada, Pbro. Facultad de Teología Pontificia Universidad Católica de Chile

 
1. Motivo y ocasión de la carta
Expresamente, la nueva encíclica se engarza a la enseñanza de los últimos Papas, desde San Juan XXIII a Benedicto XVI, acerca de la verdad de la creación y la misión del ser humano en ella. Percibimos así un motivo expreso de preocupación eclesial por el medio ambiente, en una continuidad no sólo teológico-pastoral, sino también a nivel de los aportes recibidos de la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones sociales. En efecto, Laudato si’ es una prolongación de un rico acerbo de sabiduría eclesial y humana.
Además, la encíclica puntualiza que “también fuera de la Iglesia Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas que nos preocupan a todos” (número 7). En consecuencia, ella refleja también un motivo de comunión íntima de los cristianos, todas las religiones y todos los hombres en una común preocupación por la casa que todos compartimos. Este es quizás el motivo más interior.
En cuanto a la ocasión, sin duda, se trata de observar de la situación actual, de la grave crisis medioambiental por la que atravesamos y de la esperanza de su superación. En efecto, se argumenta en el número 13:
El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común.
2. Autor
La carta es obra del Papa Francisco, quien recibió la ayuda de sus colaboradores de la curia romana y de otras personas que le han aportado o inspirado en su reflexión.
Entre las figuras inspiradoras destaca san Francisco de Asís. En efecto, el Papa cree que “Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad” (número 10). El Santo Padre enfatiza que “su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano” (número 11).
3. Plan de la encíclica
En los primeros párrafos se abordan algunos puntos introductorios: Este mundo nos resulta indiferente; Unidos por una misma preocupación; San Francisco de Asís: Mi llamado.
Capítulo primero: Lo que le está pasando a nuestra casa. Dividido en siete acápites: I. Contaminación y cambio climático; II. La cuestión del agua; III. Pérdida de biodiversidad; IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social; V. Inequidad planetaria; VI. La debilidad de las reacciones; VII. Diversidad de opiniones.
Capítulo segundo: El evangelio de la creación. También subdividido en siete acápites: I. La luz que ofrece la fe; II. La sabiduría de los relatos bíblicos; III. El misterio del universo; IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado; V. Una comunión universal; VI. Destino común de los bienes; VII. La mirada de Jesús.
Capítulo tercero: Raíz humana de la crisis ecológica. Su contenido se distribuye en tres puntos: I. La tecnología: creatividad y poder; II. Globalización del paradigma tecnocrático; III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno (contiene sub-acápites: El relativismo práctico; Necesidad de preservar el trabajo; Innovación biológica a partir de la investigación).
Capítulo cuarto: Una ecología integral. Está dividido en cinco acápites: I. Ecología ambiental, económica y social; II. Ecología cultural; III. Ecología de la vida cotidiana; IV. El principio del bien común; V. Justicia entre las generaciones.
Capítulo quinto: Algunas líneas de orientación y acción. Las siguientes cuatro líneas: I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional; II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales; III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales; IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana; V. Las religiones en el diálogo con las ciencias.
Capítulo sexto: Educación y espiritualidad ecológica. Su contenido se reparte en nueve acápites: I. Apostar por otro estilo de vida; II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente; III. Conversión ecológica; IV. Gozo y paz; V. Amor civil y político; VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo; VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas; VIII. Reina de todo lo creado; IX. Más allá del sol.
Finalmente se ofrecen dos oraciones: una general, sin referencias directas al misterio cristiano: Oración por nuestra tierra; y otra con dichas referencias: Oración cristiana con la creación.
4. Algunas claves para leer los tres primeros capítulos de la encíclica:
La realidad primero
En estos capítulos se llama a tomar conciencia de la grave crisis por la que atravesamos, la casa común está siendo sometida a un deterioro que no podemos desconocer y que requerimos observar mejor, no solo para describirla sino también para que nos comprometamos vitalmente en superarla. Así lo expresa con severo tono en el número 61, conclusivo del capítulo primero “Lo que le está pasando a nuestra casa”:
Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común. La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están especialmente en riesgo y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre las regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha defraudado las expectativas divinas» [Juan Pablo II, 2001].
El cosmos creatura de Dios y el hombre su administrador
El universo, el mundo, la naturaleza, el hombre, a la luz de la revelación son obras de Dios, criaturas suyas; siempre están en relación con Él. Las mantiene en el ser y las dirige a su finalidad. El hombre, ha sido amado por Dios para que “labre y custodie” la tierra, no como un dominador sino como un administrador. Por eso, el ser humano debe conocer y respetar la bondad de las demás criaturas. Su dignidad se manifiesta precisamente en el amor con que ha sido creado y al que ha sido destinado. Leamos estas ideas en el número 65, del capítulo segundo “El evangelio de la creación”:
La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas» [CEC 357]. San Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad infinita [Juan Pablo II 1980].
En ese mismo capítulo se profundiza en la causa de la crisis ecológica que vivimos, precisamente en el misterio de la libertad humana, en el número 66:
Los relatos de la creación en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo, profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19).
Pero, sin duda, Jesús, en su persona y en su ministerio, ofrece la solución, pues reconduce toda la realidad creada a su misterio original, sanándola de sus heridas, y la eleva a su fin último en la participación de la gloria del Señor. Esta es la profunda radicación cristológica de la doctrina y la praxis medioambiental de la Iglesia, como lo explica el número 99, del mismo capítulo segundo “El evangelio de la creación”:
Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él» (Col 1,16) [80]. El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
Todo está conectado
Todo está conectado, relacionado, es una de las convicciones fundamentales del mensaje de la encíclica, de la que se sigue que “el cuidado de la casa común”, la ecología, pone de manifiesto la imperiosa necesidad que tenemos de una comprensión integral de toda la realidad que comprenda la persona humana, la familia, la sociedad y el medio ambiente. Así lo pone de manifiesto el número 117, del capítulo tercero “Raíz humana de la crisis ecológica”:
La falta de preocupación por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza» [Centesimus annus 37].
5. Algunas claves para leer el capítulo cuarto: Una ecología integral.
Ecología integral: ambiental, económica y social
El cuidado de la casa común exige tener conciencia de que no se puede aislar este cometido de esfuerzos por instaurar un orden económico y social siempre más justo, para lo cual deben mancomunarse todas las energías vitales desde una aproximación integral que comprende que todo está relacionado. Así lo afirma sin ambages el número 139:
Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.
Ecología de la vida cotidiana: Ciertamente, la superación de la grave crisis socio-ambiental por la que atraviesa la humanidad requiere del concurso de todos, no solo de las personas que tienen injerencia en los organismos internacionales, estaduales, científicos e investigativos y/o socio-económicos, especialmente los constructores de la sociedad, sino también a cada persona en su vida cotidiana.
En el número 148 se lo enfatiza en estos términos:
Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad. Por ejemplo, en algunos lugares, donde las fachadas de los edificios están muy deterioradas, hay personas que cuidan con mucha dignidad el interior de sus viviendas, o se sienten cómodas por la cordialidad y la amistad de la gente. La vida social positiva y benéfica de los habitantes derrama luz sobre un ambiente aparentemente desfavorable. A veces es encomiable la ecología humana que pueden desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia producida por la aglomeración en residencias y espacios con alta densidad poblacional se contrarresta si se desarrollan relaciones humanas cercanas y cálidas, si se crean comunidades, si los límites del ambiente se compensan en el interior de cada persona, que se siente contenida por una red de comunión y de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un infierno y se convierte en el contexto de una vida digna.
Ecología humana: Los esfuerzos ecológicos tienen un núcleo moral que se percibe íntimamente en la propia realidad corpóreo-espiritual, en relación consigo mismo y con los demás, en particular en la complementariedad entre el hombre y la mujer. Así se lee con claridad en el número 155:
La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo» [Benedicto XVI, 2011]. En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma» [Francisco, 2015].
Principio del bien común: La custodia del medioambiente es un asunto ético-social y, por lo mismo, inseparable de la noción de bien común que implica tanto el respeto de la persona humana como el principio de subsidiaridad, lo anterior particularmente en relación con importante papel que le compete al Estado en dicha materia, y a la consideración de la familia como la célula básica de la sociedad (principios de justicia social y solidaridad, y la opción preferencial por los pobres). Respecto de esta última se afirma en el número 158:
En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias del destino común de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium [números 186-201], exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta mirar la realidad para entender que esta opción hoy es una exigencia ética fundamental para la realización efectiva del bien común.
6. Algunas claves para leer los capítulos quinto “Algunas líneas de orientación y acción” y sexto “Educación y espiritualidad ecológica”: Diálogo, del ambiente de las soluciones a la crisis socio-ambiental
Es imposible encontrar soluciones y trabajar en ellas sin el diálogo de todos, pues la crisis socio-ambiental afecta a todos y su superación compete también a todos, aunque las responsabilidades sean diferenciadas. El diálogo es apertura al otro y a sus posiciones, pero también apertura a la realidad y a los problemas concretos y a sus causas, como asimismo al reconocimiento de la debilidad y fragilidad de algunas instancias, grupos sociales y personas. La palabra “diálogo” está contenida en todos los sub-acápites del capítulo quinto; el número 201 hasta un cierto punto los recapitula:
La mayor parte de los habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que «la realidad es superior a la idea» [Evangelii Gaudium, 231].
Apostar por otro estilo de vida: La crisis socio-ambiental nos lleva a experimentar inestabilidad e inseguridad, sobre todo porque pareciera que nos dominara un círculo vicioso egocéntrico y consumista, del cual nadie podría liberarse, ni personal ni comunitariamente. Pero la fe y la sana razón nos enseñan que el hombre, aunque puede estar altamente condicionado, no está determinado; que no hay un destino fatal, sino al contrario él está llamado a desencadenar su capacidad de reacción y cambio no solo a nivel individual, sino también colectivo. Es lo que reza el número 205:
Sin embargo, no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
Educación ambiental: Por cierto, describir la gravedad de la crisis socio-ambiental que nos aqueja sería infructuoso; lo mismo solo concientizarse de su existencia y repercusiones. Se debe, además, traducir estos discursos y experiencias en hábitos nuevos, especialmente de uso del ambiente y de consumo de bienes que este nos proporciona; como es difícil cambiar los imperantes, estamos ante un desafío educativo, cuyo norte ha de ser la responsabilidad y el compromiso ecológicos en todos los ámbitos, comenzando en la vida cotidiana. El número 211 lo enseña con claridad:
Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
Conversión ecológica: El cuidado de la casa común que requerimos para superar la crisis medio-ambiental del ecosistema mundial requiere una conversión no solo personal, sino también comunitaria y social, en todos los ámbitos territoriales pensables y, por supuesto, también planetario, según leemos en el número 219:
Sin embargo, no basta que cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad y su libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales: «Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una unidad de realización» [Romano Guardini]. La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria.
7. Aportes de la oración y la fe para una nueva relación del cristiano con el medioambiente
La fe es ante todo una relación personal y comunitaria del creyente con su Señor, de modo que las líneas de acción, los proyectos educativos y toda otra iniciativa --incluida la conversión ecológica-- no puede aislarse de una profunda vivencia religiosa, por más humanistas que sean los motivos que las animan. Así lo asevera el número 200:
Por otra parte, cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad. En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder mejor a las necesidades actuales.
La creación trasluce a su Creador y, al mismo tiempo, el ser humano se encuentra con su Creador a través de las cosas y las personas creadas. Se trata de una relación totalmente gratuita que se prologa en las relaciones con las demás criaturas, como se expresa en el número 221:
Diversas convicciones de nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís.
El encuentro con su Hacedor se da también en todas las cosas, según enseña el número 233:
El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre [refiriéndose al maestro Alí Al-Kawwas]. El ideal no es sólo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba san Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas exteriores» [In II. Sent, 23. 2,3].
Este dinamismo de encuentro íntimo con el Señor, a través de las criaturas y en ellas, tiene su forma sublime en la Eucaristía y, a su vez, ella nos propulsa a comprometernos con el cuidado de la casa común. Es el contenido esencial del número 236:
En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo» [166]. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo» [Benedicto XVI, 2006]. Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado.
Conclusión
Las siete claves propuestas para leer la encíclica Laudato si’ quieren servir de ayuda para profundizar nuestro compromiso con la ecología humana y ambiental que dimana de nuestra fe en Dios, uno y trino. En efecto, al crear toda la realidad, Dios constata que todo es bueno, en especial la humanidad creada a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27). Crea todo para la comunión. Ante el rechazo del don original y sus nefastas consecuencias, Dios deja ver el abismo de su misericordia, tejiendo con la humanidad la historia de la salvación. Pues tanto amó al mundo que, en la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida, y vida en abundancia (cf. Jn 3,16; 10,10): la participación filial, por gracia, en la comunión de las tres divinas personas. En ella participa también de un modo misterioso toda la creación, aunque espera anhelante la plena consumación de la historia, cuando Dios haga nuevas todas las cosas, “tierra nueva y cielos nuevos”, donde resplandezca eternamente su justicia y su misericordia (cf. Ap 21,1.5).