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Religioso capuchino y español, psicólogo y experto canónico, monseñor Celestino Aós desempeñó su misión pastoral en diversos lugares de España y Chile, hasta que en 2014 el Papa Francisco lo nombró obispo de Copiapó. El 23 de marzo de 2019 se comunicó su designación como Administrador Apostólico sede vacante et ad nutum Sanctae Sedis de la Arquidiócesis de Santiago de Chile, cargo que asumió al día siguiente, sucediendo como pastor de dicha iglesia particular al cardenal Ricardo Ezzati Andrello, sdb. A continuación presentamos la homilía que pronunció durante la Eucaristía con que inició su nuevo servicio como sucesor de los apóstoles.

Homilía de Monseñor Celestino Aós al inicio de su servicio como Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Santiago

Dios de las sorpresas, Dios de las maravillas, dice la Virgen María. El Dios que sorprendió a Moisés mismo y luego a los israelitas, sabiendo que a través de él iba a liberarlos de la esclavitud de Egipto, ha ido alargando la lista de los que fueron llamados como pastores a esta Iglesia de Santiago.
En la persona de monseñor Ricardo Ezzati agradezco a todos los pastores, obispos, sacerdotes y diáconos de esta Iglesia particular de Santiago. Como Moisés, supieron de horas de luz y de horas de cruz. Dios, solo Dios conoce toda su generosidad y dedicación, todos sus esfuerzos y trabajos. Ninguna comunidad puede olvidar a sus pastores y padres en la fe que Jesucristo le asignó. Así como lo sostuvieron las oraciones de los fieles, cuente, Señor Cardenal, con nuestra amistad y nuestras oraciones, y siga usted poniéndonos bajo la protección maternal de María Auxiliadora. En particular le pido a Usted y les pido también a todos ustedes, queridas hermanas y hermanos, que recen por mí para que yo pueda ir conociendo a esta Iglesia, la vaya amando con sus virtudes y cualidades y con sus deficiencias y pecados, y para que pueda servirla caminando con todos, buscando y discerniendo la voluntad de Dios.
Agradezco al Santo Padre, el Papa Francisco, que en estos momentos y circunstancias, conociendo mi pequeñez y limitaciones, ha considerado que debía sumar mi colaboración a su tarea por el bien de esta Iglesia de Santiago y de Chile.
A ninguno de ustedes se les oculta que es un servicio de exigencia y de cruz. Recen por el Papa, como él mismo suele pedirlo, y recen, recen mucho por mí. Agradezco las enseñanzas y orientaciones que el Papa nos dejó en su visita a Chile y en la carta que nos escribió posteriormente. En horas de turbulencia, desconcierto y turbación, cuando los apóstoles sienten la ausencia de Jesús, que está crucificado y ellos también están crucificados, somos llamados a confiar y a renovar nuestro “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Y somos llamados a no quedarnos rumiando la desolación, a no caer en la duda, el miedo y la desconfianza, somos llamados a pasar de una Iglesia de abatidos, desolados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado.
Agradezco a tantos sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos que viven su consagración y realizan sus misiones con generosidad y sacrificio, con serenidad y alegría, con lealtad y respeto a los hermanos. Agradezco a tantos matrimonios y familias que viven sosteniendo su amor y su fidelidad en la fuerza de Jesús. Nuestras familias son un tesoro que Dios nos encarga cuidar y vitalizar. Agradezco a todos los cristianos que viviendo sus compromisos bautismales son testigos en sus ambientes y trabajos de Jesucristo resucitado; llamados individualmente, pero siempre a ser parte de un grupo más grande: la Iglesia.
Sé que juntos nos ocuparemos de los que sufren, en las cárceles y en los hospitales, porque están cesantes o en trabajos indignamente remunerados; por los inmigrantes, por los estudiantes, a quienes no se les da una formación y educación valórica, humana y cristiana.
De un modo especial, atenderemos y serviremos a los que sufren el atropello a su dignidad de persona, resultado de los abusos y delitos absolutamente injustificables y absolutamente intolerables por parte de clérigos. No bastan retoques de maquillaje, necesitamos reformas y cambios profundos, cambios que parten del corazón de cada uno de nosotros, que tiene que buscar la verdad y la justicia para ser cada día más misericordioso. Los cuidados y el respeto que nos damos unos a otros harán que podamos florecer y dar frutos. El maltrato y el abuso siempre lesionan, disminuyen la vitalidad e impiden que las personas florezcan y den frutos tal como Jesús quiere. “Mi Padre recibe gloria cuando ustedes dan fruto y fruto abundante” (cfr. Jn 15,8). “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
Que Jesucristo nos conceda escuchar a nuestro corazón y nos ayude a aprender a discernir. La Tierra Prometida está delante y no atrás, una promesa de ayer, pero para mañana. Para avanzar pedimos a Dios que nos dé la valentía de llamar a las cosas por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo. Que nos conceda la sabiduría para no tomar a los que se nos oponen como enemigos, sino a aceptar con serenidad las críticas y las contradicciones. El apóstol nos ha recordado que muchos fueron los elegidos, pero no todos fueron fieles, algunos pecaron y nosotros nos hemos identificado con el pecador que reconoce la misericordia de Dios en la historia del Pueblo de Dios y en su propia historia personal. El Señor es misericordioso y compasivo.
¿ Qué nos mantiene a nosotros como apóstoles? Fuimos tratados con misericordia, de ahí la invitación a no esconder nuestras propias llagas, a no ser autorreferenciales, ni juzgarnos superiores. El Espíritu Santo y la Virgen María nos ayudarán a encontrar en nuestras heridas, en nuestras llagas, los signos de la resurrección de Jesucristo.
Al final la pregunta de Jesús es clara: “¿Tú me amas?” (Jn 21,16). Y es ahora y ya cuando cada uno debemos responder no solo con nuestras palabras, sino con nuestras obras. No esperemos un mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal, un pastor ideal para vivir o para evangelizar. Jesucristo siempre puede renovar nuestra vida y nuestra comunidad. A Él le pedimos que tenga misericordia de nosotros, que ponga a nuestro lado a personas misericordiosas, que haga de nosotros personas misericordiosas que van dando frutos y obras de misericordia, imitando a san Francisco de Asís, repetiremos una y otra vez la oración:
“Oh, Señor, hazme un instrumento de tu paz;
donde hay odio, que lleve yo el amor;
donde haya ofensa, que lleve yo el perdón;
donde haya discordia, que lleve yo la unión;
donde haya duda, que lleve yo la fe;
donde haya error, que lleve yo la verdad;
donde haya desesperación, que lleve yo la alegría;
donde haya tinieblas, que lleve yo la luz.
Oh Maestro, haced que yo no busque tanto
ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando que se recibe,
perdonando que se es perdonado,
muriendo que se resucita a la Vida Eterna”.
IMAGEN: iglesiadesantiago.cl
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Homilía de Monseñor Celestino Aós al inicio de su servicio como Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Santiago

Dios de las sorpresas, Dios de las maravillas, dice la Virgen María. El Dios que sorprendió a Moisés mismo y luego a los israelitas, sabiendo que a través de él iba a liberarlos de la esclavitud de Egipto, ha ido alargando la lista de los que fueron llamados como pastores a esta Iglesia de Santiago.
En la persona de monseñor Ricardo Ezzati agradezco a todos los pastores, obispos, sacerdotes y diáconos de esta Iglesia particular de Santiago. Como Moisés, supieron de horas de luz y de horas de cruz. Dios, solo Dios conoce toda su generosidad y dedicación, todos sus esfuerzos y trabajos. Ninguna comunidad puede olvidar a sus pastores y padres en la fe que Jesucristo le asignó. Así como lo sostuvieron las oraciones de los fieles, cuente, Señor Cardenal, con nuestra amistad y nuestras oraciones, y siga usted poniéndonos bajo la protección maternal de María Auxiliadora. En particular le pido a Usted y les pido también a todos ustedes, queridas hermanas y hermanos, que recen por mí para que yo pueda ir conociendo a esta Iglesia, la vaya amando con sus virtudes y cualidades y con sus deficiencias y pecados, y para que pueda servirla caminando con todos, buscando y discerniendo la voluntad de Dios.
Agradezco al Santo Padre, el Papa Francisco, que en estos momentos y circunstancias, conociendo mi pequeñez y limitaciones, ha considerado que debía sumar mi colaboración a su tarea por el bien de esta Iglesia de Santiago y de Chile.
A ninguno de ustedes se les oculta que es un servicio de exigencia y de cruz. Recen por el Papa, como él mismo suele pedirlo, y recen, recen mucho por mí. Agradezco las enseñanzas y orientaciones que el Papa nos dejó en su visita a Chile y en la carta que nos escribió posteriormente. En horas de turbulencia, desconcierto y turbación, cuando los apóstoles sienten la ausencia de Jesús, que está crucificado y ellos también están crucificados, somos llamados a confiar y a renovar nuestro “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Y somos llamados a no quedarnos rumiando la desolación, a no caer en la duda, el miedo y la desconfianza, somos llamados a pasar de una Iglesia de abatidos, desolados, a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a nuestro lado.
Agradezco a tantos sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos que viven su consagración y realizan sus misiones con generosidad y sacrificio, con serenidad y alegría, con lealtad y respeto a los hermanos. Agradezco a tantos matrimonios y familias que viven sosteniendo su amor y su fidelidad en la fuerza de Jesús. Nuestras familias son un tesoro que Dios nos encarga cuidar y vitalizar. Agradezco a todos los cristianos que viviendo sus compromisos bautismales son testigos en sus ambientes y trabajos de Jesucristo resucitado; llamados individualmente, pero siempre a ser parte de un grupo más grande: la Iglesia.
Sé que juntos nos ocuparemos de los que sufren, en las cárceles y en los hospitales, porque están cesantes o en trabajos indignamente remunerados; por los inmigrantes, por los estudiantes, a quienes no se les da una formación y educación valórica, humana y cristiana.
De un modo especial, atenderemos y serviremos a los que sufren el atropello a su dignidad de persona, resultado de los abusos y delitos absolutamente injustificables y absolutamente intolerables por parte de clérigos. No bastan retoques de maquillaje, necesitamos reformas y cambios profundos, cambios que parten del corazón de cada uno de nosotros, que tiene que buscar la verdad y la justicia para ser cada día más misericordioso. Los cuidados y el respeto que nos damos unos a otros harán que podamos florecer y dar frutos. El maltrato y el abuso siempre lesionan, disminuyen la vitalidad e impiden que las personas florezcan y den frutos tal como Jesús quiere. “Mi Padre recibe gloria cuando ustedes dan fruto y fruto abundante” (cfr. Jn 15,8). “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
Que Jesucristo nos conceda escuchar a nuestro corazón y nos ayude a aprender a discernir. La Tierra Prometida está delante y no atrás, una promesa de ayer, pero para mañana. Para avanzar pedimos a Dios que nos dé la valentía de llamar a las cosas por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo. Que nos conceda la sabiduría para no tomar a los que se nos oponen como enemigos, sino a aceptar con serenidad las críticas y las contradicciones. El apóstol nos ha recordado que muchos fueron los elegidos, pero no todos fueron fieles, algunos pecaron y nosotros nos hemos identificado con el pecador que reconoce la misericordia de Dios en la historia del Pueblo de Dios y en su propia historia personal. El Señor es misericordioso y compasivo.
¿ Qué nos mantiene a nosotros como apóstoles? Fuimos tratados con misericordia, de ahí la invitación a no esconder nuestras propias llagas, a no ser autorreferenciales, ni juzgarnos superiores. El Espíritu Santo y la Virgen María nos ayudarán a encontrar en nuestras heridas, en nuestras llagas, los signos de la resurrección de Jesucristo.
Al final la pregunta de Jesús es clara: “¿Tú me amas?” (Jn 21,16). Y es ahora y ya cuando cada uno debemos responder no solo con nuestras palabras, sino con nuestras obras. No esperemos un mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal, un pastor ideal para vivir o para evangelizar. Jesucristo siempre puede renovar nuestra vida y nuestra comunidad. A Él le pedimos que tenga misericordia de nosotros, que ponga a nuestro lado a personas misericordiosas, que haga de nosotros personas misericordiosas que van dando frutos y obras de misericordia, imitando a san Francisco de Asís, repetiremos una y otra vez la oración:
“Oh, Señor, hazme un instrumento de tu paz;
donde hay odio, que lleve yo el amor;
donde haya ofensa, que lleve yo el perdón;
donde haya discordia, que lleve yo la unión;
donde haya duda, que lleve yo la fe;
donde haya error, que lleve yo la verdad;
donde haya desesperación, que lleve yo la alegría;
donde haya tinieblas, que lleve yo la luz.
Oh Maestro, haced que yo no busque tanto
ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando que se recibe,
perdonando que se es perdonado,
muriendo que se resucita a la Vida Eterna”.
IMAGEN: iglesiadesantiago.cl