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Las cartas que obispos y sacerdotes leales a Karadima enviaron al Vaticano para exculparlo
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Artículo publicado en la edición Nº 1.199 (JULIO-SEPTIEMBRE 2018) Autor: Marcial Sánchez Gaete Para citar: Sánchez, Marcial; Situación de la Iglesia en tiempos de una profunda crisis. Reflexión y perspectiva histórica, en La Revista Católica, Nº1.199, julio-septiembre de 2018, pp. 244-260.
   
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Situación de la Iglesia en tiempos de profunda crisis.  Reflexión y perspectiva histórica. Marcial Sánchez Gaete[1]

 
«Pase lo que pase, comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo» (Flp 1,27)
La realidad que se nos presenta cada mañana nos hace mirar constantemente hacia lo más íntimo de nuestro propio ser, como buscando respuestas a tiempos idos, como queriendo desatar muchas cosas trabadas bajo gruesas murallas de sinrazones. Así es, cada uno de nosotros somos hijos de nuestro tiempo y como tales respondemos a inquietudes cotidianas que nos interpelan y, en algunas ocasiones, nos vulneran quitándonos lo esencial, lo sublime y colocándonos en los espacios de decir lo que otros quieren que digas, perdiendo de este modo la dinámica básica de la razón, del cuestionamiento lógico y cayendo en estados de realidades de otros. Se nos presentan mundos extraños a los cuales debemos enfrentar con la esperanza de vencer, como la barca mar a dentro que no sabe de puertos, solo de oleajes y miedos. ¿Cómo enfrentar estos tiempos de incertidumbre? Algunos plantean «deja que la barca navegue sola que llegará a su destino», otros sugieren tomar fuerte el timón y no soltarlo dejándose guiar por el buen hacer, por el conocimiento del mar y de la barcaza que suena fuerte ante cada andar.
El hombre grita fuerte por la búsqueda de la verdad, ha sido una constante en la historia, de cualquier historia, donde la cosmovisión de lo estable se entrelaza con lo sobrenatural, donde la creencia muestra los caminos seguros a la felicidad eterna, donde el amor es pieza fundamental en la lucha de lo verdadero. Así es el hombre, busca incesantemente su realidad en la verdad en un camino en donde debe afrontar su propio conocimiento y saber reconocerse a cada paso que da, buscando el reencantamiento en la vida. En este deambular acechan los miedos del encuentro y los silencios impuestos por la razón del siempre estar. Gracias a la tenacidad de algunos pocos y el esfuerzo de muchos, el hombre ha accedido a esa verdad en la historia.
En esta realidad de búsqueda, muchas veces «perdimos al fin toda esperanza» (Hch 27,20), como desafiando al destino de los tiempos presentes, cayendo en la entrega de constantes establecidas por los hombres, inquebrantables momentos de duda, donde la mirada al futuro se confunde con el presente, con el temor de colocarnos en las sombras del pasado.  «El barco quedó atrapado por la tempestad y no podía hacerle frente al viento» (Hch 27,15). Se nubla la mirada, la tempestad no deja ver, los gritos y las órdenes se confunden, las amarras no son las adecuadas, las velas se quebrajan, el barco se llena de agua atrapado en la inmensidad del mar. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? ¿En quién confiar? ¿Cómo no perder la esperanza?
Ahora bien, la verdad sobrepasa el tiempo y el cambio, e instala un marco de relaciones correctas, donde la conexión de la verdad con el error se funde en la iluminación de un “algo” que esconde otra cosa o circunstancia. Donde el querer saber es un derivado del deseo de poder en el que la verdad «nunca se consigue de buenas a primeras, sino solo en un segundo intento, como producto de la critica que destruye o que antes parecía ser el caso”.[2] Así, el futuro se va convirtiendo en un eterno enigma de la conciencia, de pertenecer a instantes de relojes de arena donde nos esperan las trasformaciones de mutaciones contantes del pasado, de transiciones de conductas aprendidas que van dialogando y transformando la comprensión de los entornos y las dinámicas humanas. Es el tiempo de lo asible, es la espera de lo venidero, es la quietud propia de lo posible.
Son las incertidumbres, las interrogantes de la identidad reflexiva donde será la propia vivencia la motivadora atendible al descubrimiento de la respuesta del presente, instante, paréntesis que denota realidad de pertenencia de sensaciones conjeturadas por nuestros sentidos como un verdadero acopio de memoria corporal, con una delirante capacidad de búsqueda. Son los espacios de lo público y lo privado, invitándonos a compartir la línea divisoria de la composición armónica del ser humano. ¿Dónde quedarnos, en lo íntimo o en lo externo? Son los estados de cognición que nos develan que el cruce de la vereda es como la invitación a recorrer sin divagar los peldaños de la escalera del fin del mundo, donde sabemos dónde pisar, pero no sabemos dónde llegar.
Miradas por el cerrojo
En el Chile del principio del siglo XX, los ojos miraban la portada de un periódico de época que daba cuenta del abuso sexual de un niño en su colegio como sin creer el espantoso titular, las realidades humanas no se hicieron esperar y las búsquedas de respuestas a una verdad sin vuelta atrás. Así, corría el viernes 30 de diciembre 1904 cuando en el diario Las Últimas Noticias en la sección cartas al director se lee: “Se encuentra enfermo el señor don Juan de Dios Correa Sanfuentes”. La pregunta de la sociedad santiaguina de la época era qué mal le aquejaba a este hombre quien había sido diputado, además de integrante de la Comisión de Negocios Eclesiásticos. La causa de la enfermedad se conoció al pasar los días, uno de sus hijos había sido abusado sexualmente por un religioso del colegio, situación producida el lunes siguiente a la Navidad de 1904. Esto llevó a que el hermano mayor, al enterarse de los hechos, se apersonó en el establecimiento a encarar al responsable y a las autoridades. La escena en la que el joven enfrenta al abusador fue reproducida por la prensa:
“Señor perdóneme no pude resistir un impulso superior a mis fuerzas”- fue la respuesta del religioso.
Y cayendo de rodillas agregó:
“Ha sido una infamia… lo comprendo…pero estoy arrepentido…aquí muchos han hecho lo mismo…a cualquiera puede ocurrirle igual cosa…”.
Según lo que cuenta el periódico, el hermano de la víctima golpeó al agresor con un bastón hasta rompérselo en la espalda.
La edición del 1 de enero de 1905 del diario La Ley daba cuenta de la relación de hechos: «En la calle de las Rosas, entre Bandera y Morandé está ubicado un gran establecimiento de educación, fundado por la congregación de los Hermanos de las escuelas cristianas. Es el colegio San Jacinto, en donde reciben educación numerosos niños de familias distinguidas y pudientes. En uno de los cursos elementales de este establecimiento, estudiaba clases de preparatoria el niño Andrés Correa Ariztía de ocho años e hijo de don Juan de Dios Correa Sanfuentes.
El niño Correa Ariztía fue desde el primer momento, objeto de las mayores y más solícitas atenciones de parte de su profesor el hermano Santiago Herreros Cerda. Transcurrió el año de estudio y llegada la época de exámenes de premios y distinciones el hermano Santiago no quiso desperdiciar esta propicia oportunidad para singularizarse una vez más con su querido discípulo; y fueron para el niño Correa las mejores votaciones en los exámenes de su curso. Los certificados de estos premios los retiró el hermano Herreros de poder del niño, y a la una de la tarde del lunes último lo hizo ir a su dormitorio para hacerle entrega de esos documentos. Permítasenos cubrir con el velo del silencio a que nos obliga el respeto que nos merecen los lectores de estos sucesos la escena que siguió».
El ministro de Instrucción Guillermo Rivera Cotapos instruyó, al día siguiente, la diligencia de una denuncia ante el juzgado del crimen. Por su parte, el arzobispo Mariano Casanova anunció a través del periódico El Chileno su intención de clausurar el colegio una vez que se constatara la veracidad de la denuncia. Por los antecedentes que se disponen, sabemos que el director del colegio San Jacinto, el hermano Junien, no entregó al agresor a la justicia. “Herreros me pidió que le permitiera dirigirse por algunos días a Colina, a un fundo que ahí poseemos a fin de pensar allí el camino que le sería más conveniente adoptar. Díle la autorización del caso y allá se dirigió”. Esa fue la última vez que se vio al hermano Santiago. Según una carta enviada a su madre, después de pasar por Colina escapó a Mendoza.
Por su parte, la denuncia tomo su curso y tras cinco días desde que se hizo pública, el Juzgado del Crimen informó al Gobierno y al arzobispado los resultados de la diligencia: “las investigaciones practicadas hasta hoy han autorizado el enjuiciamiento criminal de varios profesores del Colegio”. Con estos antecedentes el ministro de instrucción decidió actuar y haciendo uso de sus facultades ordenó a través de un Decreto Supremo la clausura de todos los establecimientos que sumaban más de catorce colegios de la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, instituciones en las que estudiaban cerca de dos mil niños. Esta decisión no fue bien recibida por el mundo católico de la época, como lo expresa en diario El Porvenir que bajo el título “Un decreto que es un atentado”, con fecha 10 de enero, decía: “Nosotros no queremos impunidad del culpable; pero es injusto y es inocuo hacer recaer sobre los inocentes la falta de un malvado. ¿Acaso no se sabe que en cualquiera parte puede esconderse la maldad? ¿Tal vez se ignora que sobre la mesa del Ministro de Instrucción Pública duermen graves denuncios sobre la moralidad de muchos liceos y escuelas?”.
El desenlace de este primer abuso sexual dado a conocer en la prensa chilena da cuenta de que se dictó sentencia el 8 de marzo encontrándose culpables tres religiosos quienes fueron condenados. Santiago Herreros Cerda fue sentenciado a 54 años de presidio por tres violaciones y nueve abusos deshonestos contra alumnos del colegio. Otros dos hermanos de la Congregación condenados a penas de tres y cinco años de prisión. El tema es que ninguno de ellos cumplió remisión ya que habían sido ayudados a salir del país[3]. Por su parte, el director del colegio recibió desde el tribunal una amonestación y recordación que le solicitaba estar más atento a las conductas impropias de los docentes. Y el padre del niño abusado, Juan de Dios Correa, no pudo soportar mucho más el dolor y murió por una descompensación el 25 de noviembre de 1905.
Estas conductas en los espacios eclesiásticos habitualmente terminaban con los culpables fuera del país o reubicados dentro del mismo en otras diócesis. Algunos de ellos nunca vieron juicio alguno, aunque era sabida su condición de abusador, otros fueron condenados por el Vaticano y no por la justicia chilena, y otros tuvieron que comparecer ante las dos leyes donde se les encontró culpables.
Unos de los casos que marcó la agenda pública y que más conmoción tuvo a principios del siglo XXI fue el referido a Francisco José Cox Huneeus, nombrado por Juan Pablo II en el cargo de arzobispo coadjutor de La Serena el 3 de marzo de 1985. El 30 de septiembre de 1990 sucede a monseñor Bernardino Piñera como Arzobispo de La Serena. Durante sus funciones como arzobispo de la zona se fueron conociendo reiterados casos de abusos de menores y jóvenes por parte del prelado, antecedentes conocidos por la opinión pública gracias a una denuncia periodística de octubre de 2002, lo que le obligó a renunciar, ante lo cual el 31 de octubre del mismo año, el arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, anunció la salida del religioso por “conductas impropias”, explicando que el obispo Francisco José Cox tenía “una afectuosidad un tanto exuberante” y, por tanto, se le había solicitado recluirse en un monasterio en Alemania.  Unos días después, el 5 de noviembre, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile se vio obligado a pedir perdón públicamente a todas las personas dañadas, y expresaron:
«El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, en su última reunión antes de la Asamblea Plenaria, reflexionó sobre el profundo impacto que ha sufrido la Iglesia y la opinión pública por la situación. El sacerdote tiene la misión de representar a Cristo el Buen Pastor. Por eso, no podemos ni queremos justificar conductas impropias ni en obispos ni en sacerdotes. Nos duelen profundamente. A todos los que han sido dañados por ellas les pedimos su perdón. Recordamos lo expresado en una oportunidad por Monseñor Cox en La Serena: “Pido perdón por ese lado oscuro que hay en mí y que se opone al Evangelio […] Comprendemos y apoyamos la decisión de Monseñor Cox de retirarse a una vida de oración. Sabemos que partió de Colombia rumbo a Europa para buscar el lugar más adecuado para este propósito»[4].
En octubre del mimo año 2002, otro caso estremecía a la Iglesia, pues se había colocado una denuncia contra el sacerdote José Andrés Aguirre, conocido como “cura Tato”, quien después de la investigación pertinente fue encontrado culpable y condenado por diez delitos de abuso sexual a menores y uno de estupro, cometidos mientras servía en Quilicura como religioso. Tras ser condenado por la justicia, Aguirre perdió su estado clerical por disposición del arzobispo de Santiago, medida que fue confirmada por el Vaticano. El dictamen eclesiástico le impidió seguir ejerciendo sus derechos y labores pastorales de por vida. Este caso se convirtió en el primero de un sacerdote que cumplió pena efectiva. Después de cumplir una pena rebajada por buen comportamiento en la cárcel de Colina 1, Aguirre pasó sus últimos días de vida en un hogar de ancianos de Lo Barnechea y murió el año 2013 a los 56 años.
Se suma a este caso el de Jorge Galaz Espinoza, ex director del hogar Pequeño Cottolengo de la ciudad de Rancagua, quien fue condenado a 15 años y un día de prisión por violación sodomítica reiterada en perjuicio de dos menores con discapacidad intelectual, en el año 2006. Unos años más tarde, conoceremos el caso de Ricardo Muñoz Quintero, ex párroco de la iglesia Santa Teresita de Melipilla, religioso condenado por la justicia el 2011, encontrado culpable por mantener relaciones sexuales a cambio de dinero, ilícito que lo llevó a la cárcel por 10 años y a 541 días adicionales por almacenamiento de pornografía infantil. Además, de los ya mencionados, según una lista publicada en 2011 por la Iglesia Católica, fueron castigados por esta vía los diocesanos Víctor Carrera, Juan Henríquez, Jaime Low, Marcelo Morales, José Miguel Narváez, Eduardo Olivares, Juan Carlos Orellana y el salesiano Marcelo Morales.
La puerta entreabierta
El llamado caso Karadima[5] será el que despertó la conciencia de los católicos de los horrores de este flagelo, del que solo pudimos enterarnos por la valentía de las víctimas al enfrentarse con verdaderos molinos de viento, además de periodistas que fueron lo suficientemente abiertos de conocer y colocarse en el lugar del que sufre. Valga este reconocimiento, donde las páginas de la historia marcarán como un hito a no repetir y que dejó la puerta entreabierta para divisar la miseria humana en su esplendor.
El 26 de abril de 2010, José Andrés Murillo, James Hamilton, Juan Carlos Cruz, Fernando Battle y Luis Lira en el programa Informe Especial de TVN, denuncian públicamente frente a las cámaras que habían sido víctimas durante muchos años de abusos sexuales por parte del sacerdote Fernando Karadima, mientras era párroco de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Providencia, comúnmente llamada Iglesia de El Bosque, ubicada en un céntrico barrio residencial de la capital de Santiago de Chile.
Sin embargo, esta denuncia no debería haber sido novedosa para la Iglesia de Santiago, ya que siete años antes, el 2003 el entonces Vicario para la Educación, sacerdote jesuita Juan Díaz, recibe el testimonio del doctor en filosofía, José Andrés Murillo, a quien conocía porque había sido novicio en la Compañía en la ciudad de Melipilla. Murillo le relata detalladamente los reiterados abusos de los que había sido objeto por su guía espiritual Fernando Karadima mientras era feligrés en la Parroquia El Bosque. Díaz, impactado por la situación, le solicitó que estableciera la acusación por escrito para accionar el protocolo (proveer los antecedentes a la autoridad pertinente ante una acusación en contra de un miembro del clero). El religioso entregó al arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, los documentos manifestándole que a su juicio las imputaciones eran creíbles ya que conocía bien al denunciante.
Pero esta acusación en contra del sacerdote Karadima no será la única que se dará a conocer. En mayo de 2004, el entonces promotor de la justicia de la Arquidiócesis de Santiago, el sacerdote Eliseo Escudero, recibe la denuncia de la esposa de James Hamilton quien, acompañada de la madre de este, le relata los abusos sufridos por su marido de parte del párroco de El Bosque. Escudero hace el primer informe oficial sobre estos abusos y lo remite al Cardenal Errázuriz.
Al año siguiente, el jesuita Rodrigo García, quien conocía a José Andrés Murillo desde hacía varios años, al ver la inactividad del arzobispado, recurre al entonces Obispo Auxiliar de Santiago, monseñor Ricardo Ezzati, quien le solicita que haga la denuncia por medio de una carta notarial y una vez que la recibe se reúne con el afectado. Según lo que se conoce a la fecha, el sacerdote García dice que Monseñor Ezzati le manifestó que “aquí hay una víctima y debe ser escuchada”[6].
Ricardo Ezzati, siguiendo el protocolo para estas situaciones, informa al promotor de justicia Eliseo Escudero y acompaña la carta notarial de Murillo avalándola con su propia firma, e informa también directamente al Cardenal Errázuriz de estos aberrantes hechos con el fin de que se tomen las acciones correspondientes, ya que es el arzobispo de la Arquidiócesis el que debe iniciar los juicios eclesiásticos cuando se trata de este tipo de delitos canónicos.
A fines de 2005 el padre Escudero, con el testimonio de Murillo avalado por monseñor Ezzati, hace un segundo informe oficial al Cardenal Francisco Javier Errázuriz solicitándole tomar una serie de medidas concretas que incluyen, además de iniciar un proceso frente a las autoridades vaticanas, una revisión contable de la fundación que manejaba Karadima, la cual contaba con importantes benefactores.
En enero de 2006 Escudero recibe la declaración directa de James Hamilton y redacta un tercer informe oficial dirigido al arzobispo con todos los antecedentes recopilados hasta ese momento. Poco después el promotor de Justicia recibe una declaración de Juan Carlos Cruz y emite el cuarto informe oficial con la nueva denuncia.
Recién el año 2010, después de la acusación pública de los afectados, se informa que una denuncia había sido enviada pocos meses antes a las autoridades del Vaticano y cuyo resultado fue entregado el 16 de enero de 2011, en la que se declara culpable al sacerdote Fernando Karadima Fariña de graves abusos sexuales en contra de mayores y menores de edad. En la declaración se señala que «Sobre la base de las pruebas adquiridas, el Rvdo. Fernando Karadima Fariña es declarado culpable de los delitos mencionados en precedencia, y en modo particular, del delito de abuso de menor en contra de más víctimas (art. 6 § 1, 1º del motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela), del delito contra el sexto precepto del Decálogo cometido con violencia (canon 1395 § 2 del CIC), y de abuso de ministerio a norma del canon 1389 del CIC)»[7].
Más adelante, el 22 de junio del mismo año, el nuevo Arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati Andrello[8], da a conocer el resultado de una apelación del sacerdote Karadima, que en lo medular señala lo siguiente: «Dicho recurso fue examinado en el mes de junio en curso, y los Padres cardenales y obispos miembros de la Sesión Ordinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, han decidido no acoger el recurso contra el Decreto impugnado, presentado por el Reverendo Fernando Karadima Fariña». Y en el punto tercero dice: «Permanece, por tanto, en vigor la condena del Reverendo Fernando Karadima Fariña»[9].
El 14 de noviembre de 2011 la justicia penal chilena dispuso el sobreseimiento definitivo de la causa en contra de Fernando Karadima, declarando la prescripción de los delitos. Esto significa que el sacerdote fue condenado solo por la justicia eclesiástica, quedando impunes sus crímenes frente a la justicia chilena.
El Cardenal Francisco Javier Errázuriz, el año 2010, al ser consultado por el periódico estadounidense The New York Times sobre el caso manifestó que: «desafortunadamente, en ese tiempo juzgué que las declaraciones no eran creíbles» y más adelante expresa: «[…] es muy claro que, si se presentara un nuevo caso, hoy haríamos las cosas mucho mejor». Finalmente señala: «La Iglesia en Chile estos episodios los ha vivido con mucho sufrimiento, también los laicos y sacerdotes que han estado cerca de él»[10].
Por su parte, al iniciar las investigaciones, varios de los sacerdotes formados por Karadima y que habían pertenecido, durante diferentes periodos de tiempo, a la Pía Unión Sacerdotal de El Bosque fundada 1928, hicieron llegar cartas de apoyo al Vaticano en favor de Fernando Karadima[11].
Tras el fallo condenatorio emitido por el Vaticano, 16 de estos 19 sacerdotes firmaron una carta respaldando a las víctimas y se alejaron de Karadima. Afirmaron entonces que: «Cada uno de nosotros, a distinto ritmo, ha vivido un proceso interior muy doloroso, para tomar conciencia de la real dimensión y del significado de los hechos sancionados por la Santa Sede, referidos al padre Fernando Karadima […] Inicialmente nos resultaba muy difícil creer, y ahora queremos escuchar, acoger y acompañar a quienes tanto han sufrido. Hemos requerido de mucho tiempo para recorrer este largo y difícil camino a la luz de la investigación y la realidad de los hechos. Hoy quisiéramos dar señales claras de nuestro dolor. Hacemos nuestro el dolor de las víctimas y queremos acompañarlas con respeto y solidaridad». También, en esta carta, el grupo «expresa su voluntad para iniciar un camino de renovación y profundización de su ministerio sacerdotal»[12].
Los antecedentes de este caso se siguieron conociendo como también las posturas de otros sacerdotes formados por Karadima y que no dieron crédito a todas estas investigaciones, y más aún algunos obispos, formados al alero del religioso. Quienes nunca manifestaron arrepentimiento ni se retractaron de sus cartas de apoyo a Karadima fueron los sacerdotes Julio Söchting, Francisco Herrera Maturana, José Miguel Fernández. A ellos se deben sumar el ex párroco de El Bosque Juan Esteban Morales y el sacerdote Diego Ossa Errázuriz.
Situación aparte son los obispos formados por Karadima: Andrés Arteaga, Tomislav Koljatic, Horacio Valenzuela, Juan Barros y Felipe Bacarezza, este último alejado del círculo hacía varios años. Siendo los tres primeros sindicados por las víctimas como conocedores por años de los abusos sexuales y sicológicos que cometía su mentor y los encubrieron. La defensa y las muestras de adhesión a Karadima por parte de estos se hizo expresiva en cartas y participación en algunas instancias que generaron para dicho efecto. Al conocerse las resoluciones de culpabilidad de Karadima, cuatro de estos obispos hicieron pública una misiva fechada el 6 de abril de 2011, mediante la cual reiteran: «con mucha claridad nuestra filial, permanente y plena adhesión a todo lo que la Santa Sede ha dispuesto o pueda disponer en relación con el padre Fernando Karadima. Con gran dolor hemos asumido la sentencia que declara su culpabilidad en graves faltas sancionadas por la Iglesia. Como tantos, hemos conocido con profundo asombro y pena esta situación y sus diversos y múltiples efectos. Queremos manifestar nuestra solidaridad y cercanía con las víctimas, sus familias y con todas las personas que por estos tan tristes acontecimientos han sufrido y se han escandalizado. Cada uno de nosotros ha sido duramente impactado por esta tan lamentable situación y hemos también vivido jornadas muy tristes. Nos ha confortado la oración y el apoyo fraterno de muchos […] Pedimos humildemente al Señor que nos ayude a sanar estas heridas tan dolorosas, especialmente para las víctimas y para tantos hermanos y hermanas afectados». Aparecen las firmas de Andrés Arteaga Manieu, Juan Barros Madrid, Tomislav Koljatic Maroevic y Horacio Valenzuela Abarca[13].
De esta forma, se configuraba la culpabilidad de uno de los hombres más influyentes de la Iglesia chilena de las últimas décadas. Hombre vinculado en forma directa con la jerarquía local, con amistades a nivel vaticano como fue su relación con Angelo Sodano y, por último, de gran proximidad a Augusto Pinochet Ugarte. Estas relaciones lo ayudaron a instalar en Chile un sistema más que de formación, de deformación de muchos jóvenes que con la esperanza de ser sacerdotes fueron abusados en conciencia, poder y algunos de ellos sexualmente. Víctimas todas de una mente perversa y tergiversada de la realidad que lo único que buscó fue satisfacer sus deseos personales y carnales, causando un dolor que hoy todavía se palpa y se vive, en do
 
Artículo publicado en la edición Nº 1.199 (JULIO-SEPTIEMBRE 2018) Autor: Marcial Sánchez Gaete Para citar: Sánchez, Marcial; Situación de la Iglesia en tiempos de una profunda crisis. Reflexión y perspectiva histórica, en La Revista Católica, Nº1.199, julio-septiembre de 2018, pp. 244-260.
   
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Situación de la Iglesia en tiempos de profunda crisis.  Reflexión y perspectiva histórica. Marcial Sánchez Gaete[1]

 
«Pase lo que pase, comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo» (Flp 1,27)
La realidad que se nos presenta cada mañana nos hace mirar constantemente hacia lo más íntimo de nuestro propio ser, como buscando respuestas a tiempos idos, como queriendo desatar muchas cosas trabadas bajo gruesas murallas de sinrazones. Así es, cada uno de nosotros somos hijos de nuestro tiempo y como tales respondemos a inquietudes cotidianas que nos interpelan y, en algunas ocasiones, nos vulneran quitándonos lo esencial, lo sublime y colocándonos en los espacios de decir lo que otros quieren que digas, perdiendo de este modo la dinámica básica de la razón, del cuestionamiento lógico y cayendo en estados de realidades de otros. Se nos presentan mundos extraños a los cuales debemos enfrentar con la esperanza de vencer, como la barca mar a dentro que no sabe de puertos, solo de oleajes y miedos. ¿Cómo enfrentar estos tiempos de incertidumbre? Algunos plantean «deja que la barca navegue sola que llegará a su destino», otros sugieren tomar fuerte el timón y no soltarlo dejándose guiar por el buen hacer, por el conocimiento del mar y de la barcaza que suena fuerte ante cada andar.
El hombre grita fuerte por la búsqueda de la verdad, ha sido una constante en la historia, de cualquier historia, donde la cosmovisión de lo estable se entrelaza con lo sobrenatural, donde la creencia muestra los caminos seguros a la felicidad eterna, donde el amor es pieza fundamental en la lucha de lo verdadero. Así es el hombre, busca incesantemente su realidad en la verdad en un camino en donde debe afrontar su propio conocimiento y saber reconocerse a cada paso que da, buscando el reencantamiento en la vida. En este deambular acechan los miedos del encuentro y los silencios impuestos por la razón del siempre estar. Gracias a la tenacidad de algunos pocos y el esfuerzo de muchos, el hombre ha accedido a esa verdad en la historia.
En esta realidad de búsqueda, muchas veces «perdimos al fin toda esperanza» (Hch 27,20), como desafiando al destino de los tiempos presentes, cayendo en la entrega de constantes establecidas por los hombres, inquebrantables momentos de duda, donde la mirada al futuro se confunde con el presente, con el temor de colocarnos en las sombras del pasado.  «El barco quedó atrapado por la tempestad y no podía hacerle frente al viento» (Hch 27,15). Se nubla la mirada, la tempestad no deja ver, los gritos y las órdenes se confunden, las amarras no son las adecuadas, las velas se quebrajan, el barco se llena de agua atrapado en la inmensidad del mar. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? ¿En quién confiar? ¿Cómo no perder la esperanza?
Ahora bien, la verdad sobrepasa el tiempo y el cambio, e instala un marco de relaciones correctas, donde la conexión de la verdad con el error se funde en la iluminación de un “algo” que esconde otra cosa o circunstancia. Donde el querer saber es un derivado del deseo de poder en el que la verdad «nunca se consigue de buenas a primeras, sino solo en un segundo intento, como producto de la critica que destruye o que antes parecía ser el caso”.[2] Así, el futuro se va convirtiendo en un eterno enigma de la conciencia, de pertenecer a instantes de relojes de arena donde nos esperan las trasformaciones de mutaciones contantes del pasado, de transiciones de conductas aprendidas que van dialogando y transformando la comprensión de los entornos y las dinámicas humanas. Es el tiempo de lo asible, es la espera de lo venidero, es la quietud propia de lo posible.
Son las incertidumbres, las interrogantes de la identidad reflexiva donde será la propia vivencia la motivadora atendible al descubrimiento de la respuesta del presente, instante, paréntesis que denota realidad de pertenencia de sensaciones conjeturadas por nuestros sentidos como un verdadero acopio de memoria corporal, con una delirante capacidad de búsqueda. Son los espacios de lo público y lo privado, invitándonos a compartir la línea divisoria de la composición armónica del ser humano. ¿Dónde quedarnos, en lo íntimo o en lo externo? Son los estados de cognición que nos develan que el cruce de la vereda es como la invitación a recorrer sin divagar los peldaños de la escalera del fin del mundo, donde sabemos dónde pisar, pero no sabemos dónde llegar.
Miradas por el cerrojo
En el Chile del principio del siglo XX, los ojos miraban la portada de un periódico de época que daba cuenta del abuso sexual de un niño en su colegio como sin creer el espantoso titular, las realidades humanas no se hicieron esperar y las búsquedas de respuestas a una verdad sin vuelta atrás. Así, corría el viernes 30 de diciembre 1904 cuando en el diario Las Últimas Noticias en la sección cartas al director se lee: “Se encuentra enfermo el señor don Juan de Dios Correa Sanfuentes”. La pregunta de la sociedad santiaguina de la época era qué mal le aquejaba a este hombre quien había sido diputado, además de integrante de la Comisión de Negocios Eclesiásticos. La causa de la enfermedad se conoció al pasar los días, uno de sus hijos había sido abusado sexualmente por un religioso del colegio, situación producida el lunes siguiente a la Navidad de 1904. Esto llevó a que el hermano mayor, al enterarse de los hechos, se apersonó en el establecimiento a encarar al responsable y a las autoridades. La escena en la que el joven enfrenta al abusador fue reproducida por la prensa:
“Señor perdóneme no pude resistir un impulso superior a mis fuerzas”- fue la respuesta del religioso.
Y cayendo de rodillas agregó:
“Ha sido una infamia… lo comprendo…pero estoy arrepentido…aquí muchos han hecho lo mismo…a cualquiera puede ocurrirle igual cosa…”.
Según lo que cuenta el periódico, el hermano de la víctima golpeó al agresor con un bastón hasta rompérselo en la espalda.
La edición del 1 de enero de 1905 del diario La Ley daba cuenta de la relación de hechos: «En la calle de las Rosas, entre Bandera y Morandé está ubicado un gran establecimiento de educación, fundado por la congregación de los Hermanos de las escuelas cristianas. Es el colegio San Jacinto, en donde reciben educación numerosos niños de familias distinguidas y pudientes. En uno de los cursos elementales de este establecimiento, estudiaba clases de preparatoria el niño Andrés Correa Ariztía de ocho años e hijo de don Juan de Dios Correa Sanfuentes.
El niño Correa Ariztía fue desde el primer momento, objeto de las mayores y más solícitas atenciones de parte de su profesor el hermano Santiago Herreros Cerda. Transcurrió el año de estudio y llegada la época de exámenes de premios y distinciones el hermano Santiago no quiso desperdiciar esta propicia oportunidad para singularizarse una vez más con su querido discípulo; y fueron para el niño Correa las mejores votaciones en los exámenes de su curso. Los certificados de estos premios los retiró el hermano Herreros de poder del niño, y a la una de la tarde del lunes último lo hizo ir a su dormitorio para hacerle entrega de esos documentos. Permítasenos cubrir con el velo del silencio a que nos obliga el respeto que nos merecen los lectores de estos sucesos la escena que siguió».
El ministro de Instrucción Guillermo Rivera Cotapos instruyó, al día siguiente, la diligencia de una denuncia ante el juzgado del crimen. Por su parte, el arzobispo Mariano Casanova anunció a través del periódico El Chileno su intención de clausurar el colegio una vez que se constatara la veracidad de la denuncia. Por los antecedentes que se disponen, sabemos que el director del colegio San Jacinto, el hermano Junien, no entregó al agresor a la justicia. “Herreros me pidió que le permitiera dirigirse por algunos días a Colina, a un fundo que ahí poseemos a fin de pensar allí el camino que le sería más conveniente adoptar. Díle la autorización del caso y allá se dirigió”. Esa fue la última vez que se vio al hermano Santiago. Según una carta enviada a su madre, después de pasar por Colina escapó a Mendoza.
Por su parte, la denuncia tomo su curso y tras cinco días desde que se hizo pública, el Juzgado del Crimen informó al Gobierno y al arzobispado los resultados de la diligencia: “las investigaciones practicadas hasta hoy han autorizado el enjuiciamiento criminal de varios profesores del Colegio”. Con estos antecedentes el ministro de instrucción decidió actuar y haciendo uso de sus facultades ordenó a través de un Decreto Supremo la clausura de todos los establecimientos que sumaban más de catorce colegios de la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, instituciones en las que estudiaban cerca de dos mil niños. Esta decisión no fue bien recibida por el mundo católico de la época, como lo expresa en diario El Porvenir que bajo el título “Un decreto que es un atentado”, con fecha 10 de enero, decía: “Nosotros no queremos impunidad del culpable; pero es injusto y es inocuo hacer recaer sobre los inocentes la falta de un malvado. ¿Acaso no se sabe que en cualquiera parte puede esconderse la maldad? ¿Tal vez se ignora que sobre la mesa del Ministro de Instrucción Pública duermen graves denuncios sobre la moralidad de muchos liceos y escuelas?”.
El desenlace de este primer abuso sexual dado a conocer en la prensa chilena da cuenta de que se dictó sentencia el 8 de marzo encontrándose culpables tres religiosos quienes fueron condenados. Santiago Herreros Cerda fue sentenciado a 54 años de presidio por tres violaciones y nueve abusos deshonestos contra alumnos del colegio. Otros dos hermanos de la Congregación condenados a penas de tres y cinco años de prisión. El tema es que ninguno de ellos cumplió remisión ya que habían sido ayudados a salir del país[3]. Por su parte, el director del colegio recibió desde el tribunal una amonestación y recordación que le solicitaba estar más atento a las conductas impropias de los docentes. Y el padre del niño abusado, Juan de Dios Correa, no pudo soportar mucho más el dolor y murió por una descompensación el 25 de noviembre de 1905.
Estas conductas en los espacios eclesiásticos habitualmente terminaban con los culpables fuera del país o reubicados dentro del mismo en otras diócesis. Algunos de ellos nunca vieron juicio alguno, aunque era sabida su condición de abusador, otros fueron condenados por el Vaticano y no por la justicia chilena, y otros tuvieron que comparecer ante las dos leyes donde se les encontró culpables.
Unos de los casos que marcó la agenda pública y que más conmoción tuvo a principios del siglo XXI fue el referido a Francisco José Cox Huneeus, nombrado por Juan Pablo II en el cargo de arzobispo coadjutor de La Serena el 3 de marzo de 1985. El 30 de septiembre de 1990 sucede a monseñor Bernardino Piñera como Arzobispo de La Serena. Durante sus funciones como arzobispo de la zona se fueron conociendo reiterados casos de abusos de menores y jóvenes por parte del prelado, antecedentes conocidos por la opinión pública gracias a una denuncia periodística de octubre de 2002, lo que le obligó a renunciar, ante lo cual el 31 de octubre del mismo año, el arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, anunció la salida del religioso por “conductas impropias”, explicando que el obispo Francisco José Cox tenía “una afectuosidad un tanto exuberante” y, por tanto, se le había solicitado recluirse en un monasterio en Alemania.  Unos días después, el 5 de noviembre, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile se vio obligado a pedir perdón públicamente a todas las personas dañadas, y expresaron:
«El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, en su última reunión antes de la Asamblea Plenaria, reflexionó sobre el profundo impacto que ha sufrido la Iglesia y la opinión pública por la situación. El sacerdote tiene la misión de representar a Cristo el Buen Pastor. Por eso, no podemos ni queremos justificar conductas impropias ni en obispos ni en sacerdotes. Nos duelen profundamente. A todos los que han sido dañados por ellas les pedimos su perdón. Recordamos lo expresado en una oportunidad por Monseñor Cox en La Serena: “Pido perdón por ese lado oscuro que hay en mí y que se opone al Evangelio […] Comprendemos y apoyamos la decisión de Monseñor Cox de retirarse a una vida de oración. Sabemos que partió de Colombia rumbo a Europa para buscar el lugar más adecuado para este propósito»[4].
En octubre del mimo año 2002, otro caso estremecía a la Iglesia, pues se había colocado una denuncia contra el sacerdote José Andrés Aguirre, conocido como “cura Tato”, quien después de la investigación pertinente fue encontrado culpable y condenado por diez delitos de abuso sexual a menores y uno de estupro, cometidos mientras servía en Quilicura como religioso. Tras ser condenado por la justicia, Aguirre perdió su estado clerical por disposición del arzobispo de Santiago, medida que fue confirmada por el Vaticano. El dictamen eclesiástico le impidió seguir ejerciendo sus derechos y labores pastorales de por vida. Este caso se convirtió en el primero de un sacerdote que cumplió pena efectiva. Después de cumplir una pena rebajada por buen comportamiento en la cárcel de Colina 1, Aguirre pasó sus últimos días de vida en un hogar de ancianos de Lo Barnechea y murió el año 2013 a los 56 años.
Se suma a este caso el de Jorge Galaz Espinoza, ex director del hogar Pequeño Cottolengo de la ciudad de Rancagua, quien fue condenado a 15 años y un día de prisión por violación sodomítica reiterada en perjuicio de dos menores con discapacidad intelectual, en el año 2006. Unos años más tarde, conoceremos el caso de Ricardo Muñoz Quintero, ex párroco de la iglesia Santa Teresita de Melipilla, religioso condenado por la justicia el 2011, encontrado culpable por mantener relaciones sexuales a cambio de dinero, ilícito que lo llevó a la cárcel por 10 años y a 541 días adicionales por almacenamiento de pornografía infantil. Además, de los ya mencionados, según una lista publicada en 2011 por la Iglesia Católica, fueron castigados por esta vía los diocesanos Víctor Carrera, Juan Henríquez, Jaime Low, Marcelo Morales, José Miguel Narváez, Eduardo Olivares, Juan Carlos Orellana y el salesiano Marcelo Morales.
La puerta entreabierta
El llamado caso Karadima[5] será el que despertó la conciencia de los católicos de los horrores de este flagelo, del que solo pudimos enterarnos por la valentía de las víctimas al enfrentarse con verdaderos molinos de viento, además de periodistas que fueron lo suficientemente abiertos de conocer y colocarse en el lugar del que sufre. Valga este reconocimiento, donde las páginas de la historia marcarán como un hito a no repetir y que dejó la puerta entreabierta para divisar la miseria humana en su esplendor.
El 26 de abril de 2010, José Andrés Murillo, James Hamilton, Juan Carlos Cruz, Fernando Battle y Luis Lira en el programa Informe Especial de TVN, denuncian públicamente frente a las cámaras que habían sido víctimas durante muchos años de abusos sexuales por parte del sacerdote Fernando Karadima, mientras era párroco de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Providencia, comúnmente llamada Iglesia de El Bosque, ubicada en un céntrico barrio residencial de la capital de Santiago de Chile.
Sin embargo, esta denuncia no debería haber sido novedosa para la Iglesia de Santiago, ya que siete años antes, el 2003 el entonces Vicario para la Educación, sacerdote jesuita Juan Díaz, recibe el testimonio del doctor en filosofía, José Andrés Murillo, a quien conocía porque había sido novicio en la Compañía en la ciudad de Melipilla. Murillo le relata detalladamente los reiterados abusos de los que había sido objeto por su guía espiritual Fernando Karadima mientras era feligrés en la Parroquia El Bosque. Díaz, impactado por la situación, le solicitó que estableciera la acusación por escrito para accionar el protocolo (proveer los antecedentes a la autoridad pertinente ante una acusación en contra de un miembro del clero). El religioso entregó al arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, los documentos manifestándole que a su juicio las imputaciones eran creíbles ya que conocía bien al denunciante.
Pero esta acusación en contra del sacerdote Karadima no será la única que se dará a conocer. En mayo de 2004, el entonces promotor de la justicia de la Arquidiócesis de Santiago, el sacerdote Eliseo Escudero, recibe la denuncia de la esposa de James Hamilton quien, acompañada de la madre de este, le relata los abusos sufridos por su marido de parte del párroco de El Bosque. Escudero hace el primer informe oficial sobre estos abusos y lo remite al Cardenal Errázuriz.
Al año siguiente, el jesuita Rodrigo García, quien conocía a José Andrés Murillo desde hacía varios años, al ver la inactividad del arzobispado, recurre al entonces Obispo Auxiliar de Santiago, monseñor Ricardo Ezzati, quien le solicita que haga la denuncia por medio de una carta notarial y una vez que la recibe se reúne con el afectado. Según lo que se conoce a la fecha, el sacerdote García dice que Monseñor Ezzati le manifestó que “aquí hay una víctima y debe ser escuchada”[6].
Ricardo Ezzati, siguiendo el protocolo para estas situaciones, informa al promotor de justicia Eliseo Escudero y acompaña la carta notarial de Murillo avalándola con su propia firma, e informa también directamente al Cardenal Errázuriz de estos aberrantes hechos con el fin de que se tomen las acciones correspondientes, ya que es el arzobispo de la Arquidiócesis el que debe iniciar los juicios eclesiásticos cuando se trata de este tipo de delitos canónicos.
A fines de 2005 el padre Escudero, con el testimonio de Murillo avalado por monseñor Ezzati, hace un segundo informe oficial al Cardenal Francisco Javier Errázuriz solicitándole tomar una serie de medidas concretas que incluyen, además de iniciar un proceso frente a las autoridades vaticanas, una revisión contable de la fundación que manejaba Karadima, la cual contaba con importantes benefactores.
En enero de 2006 Escudero recibe la declaración directa de James Hamilton y redacta un tercer informe oficial dirigido al arzobispo con todos los antecedentes recopilados hasta ese momento. Poco después el promotor de Justicia recibe una declaración de Juan Carlos Cruz y emite el cuarto informe oficial con la nueva denuncia.
Recién el año 2010, después de la acusación pública de los afectados, se informa que una denuncia había sido enviada pocos meses antes a las autoridades del Vaticano y cuyo resultado fue entregado el 16 de enero de 2011, en la que se declara culpable al sacerdote Fernando Karadima Fariña de graves abusos sexuales en contra de mayores y menores de edad. En la declaración se señala que «Sobre la base de las pruebas adquiridas, el Rvdo. Fernando Karadima Fariña es declarado culpable de los delitos mencionados en precedencia, y en modo particular, del delito de abuso de menor en contra de más víctimas (art. 6 § 1, 1º del motu proprio Sacramentorum sanctitatis tutela), del delito contra el sexto precepto del Decálogo cometido con violencia (canon 1395 § 2 del CIC), y de abuso de ministerio a norma del canon 1389 del CIC)»[7].
Más adelante, el 22 de junio del mismo año, el nuevo Arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati Andrello[8], da a conocer el resultado de una apelación del sacerdote Karadima, que en lo medular señala lo siguiente: «Dicho recurso fue examinado en el mes de junio en curso, y los Padres cardenales y obispos miembros de la Sesión Ordinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, han decidido no acoger el recurso contra el Decreto impugnado, presentado por el Reverendo Fernando Karadima Fariña». Y en el punto tercero dice: «Permanece, por tanto, en vigor la condena del Reverendo Fernando Karadima Fariña»[9].
El 14 de noviembre de 2011 la justicia penal chilena dispuso el sobreseimiento definitivo de la causa en contra de Fernando Karadima, declarando la prescripción de los delitos. Esto significa que el sacerdote fue condenado solo por la justicia eclesiástica, quedando impunes sus crímenes frente a la justicia chilena.
El Cardenal Francisco Javier Errázuriz, el año 2010, al ser consultado por el periódico estadounidense The New York Times sobre el caso manifestó que: «desafortunadamente, en ese tiempo juzgué que las declaraciones no eran creíbles» y más adelante expresa: «[…] es muy claro que, si se presentara un nuevo caso, hoy haríamos las cosas mucho mejor». Finalmente señala: «La Iglesia en Chile estos episodios los ha vivido con mucho sufrimiento, también los laicos y sacerdotes que han estado cerca de él»[10].
Por su parte, al iniciar las investigaciones, varios de los sacerdotes formados por Karadima y que habían pertenecido, durante diferentes periodos de tiempo, a la Pía Unión Sacerdotal de El Bosque fundada 1928, hicieron llegar cartas de apoyo al Vaticano en favor de Fernando Karadima[11].
Tras el fallo condenatorio emitido por el Vaticano, 16 de estos 19 sacerdotes firmaron una carta respaldando a las víctimas y se alejaron de Karadima. Afirmaron entonces que: «Cada uno de nosotros, a distinto ritmo, ha vivido un proceso interior muy doloroso, para tomar conciencia de la real dimensión y del significado de los hechos sancionados por la Santa Sede, referidos al padre Fernando Karadima […] Inicialmente nos resultaba muy difícil creer, y ahora queremos escuchar, acoger y acompañar a quienes tanto han sufrido. Hemos requerido de mucho tiempo para recorrer este largo y difícil camino a la luz de la investigación y la realidad de los hechos. Hoy quisiéramos dar señales claras de nuestro dolor. Hacemos nuestro el dolor de las víctimas y queremos acompañarlas con respeto y solidaridad». También, en esta carta, el grupo «expresa su voluntad para iniciar un camino de renovación y profundización de su ministerio sacerdotal»[12].
Los antecedentes de este caso se siguieron conociendo como también las posturas de otros sacerdotes formados por Karadima y que no dieron crédito a todas estas investigaciones, y más aún algunos obispos, formados al alero del religioso. Quienes nunca manifestaron arrepentimiento ni se retractaron de sus cartas de apoyo a Karadima fueron los sacerdotes Julio Söchting, Francisco Herrera Maturana, José Miguel Fernández. A ellos se deben sumar el ex párroco de El Bosque Juan Esteban Morales y el sacerdote Diego Ossa Errázuriz.
Situación aparte son los obispos formados por Karadima: Andrés Arteaga, Tomislav Koljatic, Horacio Valenzuela, Juan Barros y Felipe Bacarezza, este último alejado del círculo hacía varios años. Siendo los tres primeros sindicados por las víctimas como conocedores por años de los abusos sexuales y sicológicos que cometía su mentor y los encubrieron. La defensa y las muestras de adhesión a Karadima por parte de estos se hizo expresiva en cartas y participación en algunas instancias que generaron para dicho efecto. Al conocerse las resoluciones de culpabilidad de Karadima, cuatro de estos obispos hicieron pública una misiva fechada el 6 de abril de 2011, mediante la cual reiteran: «con mucha claridad nuestra filial, permanente y plena adhesión a todo lo que la Santa Sede ha dispuesto o pueda disponer en relación con el padre Fernando Karadima. Con gran dolor hemos asumido la sentencia que declara su culpabilidad en graves faltas sancionadas por la Iglesia. Como tantos, hemos conocido con profundo asombro y pena esta situación y sus diversos y múltiples efectos. Queremos manifestar nuestra solidaridad y cercanía con las víctimas, sus familias y con todas las personas que por estos tan tristes acontecimientos han sufrido y se han escandalizado. Cada uno de nosotros ha sido duramente impactado por esta tan lamentable situación y hemos también vivido jornadas muy tristes. Nos ha confortado la oración y el apoyo fraterno de muchos […] Pedimos humildemente al Señor que nos ayude a sanar estas heridas tan dolorosas, especialmente para las víctimas y para tantos hermanos y hermanas afectados». Aparecen las firmas de Andrés Arteaga Manieu, Juan Barros Madrid, Tomislav Koljatic Maroevic y Horacio Valenzuela Abarca[13].
De esta forma, se configuraba la culpabilidad de uno de los hombres más influyentes de la Iglesia chilena de las últimas décadas. Hombre vinculado en forma directa con la jerarquía local, con amistades a nivel vaticano como fue su relación con Angelo Sodano y, por último, de gran proximidad a Augusto Pinochet Ugarte. Estas relaciones lo ayudaron a instalar en Chile un sistema más que de formación, de deformación de muchos jóvenes que con la esperanza de ser sacerdotes fueron abusados en conciencia, poder y algunos de ellos sexualmente. Víctimas todas de una mente perversa y tergiversada de la realidad que lo único que buscó fue satisfacer sus deseos personales y carnales, causando un dolor que hoy todavía se palpa y se vive, en donde las víctimas siguen exigiendo justicia.
El 13 de abril de 2012, el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, firma el decreto que pone fin a la Pía Unión Sacerdotal, organización dirigida durante décadas por Karadima.
Otro caso significativo, pero muy distinto, es el del sacerdote salesiano Rimsky Rojas Andrade, el cual en agosto de 2010 fue acusado públicamente por tres ex alumnos de abuso a menores mientras había sido director del Liceo San José de Punta Arenas. Sin embargo, las inculpaciones venían de muchos años atrás. El año 2003 uno de los denunciantes relata su calvario al entonces provincial de la Congregación, el sacerdote Bernardo Bastres, el cual le habría asegurado que Rojas estaba en tratamiento psicológico y psiquiátrico. Sin embargo, el religioso siguió en contacto con jóvenes, esta vez en la ciudad de Puerto Montt. El año 2006 se hace una nueva denuncia, esta vez al nuevo superior salesiano Natale Vitali, pero hasta agosto del año 2010 Rojas siguió teniendo contacto con menores. En octubre de 2010, el ex alumno del Instituto Salesiano de Valdivia, Marcelo Vargas, presenta ante la fiscalía de la ciudad de Calle-Calle una denuncia en contra de Rimsky Rojas por abusos sexuales que habría cometido entre los años 1985 al 1987 mientras fue subdirector del establecimiento donde Vargas estudiaba. Este caso tuvo un trágico final ya que a comienzos del año 2011 el sacerdote, ya alejado de sus labores y recluido en la casa de salud Felipe Rinaldi, se suicida[14].

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