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Artículo publicado en la edición Nº 1.201 (ENERO- MARZO 2019) Autor: Franco Rojas, Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile Para citar: Rojas, Franco; ¿Esperanza líquida? Atisbos teológicos, en La Revista Católica, Nº1.201, enero-marzo 2019, pp. 91-101.
 
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¿Esperanza líquida? Atisbos teológicos Franco Rojas Contreras [1] Facultad de Teología UC

1. Introducción y motivo del artículo
«La razón no puede florecer sin esperanza, la esperanza no puede hablar sin razón»[2], decía Ernst Bloch en su Principio Esperanza. Desde esta sentencia, el panorama de la esperanza, no simplemente como una virtud teologal, sino como un concepto lleno de significación inquietante, movilizadora y fundamental de la existencia humana desde su raíz, no puede no ser tratado sino con la razón que desentraña tanto el acto como el contenido de la esperanza, muchas veces frágil y no fundamentada. Es por ello que el tema de por sí es motivo de múltiples reflexiones del pensamiento crítico e interdisciplinario, más aún cuando el status vitae del ser humano contextualizado denota una crisis o juicio de los principios, tradiciones, estructuras y modos de vida adquiridos, afectando no solamente al individuo en particular, sino también a las colectividades y estructuras orgánicas establecidas en la actualidad que sufren el rotundo vaivén de la incertidumbre.
En sintonía con lo anterior, el motivo de este breve artículo es cuestionarse sobre el status de la esperanza, en específico cristiana, desde la siguiente pregunta: ¿la esperanza cristiana ha sufrido los efectos de la liquidez? La pregunta, si bien puede ser un poco “aventurera” en materias teológicas, puede ser de gran ayuda para situar tanto la dinamicidad de la fe cristiana como de la reflexión sobre las ultimidades del mundo y del ser humano en una época contemporánea, llena de incertidumbres e indeterminaciones. Por ello, al ser “aventurera”, este artículo no pretender brindar conclusiones, sino más bien otorgar un espacio abierto de discernimiento crítico sobre un elemento fundamental de la fe, en medio de una época de crisis eclesiales e, incluso, sociales.
Para efectos metodológicos, se presentará en primer lugar la situación actual de la sociedad, marcada por una liquidez, que determina al ser humano como individuo viviente en una época de incertidumbre y presentismo; desde este escenario, se realizará una exposición breve del concepto “liquidez”, acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman. A partir de ello, en segundo lugar, plantearé las posibles consecuencias de una sociedad líquida para la esperanza cristiana, ofreciendo un posible diagnóstico desde el concepto de disolución, que está a la base de la liquidez, como fenómeno diverso respecto de las anteriores formas de carente docta esperanza (la desesperación y la presunción). Y, finalmente, culminaré este artículo con una “conclusión inconclusa” del análisis sobre la esperanza cristiana hoy, situada en el contexto de crisis eclesial.
2. La esperanza frente a la modernidad líquida
Tanto la experiencia de la esperanza –no solo de las llamadas “esperanzas humanas”, sino también de la esperanza cristiana– en cuanto afecto de una realidad futura individual, colectiva y epocal (spes qua speratur), como su contenido en tanto fin esperado con un alcance infinito referente a lo posible (spes quae speratur)[3], han sido afectados inevitablemente por el fenómeno moderno de la liquidez. La liquidez o fluidez es definida como «la cualidad de los líquidos y los gases […] “no pueden sostener una fuerza tangencial o cortante” y, por lo tanto, “sufren un continuo cambio de forma cuando se los somete a esa tensión»[4]. Esta característica perteneciente a una variedad de fluidos, contrapuestos a los sólidos[5], es utilizada como concepción analógica para la descripción de la situación líquida de la modernidad, la cual encuentra en las épocas premodernas una solidez con estado de putrefacción, requiriendo un descubrimiento de nuevos sólidos que tuvieran duración, confiabilidad y condición de dependencia para un mundo más predecible y controlable[6], un nuevo orden que reemplace al viejo y defectuoso.
Sin embargo, este sentido de renovación, en vez traer un nuevo sistema de características sólidas, produjo que la sociedad tuviese un cambio de dirección: la disolución de los sólidos. Esta disolución provocó que las fuerzas sostenedoras del sistema fuesen reemplazadas por la indeterminación e incertidumbre de las pautas y configuraciones ahora individuales[7]. En otras palabras, la modernidad líquida se puede explicar de la siguiente manera:
«[…] el paso de la fase “sólida” de la modernidad a la “líquida”: es decir, a una condición en la que las formas sociales (las estructuras que limitan las elecciones individuales, las instituciones que salvaguardan la continuidad de los hábitos, los modelos de comportamiento aceptables) ya no pueden (ni se espera que puedan) mantener su forma por más tiempo, porque se descomponen y se derriten antes de que se cuente con el tiempo necesario para asumirlas y, una vez asumidas, ocupar el lugar que se les ha asignado. Resulta improbable que las formas, presentes o solo esbozadas cuenten con el tiempo suficiente para solidificarse y, dada su breve esperanza de vida, no pueden servir como marcos de referencia para las acciones humanas y para las estrategias a largo plazo; de hecho, se trata de una esperanza de vida más breve que el tiempo necesario para desarrollar una estrategia coherente y consistente, e incluso más breve que el tiempo requerido para llevar a término un “proyecto de vida” individual»[8].
Tales efectos de la liquidez también afectan a la comprensión de utopía[9]. Según el análisis de Bauman, el ser humano contemporáneo vive en una época de incertidumbre, única certeza de la modernidad, donde «la llegada imprevista de los reveses, su irregularidad, su desagradable capacidad para venir de cualquier parte, los torna imprevisibles y nos deja indefensos»[10]. Los modelos utópicos ortodoxos, los cuales tienen una estructura fontal de expectación a un futuro mejor, ya no tienen lugar, personas dispuestas para tomar en serio sus postulados, ni recursos suficientes y una voluntad fuerte para su realización. Hoy predomina una utopía sin final, en figura comparativa a la de un cazador[11], que «promete […] una solución radical y postrera para las penas y los dolores de la condición humana pasados, presentes y futuros. […] Ha trasladado el escenario de las soluciones y los remedios del “más allá”, al “aquí y ahora”»[12]. En efecto:
«Una utopía traída desde un “más allá” remoto y brumoso hasta un “aquí y ahora” tangible, una utopía que se vive en vez de perseguirla se convierte en algo inmune a cualquier examen, y en algo inmortal, ajeno a cualquier ejercicio y propósito práctico. Pero dicha inmortalidad se ha conseguido a costa de la misma fragilidad y vulnerabilidad de todos y cada uno de los que, encantados y seducidos, la viven. A diferencia de las utopías de antaño, la utopía de los cazadores no brinda significado alguno, ya sea genuino o fraudulento, a la vida. Se limita a ofrecer preguntas sobre el significado de la vida que extrae de las mismas mentes vivas»[13].
Si para Bauman las estructuras utópicas ortodoxas carecen de sentido y significado para el ser humano contemporáneo, siendo reemplazadas por una “utopía” presentista, individualista y consumista, representada por la figura del cazador, entonces la esperanza axial, fundamento de las llamadas “esperanzas humanas” (como las utopías) y la esperanza cristiana[14], aquellas que tienen insertas el anhelo de un futuro plenificador, sufre las consecuencias inmediatas de la liquidez de la sociedad actual.
3. ¿Una disolución del acto y del contenido de la esperanza cristiana?
Si el ser humano y la sociedad, desde la modernidad, sufren los efectos de la liquidez, es posible decir sin titubeos que la esperanza cristiana sufre los mismos efectos en su particular medida. Para una teología sobre la esperanza, los fenómenos que se clasificaban como falta a la esencia de la esperanza eran dos formas: la desesperación (desperatio) y la presunción (praesumptio). Por una parte, la desesperación, anticipación inoportuna y arbitraria del no-cumplimiento de la esperanza de Dios[15], consiste «en último término, en la negación de la redención. Es una opción contra Cristo»[16], afirmando la inexistencia e insignificancia del Camino para la vida eterna. Jürgen Moltmann profundiza sobre la desesperación:
«El desesperar de la esperanza no necesita siquiera presentar un semblante desesperado. Puede ser también la simple y silenciosa ausencia de sentido, de perspectiva, de futuro y de objetivos. Puede mostrar el aspecto de la renuncia sonriente: Bonjour tristesse. Lo que queda es una cierta sonrisa de aquellos que han repasado sus posibilidades y no han encontrado en ellas nada que pudiera proporcionar motivo de esperanza. Lo que queda es un taedium vitae, una vida que se acompaña a sí misma ya tan solo un poco»[17].
La desesperación como ausencia de sentido, de perspectiva, de futuros y de objetivos es el fenómeno más frecuente en el ser humano contemporáneo. Es un comportamiento notorio no solo en la sociedad líquida, sino que también en una Iglesia que no tiene miras a su talante escatológico, produciendo el rompimiento de los ideales utópicos y la anulación de un futuro que encarcela al ser humano en un presentismo inmanentista en lo cotidiano.
Por otra parte, la presunción, anticipación inoportuna y arbitraria del cumplimiento de la esperanza de Dios[18], consiste «en una condescendencia con la necesidad de seguridad que siente el hombre»[19] (perversa securitas), lo que provoca un infantilismo que le afloja y se entrega a la posesión del objetivo alcanzado. Josef Pieper profundiza al respecto:
«Que esta anticipación contradice a la realidad se revela en el sentido de la palabra presumir, presunción, que indica una inadecuación frente a la realidad. La resonancia de algo titánico y heroico que vibra en estas palabras puede, por otra parte, tapar e impedir fácilmente la visión del núcleo mismo del ser de la presunción como un pecado contra la esperanza»[20].
Si uno observa estas dos faltas a la esperanza, la desesperación –con la profundización de Moltmann– sería aparentemente el contexto de una sociedad líquida, a diferencia de la presunción, donde queda invalidada por la incertidumbre presente. No obstante, ni la desesperación –y mucho menos la presunción– son formas predominantes que delimitan absolutamente la situación de la esperanza cristiana, sino que más bien, desde una ausencia de sentido y una incertidumbre como seguridad, se manifiesta una disolución sobre el acto y el contenido de la esperanza (perspektivlösigkeit[21]), en cuanto fenómeno de la misma esperanza que se disipa por la liquidez epocal.
En primer lugar, se puede notar una disolución en el acto de la esperanza, asociada muchas veces al contexto de no-futuro, de no-tender al esperar. Es una disolución que implica una estaticidad líquida de la dinámica escatológica de la esperanza. El acontecimiento fenoménico de la esperanza, comprendido como la dinámica experiencial de tender desde Jesucristo, cumplimiento de las promesas y apertura a las ultimidades del mundo y el ser humano, al Dios consumador de la historia, se ha convertido en una esperanza estática (presentismo) y líquida (sin forma). Si el itinerarium fidei, mediación entre la fides qua y la fides quae, que les relacionaba por el movimiento procesual e itinerante de la experiencia de camino fluido hacia Dios, el cual estaba en consonancia con la virtud de la esperanza, actualmente se encuentra frágil en comunidades que acrecientan una esperanza expectante al futuro y de mejorías. No obstante, ¿es una docta spes, donde la expectación al futuro no sea un mero esperar cambios a corto, mediano e incluso largo plazo, si bien necesarios, pero no absolutos, como nuevo objetivo “utópico” de las posibles reliquias de la doctrina escatológica? Si no existe una orientación cristológica de la esperanza y la escatología, como punto de partida, entonces no habría una experiencia fenoménica y transformadora de la esperanza cristiana en el mundo y en el ser humano como tal.
En segundo lugar, en ese sentido, se puede denotar una disolución del contenido de la esperanza. No solamente la forma tiene que ser docta para evitar fraudulencias y engaños[22], sino también el fondo o contenido de esta[23]. El contenido de la esperanza en la actualidad se encuentra erosionado transversalmente, a tal punto de mostrarse como complejos e inaccesibles constructos dogmáticos, de los cuales solo cabe un dogmatismo fácil, ahora sin significado al no poder ser interpretados. En ese sentido, cuanto más nos habituamos a las verdades dogmáticas que abarca la esperanza, «tanto más desgatadas están por el frecuente uso, de tal manera que solo queda la parte exterior, banal y casi absurdamente paradójica»[24]. Esa parte exterior, banal y paradójica que Carl Jung menciona se puede extrapolar a la mencionada esperanza formal frágil, vacía de una hermenéutica cristológica. Aquella esperanza cristiana que Pablo, como ejemplo, expresaba con certeza y argumentación sobre la resurrección de los muertos, ya no se presenta en las generaciones actuales frente a la problemática de explicar el Futuro absoluto revelado en Jesucristo y situarse en un misticismo apresurado, provocando que las conclusiones dogmáticas sean permeadas o, incluso rechazadas, en favor de “nuevos constructos” exóticos, extranjeros que, muchas veces son contradictorios con el mismo dogma:
«Somos, sin duda, los herederos auténticos de los símbolos cristianos, pero esa herencia, en cierto modo, la hemos malgastado. Hemos dejado que se desmorone la casa que construyeron nuestros padres y ahora intentamos irrumpir en palacios orientales que ellos nunca conocieron»[25].
En ese sentido, el contenido de la esperanza cristiana se ha centrado en las conclusiones dogmáticas que se han vaciado de significado por las formas que el ser humano espera la acción de Dios y, por ende, no se denota no solo una funcionalidad efectiva frente a la realidad, sino una fundamentación significativa en la persona de Jesucristo como fuente y sentido de las ultimidades de la esperanza cristiana. En otras palabras: ¿resurrección de los muertos? ¿un infierno? ¿un cielo? ¿un purgatorio? ¿un juicio final? ¿una parusía? ¿de qué sirven esas verdades de fe si no dan respuesta frente problemas sociales y eclesiales actuales, tanto particulares como colectivos? La respuesta sobre cuestiones dogmáticas es desencarnadamente impactante: “no sirven de nada”, “no significan mucho”, “se queda en un completo misterio”.
4. Conclusión “inconclusa”: ¿Esperanza cristiana en tiempos de crisis?
Hasta el momento, el breve diagnóstico es, en cierta medida, desfavorable para la esperanza cristiana frente a los efectos de una sociedad líquida. La liquidez provoca en la esperanza una disolución tanto del acto como del contenido. No obstante, hay que advertir lo siguiente: la esperanza cristiana sufre los efectos de la liquidez de manera negativa en la medida que el fundamento y sentido total no sea la experiencia con el Resucitado e, incluso, sea una experiencia del Resucitado, carente o frágil de significado respecto a las verdades sobre las ultimidades. Puesto que, por la fe en Jesucristo resucitado (prius), la esperanza no se convierte en una utopía vacía, sino una topía:
«En Jesucristo resucitado se autocomunicó el Futuro absoluto. El Futuro absoluto nos salió al encuentro y comenzó a realizar la plenitud última y definitiva. Jesucristo es el primero de entre muchos hermanos […]. En él la utopía se volvió topía. Lo imposible al hombre, y no obstante ansiado y buscado insaciablemente, se demostró posible para Dios»[26].
No obstante, esa fe cristocéntrica no puede sobrevivir sin la esperanza (primacía), puesto que sin ella «la fe decae, se transforma en pusilanimidad y, por fin, en fe muerta»[27]. Si se toma en serio la sentencia de Moltmann, entonces no solo se manifiesta una crisis de esperanza, sino también una crisis de fe que cubre transversalmente la crisis eclesial hoy, sobre la base de un desaliento no solo por los logros del Concilio Vaticano II socavados y anulados lenta pero rigurosamente, sino también por los escándalos de abuso de conciencia, de poder y sexual; los procedimientos de la Iglesia frente a estos acontecimientos, marcada por una cultura del abuso y encubrimiento; la falta de vocaciones al sacerdocio, la vida religiosa y de mayores espacios protagónicos del laicado, en otras palabras, una renovación horizontal, unitaria y diversa del pueblo ungido por el Espíritu[28].
Pero, a pesar de que hay muchos motivos para una disolución de la esperanza y una desesperanza como tal, también hay muchos motivos para una nueva oportunidad de renovar la concepción de esperanza cristiana desde una fe cristocéntrica, que implica una preocupación en la historia y en la sociedad. En un tiempo de crisis, entendida como juicio, purificación y decisión, existe la «oportunidad de recorrer caminos inéditos para afrontar los retos complejos y difíciles de la coyuntura actual»[29]. Es una oportunidad que solo la crisis otorga, porque des-coloca y con-fronta estructuras, objetivos y perspectivas que necesitan renovación. Decir que la esperanza cristiana se disuelve, no quiere decir que sea aniquilada, sino que queda incorporada en la liquidez de la sociedad, sin forma ni fondo que la sostenga. Incluso, una disolución de la esperanza cristiana puede ser el mejor de los escenarios como oportunidad de renovación dinámica que permita la fluidez de los símbolos de la fe en la historia, en dirección a la consumación del ser humano y del mundo en Dios. Pese a una posible esperanza cristiana líquida, para el cristiano siempre hay posibilidad de esperanza:
«Porque nuestra esperanza no se basa en los signos. Nuestra esperanza se basa en Dios y únicamente en Él. Nosotros ponemos toda nuestra esperanza y confianza en Dios o, al menos, tratamos de hacerlo así. […] Significa que, aun cuando hemos de valorar y apreciar la contribución de los poderosos, las instituciones y las ideologías, al fin y al cabo no hemos de tratarlos como si fueran el fundamento absoluto e inquebrantable de nuestras esperanzas de futuro»[30].
De ahí surgen diversos motivos que manifiestan una esperanza transformadora en Dios, una esperanza cristiana activa y fluida que no es enemiga de las “esperanzas humanas”, sino que es complementaria y superadora de estas[31]. Por ello, «la esperanza de lo definitivo no debe debilitar, sino excitar la solicitud para transformar el mundo y la sociedad, porque eso interesa al Reino de Dios, ya misteriosamente presente en la tierra»[32], por medio de la persona de Jesucristo. Y, a su vez, surge la oportunidad de renovación tanto de las mismas ultimidades reveladas sobre el mundo y el ser humano como de su significado, las cuales surgen de la experiencia tópica de fe en el Resucitado, en que aquellos “constructos dogmáticos” indescifrables para el pueblo de Dios sean motivo tanto de paciencia y vigilancia expectante como de una significativa transformación de las realidades históricas en el Espíritu dinamizador y esperanzador.
En definitiva, ¿una liquidez que afecta las estructuras teológicas y dogmáticas que abarca la esperanza cristiana a tal punto de indeterminar lo antes determinado, en donde peligra la quietud de las verdades sobre las ultimidades, reveladas por Cristo, como símbolos de fe conclusos, que pregona –muchas veces sin el peso adecuado del asunto– la certeza de un futuro consumador en Dios y una espera desencarnada del mundo? O, más bien, ¿una liquidez como oportunidad hermenéutica del cristiano, consciente a las diversas crisis actuales –tanto eclesiales como sociales–, que implique una renovación no solo de las estructuras teológicas y dogmáticas que abarca la esperanza cristiana, sino también de la vivencia personal y colectiva de una conciencia temporal y esperanzada en Dios, teniendo en cuenta la navegación hacia un posible itinerario de incertidumbre e indeterminación, con la acción eficaz y comprometida de Dios en la historia, por medio del Hijo en el Espíritu, como el único faro de certeza?
NOTAS
[1] Bachiller en Sagrada Teología por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo: fnrojas2@uc.cl
[2] Bloch, Ernst; El Principio Esperanza, vol. 3 (Madrid: Trotta, 2007), 500.
[3] Cf. Post, Werner; «Esperanza», en Conceptos fundamentales de filosofía, vol. 2, Especulación – Orden, ed. por Hermann Krings, Hans Michael Baumgartner y Christoph Wild (Barcelona: Herder, 1978), 18.
[4] Bauman, Zygmunt; Modernidad Líquida (Ciudad de México: FCE, 2003), 7.
[5] Cf. Bauman, Modernidad Líquida, 8: «En lenguaje simple, todas estas características de los fluidos implican que los líquidos, a diferencia de los sólidos, no conservan fácilmente su forma».
[6] Cf. Ibíd., 9.
[7] Ibíd., 11.13.
[8] Bauman, Zygmunt; Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre (Buenos Aires: Tusquets, 2017), 7-8.
[9] Bauman, Tiempos líquidos, 138: «Una utopía es ante todo una imagen de otro universo, diferente del que se conoce por experiencia directa o por haber oído hablar de él. La utopía, además, prefigura un universo enteramente creado por la sabiduría y la devoción humanas».
[10] Ibíd., 133-134.
[11] Sobre la figura del cazador, Ibíd., 141: «A diferencia de los dos tipos que prevalecían antes de que este empezara a ejercer [en este caso, el guardabosques y el jardinero], al cazador le da igual el “equilibrio de las cosas”, ya sea este “natural”, premeditado o artificial. Lo único que interesa a los cazadores es “cobrarse” una nueva pieza que llene su morral. La mayoría de ellos, seguro, no considera que la disponibilidad de nuevas presas corriendo por el bosque –tras sus cacerías, o mejor a pesar de ellas– sea algo de su incumbencia. Si los bosques quedan vacíos por culpa de una partida de caza particularmente provechosa, los cazadores se trasladarán a otra espesura aun sin explotar, que todavía albergue futuros trofeos de caza. Tal vez especulen que quizás en algún momento, en un futuro distante y sin definir, el planeta puede quedarse sin nuevos bosques que explotar, pero en tal caso no lo verán como un motivo de preocupación inmediata, y desde luego jamás como algo de lo que ellos tuvieran que preocuparse. Algo así no pondrá en peligro los resultados inmediatos de la partida de caza en que se ven inmersos ahora, ni los de la siguiente, y de esta manera, dado que no hay nada que ahora me obligue, solo uno entre muchos cazadores, o uno de nosotros, o una asociación cinegética entre muchas, se preocupará acaso por las posibles consecuencias, aunque no por ello vaya a hacer nada por remediarlo».
[12] Ibíd., 153.
[13] Ibíd.
[14] Martínez Díez, Felicísimo; «Lo teologal de la esperanza cristiana», en Dar razón de la esperanza hoy. XXI Semana de Estudios de Teología Pastoral, ed. por Instituto Superior de Pastoral (Estella: Verbo Divino, 2010), 16.
[15] Moltmann, Jürgen; Teología de la esperanza, 7.ª ed. (Salamanca: Sígueme, 2006), 29.
[16] Pieper, Josef; «Esperanza», en Conceptos fundamentales de la teología, ed. por Heinrich Fries, 2.ª ed. (Madrid: Cristiandad, 1979), 466.
[17] Moltmann, Teología de la esperanza, 30.
[18] Cf. Ibíd., 29.
[19] Pieper, «Esperanza», 466.
[20] Josef Pieper, Las virtudes fundamentales, 10.ª ed. (Madrid: Rialp, 2012), 400.
[21] Término usado por Adolphe Gesché, Dios para pensar, vol. VII, El sentido (Salamanca: Sígueme, 2004), 133.
[22] Cf. Bloch, Ernst; El Principio Esperanza, vol. 1, 2.ª ed. (Madrid: Trotta, 2007), 28.
[23] Entiéndase el fondo o contenido de la esperanza como las verdades reveladas sobre las ultimidades del mundo y del ser humano desde la persona de Jesucristo, a saber, la escatología. Ese contenido sobre las experiencias de lo escatológico, si bien cabe en la experiencia de lo posible, no de lo empírico, no obstante, el rango de posibilidad permite que el contenido dogmático no sea absoluto por la dinámica de la evolución del dogma posibilitado por el Espíritu Santo. No por ello se pone en jaque la certeza confiada de la acción de Dios en la persona de Jesucristo, en
Artículo publicado en la edición Nº 1.201 (ENERO- MARZO 2019) Autor: Franco Rojas, Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile Para citar: Rojas, Franco; ¿Esperanza líquida? Atisbos teológicos, en La Revista Católica, Nº1.201, enero-marzo 2019, pp. 91-101.
 
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¿Esperanza líquida? Atisbos teológicos Franco Rojas Contreras [1] Facultad de Teología UC

1. Introducción y motivo del artículo
«La razón no puede florecer sin esperanza, la esperanza no puede hablar sin razón»[2], decía Ernst Bloch en su Principio Esperanza. Desde esta sentencia, el panorama de la esperanza, no simplemente como una virtud teologal, sino como un concepto lleno de significación inquietante, movilizadora y fundamental de la existencia humana desde su raíz, no puede no ser tratado sino con la razón que desentraña tanto el acto como el contenido de la esperanza, muchas veces frágil y no fundamentada. Es por ello que el tema de por sí es motivo de múltiples reflexiones del pensamiento crítico e interdisciplinario, más aún cuando el status vitae del ser humano contextualizado denota una crisis o juicio de los principios, tradiciones, estructuras y modos de vida adquiridos, afectando no solamente al individuo en particular, sino también a las colectividades y estructuras orgánicas establecidas en la actualidad que sufren el rotundo vaivén de la incertidumbre.
En sintonía con lo anterior, el motivo de este breve artículo es cuestionarse sobre el status de la esperanza, en específico cristiana, desde la siguiente pregunta: ¿la esperanza cristiana ha sufrido los efectos de la liquidez? La pregunta, si bien puede ser un poco “aventurera” en materias teológicas, puede ser de gran ayuda para situar tanto la dinamicidad de la fe cristiana como de la reflexión sobre las ultimidades del mundo y del ser humano en una época contemporánea, llena de incertidumbres e indeterminaciones. Por ello, al ser “aventurera”, este artículo no pretender brindar conclusiones, sino más bien otorgar un espacio abierto de discernimiento crítico sobre un elemento fundamental de la fe, en medio de una época de crisis eclesiales e, incluso, sociales.
Para efectos metodológicos, se presentará en primer lugar la situación actual de la sociedad, marcada por una liquidez, que determina al ser humano como individuo viviente en una época de incertidumbre y presentismo; desde este escenario, se realizará una exposición breve del concepto “liquidez”, acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman. A partir de ello, en segundo lugar, plantearé las posibles consecuencias de una sociedad líquida para la esperanza cristiana, ofreciendo un posible diagnóstico desde el concepto de disolución, que está a la base de la liquidez, como fenómeno diverso respecto de las anteriores formas de carente docta esperanza (la desesperación y la presunción). Y, finalmente, culminaré este artículo con una “conclusión inconclusa” del análisis sobre la esperanza cristiana hoy, situada en el contexto de crisis eclesial.
2. La esperanza frente a la modernidad líquida
Tanto la experiencia de la esperanza –no solo de las llamadas “esperanzas humanas”, sino también de la esperanza cristiana– en cuanto afecto de una realidad futura individual, colectiva y epocal (spes qua speratur), como su contenido en tanto fin esperado con un alcance infinito referente a lo posible (spes quae speratur)[3], han sido afectados inevitablemente por el fenómeno moderno de la liquidez. La liquidez o fluidez es definida como «la cualidad de los líquidos y los gases […] “no pueden sostener una fuerza tangencial o cortante” y, por lo tanto, “sufren un continuo cambio de forma cuando se los somete a esa tensión»[4]. Esta característica perteneciente a una variedad de fluidos, contrapuestos a los sólidos[5], es utilizada como concepción analógica para la descripción de la situación líquida de la modernidad, la cual encuentra en las épocas premodernas una solidez con estado de putrefacción, requiriendo un descubrimiento de nuevos sólidos que tuvieran duración, confiabilidad y condición de dependencia para un mundo más predecible y controlable[6], un nuevo orden que reemplace al viejo y defectuoso.
Sin embargo, este sentido de renovación, en vez traer un nuevo sistema de características sólidas, produjo que la sociedad tuviese un cambio de dirección: la disolución de los sólidos. Esta disolución provocó que las fuerzas sostenedoras del sistema fuesen reemplazadas por la indeterminación e incertidumbre de las pautas y configuraciones ahora individuales[7]. En otras palabras, la modernidad líquida se puede explicar de la siguiente manera:
«[…] el paso de la fase “sólida” de la modernidad a la “líquida”: es decir, a una condición en la que las formas sociales (las estructuras que limitan las elecciones individuales, las instituciones que salvaguardan la continuidad de los hábitos, los modelos de comportamiento aceptables) ya no pueden (ni se espera que puedan) mantener su forma por más tiempo, porque se descomponen y se derriten antes de que se cuente con el tiempo necesario para asumirlas y, una vez asumidas, ocupar el lugar que se les ha asignado. Resulta improbable que las formas, presentes o solo esbozadas cuenten con el tiempo suficiente para solidificarse y, dada su breve esperanza de vida, no pueden servir como marcos de referencia para las acciones humanas y para las estrategias a largo plazo; de hecho, se trata de una esperanza de vida más breve que el tiempo necesario para desarrollar una estrategia coherente y consistente, e incluso más breve que el tiempo requerido para llevar a término un “proyecto de vida” individual»[8].
Tales efectos de la liquidez también afectan a la comprensión de utopía[9]. Según el análisis de Bauman, el ser humano contemporáneo vive en una época de incertidumbre, única certeza de la modernidad, donde «la llegada imprevista de los reveses, su irregularidad, su desagradable capacidad para venir de cualquier parte, los torna imprevisibles y nos deja indefensos»[10]. Los modelos utópicos ortodoxos, los cuales tienen una estructura fontal de expectación a un futuro mejor, ya no tienen lugar, personas dispuestas para tomar en serio sus postulados, ni recursos suficientes y una voluntad fuerte para su realización. Hoy predomina una utopía sin final, en figura comparativa a la de un cazador[11], que «promete […] una solución radical y postrera para las penas y los dolores de la condición humana pasados, presentes y futuros. […] Ha trasladado el escenario de las soluciones y los remedios del “más allá”, al “aquí y ahora”»[12]. En efecto:
«Una utopía traída desde un “más allá” remoto y brumoso hasta un “aquí y ahora” tangible, una utopía que se vive en vez de perseguirla se convierte en algo inmune a cualquier examen, y en algo inmortal, ajeno a cualquier ejercicio y propósito práctico. Pero dicha inmortalidad se ha conseguido a costa de la misma fragilidad y vulnerabilidad de todos y cada uno de los que, encantados y seducidos, la viven. A diferencia de las utopías de antaño, la utopía de los cazadores no brinda significado alguno, ya sea genuino o fraudulento, a la vida. Se limita a ofrecer preguntas sobre el significado de la vida que extrae de las mismas mentes vivas»[13].
Si para Bauman las estructuras utópicas ortodoxas carecen de sentido y significado para el ser humano contemporáneo, siendo reemplazadas por una “utopía” presentista, individualista y consumista, representada por la figura del cazador, entonces la esperanza axial, fundamento de las llamadas “esperanzas humanas” (como las utopías) y la esperanza cristiana[14], aquellas que tienen insertas el anhelo de un futuro plenificador, sufre las consecuencias inmediatas de la liquidez de la sociedad actual.
3. ¿Una disolución del acto y del contenido de la esperanza cristiana?
Si el ser humano y la sociedad, desde la modernidad, sufren los efectos de la liquidez, es posible decir sin titubeos que la esperanza cristiana sufre los mismos efectos en su particular medida. Para una teología sobre la esperanza, los fenómenos que se clasificaban como falta a la esencia de la esperanza eran dos formas: la desesperación (desperatio) y la presunción (praesumptio). Por una parte, la desesperación, anticipación inoportuna y arbitraria del no-cumplimiento de la esperanza de Dios[15], consiste «en último término, en la negación de la redención. Es una opción contra Cristo»[16], afirmando la inexistencia e insignificancia del Camino para la vida eterna. Jürgen Moltmann profundiza sobre la desesperación:
«El desesperar de la esperanza no necesita siquiera presentar un semblante desesperado. Puede ser también la simple y silenciosa ausencia de sentido, de perspectiva, de futuro y de objetivos. Puede mostrar el aspecto de la renuncia sonriente: Bonjour tristesse. Lo que queda es una cierta sonrisa de aquellos que han repasado sus posibilidades y no han encontrado en ellas nada que pudiera proporcionar motivo de esperanza. Lo que queda es un taedium vitae, una vida que se acompaña a sí misma ya tan solo un poco»[17].
La desesperación como ausencia de sentido, de perspectiva, de futuros y de objetivos es el fenómeno más frecuente en el ser humano contemporáneo. Es un comportamiento notorio no solo en la sociedad líquida, sino que también en una Iglesia que no tiene miras a su talante escatológico, produciendo el rompimiento de los ideales utópicos y la anulación de un futuro que encarcela al ser humano en un presentismo inmanentista en lo cotidiano.
Por otra parte, la presunción, anticipación inoportuna y arbitraria del cumplimiento de la esperanza de Dios[18], consiste «en una condescendencia con la necesidad de seguridad que siente el hombre»[19] (perversa securitas), lo que provoca un infantilismo que le afloja y se entrega a la posesión del objetivo alcanzado. Josef Pieper profundiza al respecto:
«Que esta anticipación contradice a la realidad se revela en el sentido de la palabra presumir, presunción, que indica una inadecuación frente a la realidad. La resonancia de algo titánico y heroico que vibra en estas palabras puede, por otra parte, tapar e impedir fácilmente la visión del núcleo mismo del ser de la presunción como un pecado contra la esperanza»[20].
Si uno observa estas dos faltas a la esperanza, la desesperación –con la profundización de Moltmann– sería aparentemente el contexto de una sociedad líquida, a diferencia de la presunción, donde queda invalidada por la incertidumbre presente. No obstante, ni la desesperación –y mucho menos la presunción– son formas predominantes que delimitan absolutamente la situación de la esperanza cristiana, sino que más bien, desde una ausencia de sentido y una incertidumbre como seguridad, se manifiesta una disolución sobre el acto y el contenido de la esperanza (perspektivlösigkeit[21]), en cuanto fenómeno de la misma esperanza que se disipa por la liquidez epocal.
En primer lugar, se puede notar una disolución en el acto de la esperanza, asociada muchas veces al contexto de no-futuro, de no-tender al esperar. Es una disolución que implica una estaticidad líquida de la dinámica escatológica de la esperanza. El acontecimiento fenoménico de la esperanza, comprendido como la dinámica experiencial de tender desde Jesucristo, cumplimiento de las promesas y apertura a las ultimidades del mundo y el ser humano, al Dios consumador de la historia, se ha convertido en una esperanza estática (presentismo) y líquida (sin forma). Si el itinerarium fidei, mediación entre la fides qua y la fides quae, que les relacionaba por el movimiento procesual e itinerante de la experiencia de camino fluido hacia Dios, el cual estaba en consonancia con la virtud de la esperanza, actualmente se encuentra frágil en comunidades que acrecientan una esperanza expectante al futuro y de mejorías. No obstante, ¿es una docta spes, donde la expectación al futuro no sea un mero esperar cambios a corto, mediano e incluso largo plazo, si bien necesarios, pero no absolutos, como nuevo objetivo “utópico” de las posibles reliquias de la doctrina escatológica? Si no existe una orientación cristológica de la esperanza y la escatología, como punto de partida, entonces no habría una experiencia fenoménica y transformadora de la esperanza cristiana en el mundo y en el ser humano como tal.
En segundo lugar, en ese sentido, se puede denotar una disolución del contenido de la esperanza. No solamente la forma tiene que ser docta para evitar fraudulencias y engaños[22], sino también el fondo o contenido de esta[23]. El contenido de la esperanza en la actualidad se encuentra erosionado transversalmente, a tal punto de mostrarse como complejos e inaccesibles constructos dogmáticos, de los cuales solo cabe un dogmatismo fácil, ahora sin significado al no poder ser interpretados. En ese sentido, cuanto más nos habituamos a las verdades dogmáticas que abarca la esperanza, «tanto más desgatadas están por el frecuente uso, de tal manera que solo queda la parte exterior, banal y casi absurdamente paradójica»[24]. Esa parte exterior, banal y paradójica que Carl Jung menciona se puede extrapolar a la mencionada esperanza formal frágil, vacía de una hermenéutica cristológica. Aquella esperanza cristiana que Pablo, como ejemplo, expresaba con certeza y argumentación sobre la resurrección de los muertos, ya no se presenta en las generaciones actuales frente a la problemática de explicar el Futuro absoluto revelado en Jesucristo y situarse en un misticismo apresurado, provocando que las conclusiones dogmáticas sean permeadas o, incluso rechazadas, en favor de “nuevos constructos” exóticos, extranjeros que, muchas veces son contradictorios con el mismo dogma:
«Somos, sin duda, los herederos auténticos de los símbolos cristianos, pero esa herencia, en cierto modo, la hemos malgastado. Hemos dejado que se desmorone la casa que construyeron nuestros padres y ahora intentamos irrumpir en palacios orientales que ellos nunca conocieron»[25].
En ese sentido, el contenido de la esperanza cristiana se ha centrado en las conclusiones dogmáticas que se han vaciado de significado por las formas que el ser humano espera la acción de Dios y, por ende, no se denota no solo una funcionalidad efectiva frente a la realidad, sino una fundamentación significativa en la persona de Jesucristo como fuente y sentido de las ultimidades de la esperanza cristiana. En otras palabras: ¿resurrección de los muertos? ¿un infierno? ¿un cielo? ¿un purgatorio? ¿un juicio final? ¿una parusía? ¿de qué sirven esas verdades de fe si no dan respuesta frente problemas sociales y eclesiales actuales, tanto particulares como colectivos? La respuesta sobre cuestiones dogmáticas es desencarnadamente impactante: “no sirven de nada”, “no significan mucho”, “se queda en un completo misterio”.
4. Conclusión “inconclusa”: ¿Esperanza cristiana en tiempos de crisis?
Hasta el momento, el breve diagnóstico es, en cierta medida, desfavorable para la esperanza cristiana frente a los efectos de una sociedad líquida. La liquidez provoca en la esperanza una disolución tanto del acto como del contenido. No obstante, hay que advertir lo siguiente: la esperanza cristiana sufre los efectos de la liquidez de manera negativa en la medida que el fundamento y sentido total no sea la experiencia con el Resucitado e, incluso, sea una experiencia del Resucitado, carente o frágil de significado respecto a las verdades sobre las ultimidades. Puesto que, por la fe en Jesucristo resucitado (prius), la esperanza no se convierte en una utopía vacía, sino una topía:
«En Jesucristo resucitado se autocomunicó el Futuro absoluto. El Futuro absoluto nos salió al encuentro y comenzó a realizar la plenitud última y definitiva. Jesucristo es el primero de entre muchos hermanos […]. En él la utopía se volvió topía. Lo imposible al hombre, y no obstante ansiado y buscado insaciablemente, se demostró posible para Dios»[26].
No obstante, esa fe cristocéntrica no puede sobrevivir sin la esperanza (primacía), puesto que sin ella «la fe decae, se transforma en pusilanimidad y, por fin, en fe muerta»[27]. Si se toma en serio la sentencia de Moltmann, entonces no solo se manifiesta una crisis de esperanza, sino también una crisis de fe que cubre transversalmente la crisis eclesial hoy, sobre la base de un desaliento no solo por los logros del Concilio Vaticano II socavados y anulados lenta pero rigurosamente, sino también por los escándalos de abuso de conciencia, de poder y sexual; los procedimientos de la Iglesia frente a estos acontecimientos, marcada por una cultura del abuso y encubrimiento; la falta de vocaciones al sacerdocio, la vida religiosa y de mayores espacios protagónicos del laicado, en otras palabras, una renovación horizontal, unitaria y diversa del pueblo ungido por el Espíritu[28].
Pero, a pesar de que hay muchos motivos para una disolución de la esperanza y una desesperanza como tal, también hay muchos motivos para una nueva oportunidad de renovar la concepción de esperanza cristiana desde una fe cristocéntrica, que implica una preocupación en la historia y en la sociedad. En un tiempo de crisis, entendida como juicio, purificación y decisión, existe la «oportunidad de recorrer caminos inéditos para afrontar los retos complejos y difíciles de la coyuntura actual»[29]. Es una oportunidad que solo la crisis otorga, porque des-coloca y con-fronta estructuras, objetivos y perspectivas que necesitan renovación. Decir que la esperanza cristiana se disuelve, no quiere decir que sea aniquilada, sino que queda incorporada en la liquidez de la sociedad, sin forma ni fondo que la sostenga. Incluso, una disolución de la esperanza cristiana puede ser el mejor de los escenarios como oportunidad de renovación dinámica que permita la fluidez de los símbolos de la fe en la historia, en dirección a la consumación del ser humano y del mundo en Dios. Pese a una posible esperanza cristiana líquida, para el cristiano siempre hay posibilidad de esperanza:
«Porque nuestra esperanza no se basa en los signos. Nuestra esperanza se basa en Dios y únicamente en Él. Nosotros ponemos toda nuestra esperanza y confianza en Dios o, al menos, tratamos de hacerlo así. […] Significa que, aun cuando hemos de valorar y apreciar la contribución de los poderosos, las instituciones y las ideologías, al fin y al cabo no hemos de tratarlos como si fueran el fundamento absoluto e inquebrantable de nuestras esperanzas de futuro»[30].
De ahí surgen diversos motivos que manifiestan una esperanza transformadora en Dios, una esperanza cristiana activa y fluida que no es enemiga de las “esperanzas humanas”, sino que es complementaria y superadora de estas[31]. Por ello, «la esperanza de lo definitivo no debe debilitar, sino excitar la solicitud para transformar el mundo y la sociedad, porque eso interesa al Reino de Dios, ya misteriosamente presente en la tierra»[32], por medio de la persona de Jesucristo. Y, a su vez, surge la oportunidad de renovación tanto de las mismas ultimidades reveladas sobre el mundo y el ser humano como de su significado, las cuales surgen de la experiencia tópica de fe en el Resucitado, en que aquellos “constructos dogmáticos” indescifrables para el pueblo de Dios sean motivo tanto de paciencia y vigilancia expectante como de una significativa transformación de las realidades históricas en el Espíritu dinamizador y esperanzador.
En definitiva, ¿una liquidez que afecta las estructuras teológicas y dogmáticas que abarca la esperanza cristiana a tal punto de indeterminar lo antes determinado, en donde peligra la quietud de las verdades sobre las ultimidades, reveladas por Cristo, como símbolos de fe conclusos, que pregona –muchas veces sin el peso adecuado del asunto– la certeza de un futuro consumador en Dios y una espera desencarnada del mundo? O, más bien, ¿una liquidez como oportunidad hermenéutica del cristiano, consciente a las diversas crisis actuales –tanto eclesiales como sociales–, que implique una renovación no solo de las estructuras teológicas y dogmáticas que abarca la esperanza cristiana, sino también de la vivencia personal y colectiva de una conciencia temporal y esperanzada en Dios, teniendo en cuenta la navegación hacia un posible itinerario de incertidumbre e indeterminación, con la acción eficaz y comprometida de Dios en la historia, por medio del Hijo en el Espíritu, como el único faro de certeza?
NOTAS
[1] Bachiller en Sagrada Teología por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo: fnrojas2@uc.cl
[2] Bloch, Ernst; El Principio Esperanza, vol. 3 (Madrid: Trotta, 2007), 500.
[3] Cf. Post, Werner; «Esperanza», en Conceptos fundamentales de filosofía, vol. 2, Especulación – Orden, ed. por Hermann Krings, Hans Michael Baumgartner y Christoph Wild (Barcelona: Herder, 1978), 18.
[4] Bauman, Zygmunt; Modernidad Líquida (Ciudad de México: FCE, 2003), 7.
[5] Cf. Bauman, Modernidad Líquida, 8: «En lenguaje simple, todas estas características de los fluidos implican que los líquidos, a diferencia de los sólidos, no conservan fácilmente su forma».
[6] Cf. Ibíd., 9.
[7] Ibíd., 11.13.
[8] Bauman, Zygmunt; Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre (Buenos Aires: Tusquets, 2017), 7-8.
[9] Bauman, Tiempos líquidos, 138: «Una utopía es ante todo una imagen de otro universo, diferente del que se conoce por experiencia directa o por haber oído hablar de él. La utopía, además, prefigura un universo enteramente creado por la sabiduría y la devoción humanas».
[10] Ibíd., 133-134.
[11] Sobre la figura del cazador, Ibíd., 141: «A diferencia de los dos tipos que prevalecían antes de que este empezara a ejercer [en este caso, el guardabosques y el jardinero], al cazador le da igual el “equilibrio de las cosas”, ya sea este “natural”, premeditado o artificial. Lo único que interesa a los cazadores es “cobrarse” una nueva pieza que llene su morral. La mayoría de ellos, seguro, no considera que la disponibilidad de nuevas presas corriendo por el bosque –tras sus cacerías, o mejor a pesar de ellas– sea algo de su incumbencia. Si los bosques quedan vacíos por culpa de una partida de caza particularmente provechosa, los cazadores se trasladarán a otra espesura aun sin explotar, que todavía albergue futuros trofeos de caza. Tal vez especulen que quizás en algún momento, en un futuro distante y sin definir, el planeta puede quedarse sin nuevos bosques que explotar, pero en tal caso no lo verán como un motivo de preocupación inmediata, y desde luego jamás como algo de lo que ellos tuvieran que preocuparse. Algo así no pondrá en peligro los resultados inmediatos de la partida de caza en que se ven inmersos ahora, ni los de la siguiente, y de esta manera, dado que no hay nada que ahora me obligue, solo uno entre muchos cazadores, o uno de nosotros, o una asociación cinegética entre muchas, se preocupará acaso por las posibles consecuencias, aunque no por ello vaya a hacer nada por remediarlo».
[12] Ibíd., 153.
[13] Ibíd.
[14] Martínez Díez, Felicísimo; «Lo teologal de la esperanza cristiana», en Dar razón de la esperanza hoy. XXI Semana de Estudios de Teología Pastoral, ed. por Instituto Superior de Pastoral (Estella: Verbo Divino, 2010), 16.
[15] Moltmann, Jürgen; Teología de la esperanza, 7.ª ed. (Salamanca: Sígueme, 2006), 29.
[16] Pieper, Josef; «Esperanza», en Conceptos fundamentales de la teología, ed. por Heinrich Fries, 2.ª ed. (Madrid: Cristiandad, 1979), 466.
[17] Moltmann, Teología de la esperanza, 30.
[18] Cf. Ibíd., 29.
[19] Pieper, «Esperanza», 466.
[20] Josef Pieper, Las virtudes fundamentales, 10.ª ed. (Madrid: Rialp, 2012), 400.
[21] Término usado por Adolphe Gesché, Dios para pensar, vol. VII, El sentido (Salamanca: Sígueme, 2004), 133.
[22] Cf. Bloch, Ernst; El Principio Esperanza, vol. 1, 2.ª ed. (Madrid: Trotta, 2007), 28.
[23] Entiéndase el fondo o contenido de la esperanza como las verdades reveladas sobre las ultimidades del mundo y del ser humano desde la persona de Jesucristo, a saber, la escatología. Ese contenido sobre las experiencias de lo escatológico, si bien cabe en la experiencia de lo posible, no de lo empírico, no obstante, el rango de posibilidad permite que el contenido dogmático no sea absoluto por la dinámica de la evolución del dogma posibilitado por el Espíritu Santo. No por ello se pone en jaque la certeza confiada de la acción de Dios en la persona de Jesucristo, en que «Dios será todo en todos» (1 Co 15, 28).
[24] Jung, Carl; Obra Completa, vol. 9/1, Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, 2.ª ed. (Madrid: Trotta, 2010), 8.
[25] Jung, Obra Completa, 9/1: 14.
[26] Boff, Leonardo; Hablemos de la otra vida, Alcance 3, 12.ª ed. (Santander: Sal Terrae, 1978), 24-25.
[27] Moltmann,
 

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