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Artículo publicado en la edición Nº 1.185 (ENERO- MARZO 2015) Autor: Rodrigo Álvarez, osb, Monje Benedictino Para citar: Álvarez, Rodrigo, El Espíritu Santo como clave de comprensión de "Llama de Amor Viva" de San Juan de la Cruz, en La Revista Católica, Nº1.185, enero-marzo 2015, pp. 41-58.
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El Espíritu Santo como clave de comprensión de “Llama de Amor Viva” de San Juan de la Cruz Rodrigo Álvarez, osb (1), Monje Benedictino

I. Introducción
“Llama de Amor Viva” es el primer verso de un poema dedicado por San Juan de la Cruz a doña Ana de Peñalosa (2), quien además le solicitó al Santo una explicación del mismo. Nos encontramos en el año 1582, el Doctor de la Iglesia, se presenta en Granada para fundar, acompañado de un grupo de carmelitas descalzas. El Arzobispo de la ciudad se echa atrás en la promesa dada a las monjas; San Juan de la Cruz y las monjas deben buscar asilo en la casa de esta generosa mujer (3), mientras se soluciona el problema. El trato habitual entre ambos se convierte en dirección espiritual. Poco a poca, Doña Ana logra una madurez insospechada. Habiendo ya fallecido San Juan de la Cruz, esta noble señora, hará trasladar el cuerpo a Segovia en 1593.
San Juan de la Cruz “redactó dos veces su comentario a las cuatro canciones de la Llama de Amor Viva. La segunda redacción no supone una reordenación o reelaboración (…) pero si supone una mayor perfección en múltiples detalles: correcciones, añadiduras que mejoran el texto de la primera redacción. Escrita la Llama A, con toda probabilidad, a finales de 1585 en Granada, la Llama B parece haber sido redactada y retocada los años siguientes, antes de trasladarse a Úbeda” (4).
El Santo desarrolla en esta obra el tópico de la actuación de las Personas divinas en la sustancia del alma (5). La segunda canción afirmará: “En esta canción da a entender el alma como las tres personas de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, son los que hacen en ella esta divina obra de unión” (Ll 2,1). Ya que no existe progreso en el poema, cada comentario posee una estructura propia y una organización singular. El alma experimenta, no solamente lo que obra el Espíritu en ella, sino el modo en que ella lo hace en el Espíritu (6). La actuación del Espíritu Santo es relevante en este esquema, considerando la perijóresis divina. Por ello, el místico español, utilizará las palabras: mano, cauterio y toque para señalar a las Personas divinas en su singularidad.
San Juan de la Cruz denomina al Espíritu Santo el Espíritu del Esposo (Ll 1,3). “Al final del Cántico se alude a la “llama que consume y no da penas” y al “aspirar del aire” en evidente referencia al Espíritu. Cántico finaliza suspirando y anhelando la experiencia de ese fuego en la otra vida; pero en el libro de Llama, el autor se detendrá en describir la vivencia del Espíritu Santo aquí en la tierra (…) Llama tendrá en cuenta el amor maduro y pleno, que se manifiesta aquí abajo” (7). Es indudable, que la Tercera Persona de la Trinidad es condición de posibilidad del proceso de divinización del alma. La clave de comprensión teológica “consiste en leer Llama a la luz del misterio central de la fe cristiana. El Dios de la experiencia mística de San Juan de la Cruz es Padre de mano blanda y tendida en abrazo abisal, manifestado de una vez por todas en Jesús el Esposo Amado y actuando ahora y siempre por el Espíritu Santo Señor y dador de vida” (8).
La figura del Espíritu Santo es relevante en la obra de San Juan de la Cruz, revisando las concordancias (9), la palabra Espíritu Santo presenta las siguientes frecuencias: 205 veces aparece en toda la obra de San Juan de la Cruz; de ellas 60 corresponden a Llama B y 48 a Llama A; le siguen Cántico Espiritual B con 31 veces, Subida con 27, Cántico Espiritual A con 26 y Noche Oscura con 6. La voz “Espíritu Divino” se encuentra 25 veces en el corpus completo, 7 veces en Subida, 8 en Cántico Espiritual B, 2 en Llama B, 7 en Cántico Espiritual A y 1 en Llama A.
Vemos como el Espíritu Santo aparece reiteradamente en “Llama de Amor Viva”. ¿Cuál será la razón? Esta es una de las interrogantes que surgen de una simple apreciación estadística. Pero, es indispensable revisar la actuación del Espíritu Santo en la obra “Llama de amor viva” de San Juan de La Cruz para descubrir su relevancia.
II. La pneumatología en la obra de san Juan de la Cruz
La aparición expresa del término “Espíritu Santo” (205 veces) es recurrente en la obra sanjuanista. Pese a ello, la palabra “Espíritu” presenta una mayor frecuencia (921 apariciones). Lo cual, ha obligado a los especialistas a detenerse en el significado y el uso que da el Santo a esta palabra. Sobre todo, si se refiere a la Persona divina. Gabriel Castro (10) propone una triple forma de abordar el tema pneumatológico:
• La experiencia personal del Espíritu Santo. • Los textos bíblicos interpretados en clave pneumatológica. • La vida en el Espíritu.
1.1. La experiencia personal del Espíritu Santo
La biografía de San Juan de la Cruz nos ofrece algunos episodios concretos, en los cuales, el santo se ve relacionado con la figura del Espíritu Santo. Cabe recordar su devoción a la Misa de la Santísima Trinidad o la paloma que viene a su ventana en Segovia. Ya como director espiritual, recomendará pedir la venida del Espíritu Santo, sobre todo en el tiempo de Pascua. Así mismo, cada vez que toma la pluma, invocará la ayuda del Paráclito. Vemos “cómo cada verso del Cántico y de la Llama se encuentra recubierta alguna gracia mística que debió tener fecha y lugar precisos en la aventura personal del Santo. Y muchas de ellas son de contenido explícitamente pneumatológico” (11). Es así como, el poeta, utiliza gran cantidad de símbolos para ejemplificar esta experiencia del Espíritu. Claves en este sentido son las figuras del aire (CB 13,4-5), el austro (CB 17,2-9), el silbo (CB 14-15,14), la voz (CB 39,8) y el aposentador (CB 17,8.10) en el Cántico Espiritual. En cambio, en “Llama de Amor viva” el símbolo clave es el fuego: “que purifica (LlA 1, 16.18.19); que hiere y sana (LlA 2,1.2.6), es decir cauterio suave (2, 8.9.10) y dardo de la transverberación (LlA 2, 12); que deleita (LlA 1,1.6.8; 2,3) y que produce la fiesta del ES (1,8; 2,6) que transforma el madero en fuego activo que llamea y que funde (Ll1, 3.6.16; 3, 10) (…) fuego que consume y consuma (LlA 1, 27-28; 2,3;3, 10; CB 39,14; Cf. N2, 10;12,5; 20). El fuego es vertical, ascendente y agitado. Nunca está ocioso. Tiende a llevar hacia lo alto” (12). Así mismo, el Espíritu Santo es fuego y agua sin contradicción, es amparo en el contexto de las obumbraciones (3,12-14) y es unción con óleo (LlA 3,24-30).
1.2. Los textos bíblicos interpretados en clave pneumatológica
El evangelio de San Juan y los textos paulinos (13) en su gran mayoría son interpretados en clave pneumatológica por San Juan de la Cruz. Guiseppe Ferraro (14) dedica largas páginas a revisar las interpretaciones del santo a las epístolas a los Romanos y a los Corintios. Idea fundamental es la vida en el Espíritu. Esta comienza como un nacimiento por el agua (CB 12,3) y se prolonga como una larga y nocturna lucha contra la carne (Rm 8,14). Los cristianos son ayudados por el gemido y las primicias del Espíritu que ora en ellos (Rm 8, 23- C1,14). En el progreso de esta vida en el Espíritu, sólo se llega a la meta, cuando el alma se introduce en la vida trinitaria por obra del Espíritu (Jn 16,7- Ll pról. 2 y 1,15). El santo construye el tema de la “llama” a partir de las promesas formulada por Cristo en Jn 14,23 (15): “vendremos y haremos morada en él”, y Jn 4,14 más Jn 7, 39. Además la vida en el Espíritu es vida en la fe. Juega un papel importante la original doctrina sobre la 2 Cor 3,4-6: el espíritu y la letra (16); dónde aborda el tema de la interpretación escriturística.
1.3. La vida en el Espíritu
El Espíritu Santo es el punto de partida en la vida espiritual: “la vida del alma es el Espíritu Santo” (LIB 3,62) y en Él está también la meta de la inhabitación trinitaria (CB 1,6). Sin embargo, el principal guía y acompañante de este proceso es el mismo Espíritu (LIB 3,46). Por ello, su acción no sólo se limita al origen y al fin; sino también al transcurso que debe recorrer el hombre en esta tierra. Ahora bien, ¿Cómo lo hace?
El santo, por ello, atribuye al Espíritu, la purificación del entendimiento, mediante la interpretación alegórica del “conviene que yo me vaya” (S 2,11,7). También, la memoria sufre la acción del Paráclito (S 3,2,8). Finalmente, la voluntad, es purificada en el amor (S, 3,24,6; 3, 26,7).
En “Noche Oscura”, el Espíritu es “hipostasiado” con el nombre de contemplación; por ello pareciera desaparecer del plano material de escrito. Aunque continúa actuando. Es en el “Cántico” y en “Llama de Amor Viva”, donde el Consolador se transforma en Unión de amor. Temas como la visita, el amado o la unción cobran vida en esta dinámica amorosa. Por ello, el Espíritu Santo es presentado por el místico como fuerza y habilitación para amar con igualdad de amor a Dios (CB 38,3): “Dos palabras resumen la originalidad de su presentación: reentrega de amor en el Espíritu e igualdad de amor” (17). El libro de la Llama se dedica a cantar la gloria anticipada que el hombre puede alcanzar, si acepta en plenitud la gracia transformante del Espíritu.
Después de haber revisado el papel del Espíritu Santo sistematizado por los especialistas; aparece un modo de comprensión que no puede ser dejado de lado. Este es, pensar la acción del Espíritu Santo en clave ontológica. La bibliografía sanjuanista insiste en el fuerte contenido teológico-dogmático de la prosa del santo carmelita, la cual se desborda en una semiótica experiencial.
III. La actuación del Espíritu Santo en relación con la cuestión del ser
Las primeras líneas de la explicación dada por San Juan de la Cruz a doña Ana de Peñalosa dan cuenta de la presencia del Espíritu Santo en este texto. En primer lugar, desde un enfoque trinitario. Es la ousiadivina la que actúa sobre su creatura y la transforma. Pero cada una de las personas divinas es distinguida desde su particularidad. Se las menciona a las tres, dos veces: Padre, Hijo y Espíritu Santo:
“Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a las almas que él da en regalar; porque si consideramos que es Dios, y que se las hace como Dios, y con infinito amor y bondad, no nos parecerá fuera de razón; pues él dijo o que en el que le amase vendrían el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y harían morada en él; lo cual había de ser haciéndole a El vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de Dios, como da a entender el alma en estas canciones” (18).
El Doctor de la Iglesia abordará a través de estas páginas el cómo Dios hace morada en el hombre. La Canción 1 presenta 22 veces la expresión “Espíritu Santo”. ¿Cuál es la razón de tanta insistencia en el Espíritu? ¿Cuál es la vinculación entre el Espíritu y el ser? Son interrogantes que intentaremos responder desde el texto mismo.
3.1. Canción 1a
San Juan de la Cruz describe en este apartado con gran plasticidad la actuación del Espíritu en el alma: “Sintiéndose ya el alma toda inflamada en la divina unión”. La califica de “llama delicada de amor”. A la vez, sus acciones parecieran aludir a cierta violencia, pero en verdad no es tal. Pues lo que comunica es vida eterna. Ahora bien, la actuación del Espíritu Santo, es radical. Ya que afecta la sustancia misma del alma. Por ello, el poeta, aludirá a dos tipos de ser: el divino y el humano. Por lo cual, el nexo será el ¿Espíritu Santo?
“Sintiéndose ya el alma toda inflamada en la divina unión, y ya su paladar todo bañado en gloria y amor, y que hasta lo íntimo de su sustancia está revertiendo no menos que ríos de gloria, abundando en deleites (…) Y como ve que aquella llama delicada de amor, que en ella arde, cada vez que la está embistiendo, la está como glorificando con suave y fuerte gloria, tanto que, cada vez que la absorbe y embiste, le parece que le va a dar la vida eterna, y que va a romper la tela de la vida mortal, y que falta muy poco, y que por esto poco no acaba de ser glorificada esencialmente, dice con gran deseo a la llama, que es el Espíritu Santo (…) Y así, dice: ¡Oh llama de amor viva!” (1,1).
La llama de amor posee una forma de llevar a cabo su obra que la singulariza. ¿Cuál es? Consume como el fuego, pero no ennegrece, sino que baña el alma. Las antítesis son constantes. Un ejemplo de ello es el ardor que produce, pero que refresca en temple de vida divina: “(…) y aquella llama, cada vez que llamea, baña al alma en gloria y la refresca en temple de vida divina. Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor(…)” (1,3).
El fuego pareciera ser causa de todo; ya que éste destruye hasta lo más hondo del alma. Por lo tanto, afecta la esencia misma del hombre. El Espíritu Santo como amor, todo lo consume y todo lo eleva. Teniendo presente “la voluntad del alma”. De allí que la libertad no se vea truncada por el exceso de amor. Por eso, el Santo, relaciona los actos propios del hombre con la llama: “De donde, el alma que está en estado de transformación de amor, podemos decir que su ordinario hábito es como el madero que siempre está embestido en fuego; y los actos de esta alma son la llama que nace del fuego de amor (…) y absorta en la llama del Espíritu Santo(…) De donde al alma le parece que cada vez que llamea esta llama, haciéndola amar con sabor y temple divino, la está dando vida eterna, pues la levanta a operación de Dios en Dios” (1,4).
Se puede concluir dos etapas en este proceso pneumatológico. Una dónde el alma es madera que se deja flamear y consumir por entera y otra dónde el alma es parte del fuego. Es llama. Hay una transformación esencial del alma. En ambas etapas actúa el Espíritu. En la primera, embiste. En la segunda, llamea. Ahora bien, en qué consiste ser llama viva.
San Juan de la Cruz describe con maestría la divinización del alma. Una palabra es clave: comunicación. Al alma se le da la gracia de la presencia de las tres personas divinas en ella. Por ello, ese proceso es calificado de “vivo”. El alma ha sufrido una transformación que no es caracterizable, sino por los efectos que presenta. San Juan de la Cruz pone en el acento no en la vida misma sino en el gustar del Dios vivo: “Y así, estando esta alma tan cerca de Dios, que está transformada en llama de amor, en que se le comunica el Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿qué increíble cosa se dice que guste un rastro de vida eterna, aunque no perfectamente, porque no lo lleva la condición de esta vida? Mas es tan subido el deleite que aquel llamear del Espíritu Santo hace en ella, que la hace saber a qué sabe la vida eterna. Que por eso llama a la llama ‘viva’” (1,6).
Más adelante, el Santo, se abocará en indicar que este proceso es dinámico. Es decir, no se acaba. Lo anterior, se ve relacionado con la pureza lograda en el combate espiritual y por el llamear divino. La pureza no se logra de inmediato, sino es una exigencia propia de la relación con Dios. Cada vez es mayor: “Porque en la sustancia del alma, donde ni el centro del sentido ni el demonio puede llegar, pasa esta fiesta del Espíritu Santo; y, por tanto, tanto más segura, sustancial y deleitable, cuanto más interior el es; porque cuanto más interior es, es más pura; cuanto hay más de pureza, tanto más abundante frecuente y generalmente se comunica Dios” (1,9).
El alma posee dimensiones. Una de ellas, es su sustancia. Allí es donde se produce la comunicación divina. El ser de Dios se encuentra con el ser del hombre. Veamos cómo, el Santo, se refiere a este encuentro o deleite: “El cual deleite es tanto mayor y más tierno, cuanto más fuerte y sustancialmente está transformada y reconcentrada en Dios; que, por ser tanto como lo más a que en esta vida se puede llegar (aunque, como decimos, no tan perfecto como en la otra), lo llama el más profundo centro” (1,14).
El Santo recapitula las etapas que vive el alma en este acercamiento al encuentro divino. Pero más adelante pasará a profundizar en las operaciones del Espíritu Santo. Este distingue dos:
1. Unión de amor. 2. unión de inflamación de amor.
En una hiere y en la otra sostiene durante la vida. La segunda pareciera ser más perfecta, ya que implica visio pacis “cuanto la llama es más clara y resplandeciente que el fuego en el carbón”. En ambas, el contacto con la sustancia divina, deleita y va purificando. La presencia del Espíritu Santo se hace continua y habitual. Sin embargo, la primera implica el fuego que consume, para luego purificar las potencias del alma. La segunda es producto de la vida en Cristo por el Espíritu: “Que por cuanto el alma, según su sustancia y potencias, memoria, entendimiento y voluntad, está bien purgada, la sustancia divina, que, como dice el Sabio (Sab 7,24), toca en todas las partes por su limpieza, profunda y sutil y subidamente con su divina llama la absorbe en sí, y en aquel absorbimiento del alma en la sabiduría, el Espíritu Santo, ejercita los vibramientos gloriosos de su llama, que, por ser tan suave, dice el alma luego: Pues ya no eres esquiva” (1,17).
El apartado 28 trae un nuevo elemento en la actuación del Espíritu Santo: La esponsalidad. El alma ya es capaz de entrar a la sala nupcial. Por ello es urgida por el Espíritu Santo y las alusiones al Cantar de los Cantares se hacen recurrente. El Espíritu ahora ya no transforma sino incita al alma: “Porque, demás de esto, ve allí el alma que en aquella fuerza deleitable comunicación del Esposo la está el Espíritu Santo provocando y convidando con aquella inmensa gloria que le está proponiendo ante sus ojos, con maravillosos modos y suaves afectos, diciéndole en su espíritu lo que en los Cantares (2, 10-14) a la Esposa (…)”.
El alma sólo puede recurrir a una palabra en este encuentro: “acaba”. Es curioso que después de haber logrado el encuentro por excelencia, dónde la substancia toca la gloria. Esta pida que se “rompa la tela de este dulce encuentro”. Pareciera ser que la naturaleza sólo pudiese atisbar el misterio de Dios y deba retirarse de inmediato a su finitud. Finalmente, en el número 36, San Juan de la Cruz, sintetiza con una oración que nace de lo más profundo de su experiencia esta actuación del Espíritu Santo: “Resumiendo, pues, ahora toda la canción, es como si dijera: ¡Oh llama del Espíritu Santo, que tan íntima y tiernamente traspasas la sustancia de mi alma y la cauterizas con tu glorioso ardor!”.
Pasemos a la Canción 2a, la cual nos aportará nuevos elementos a nuestra investigación.
3.2. Canción 2a
San Juan de la Cruz nos presenta en estas primeras líneas de la Canción 2a la acción de la Santísima Trinidad en el alma. Este delimita el papel de cada una de las personas divinas, pero salvaguardando la unidad. En definitiva, uno es el cauterio, otro es la llaga y el último la mano. Pero “sólo uno habla”. El santo tiene presente la perijóresis divina en su presentación: “En esta canción da a entender el alma cómo las tres personas de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, son los que hacen en ella esta divina obra de unión. Así la mano, y el cauterio, y el toque, en sustancia, son una misma cosa; y póneles estos nombres, por cuanto por el efecto que hace cada una les conviene. El cauterio es el Espíritu Santo, la mano es el Padre, el toque el Hijo” (2,1).
El Doctor de la Iglesia caracteriza cada una de ellas mediante una misión en el alma. Es decir, la distinción personal es presentada de forma poética: Cauterio suave, toque delicado y mano blanda. La primera tiene una raíz medicinal. La segunda implica intimidad. Finalmente, la tercera responde al servido bueno y fiel de los Evangelios: “La primera es llaga regalada, y ésta atribuye al Espíritu Santo; y por eso le llama cauterio suave. La segunda es gusto de vida eterna, y ésta atribuye al Hijo, y por eso le llama toque delicado. La tercera es haberla transformado en sí, que es la deuda con que queda bien pagada el alma, y ésta atribuye al Padre, y por eso se llama mano blanda. Y aunque aquí nombra las tres, por causa de las propiedades de los efectos, sólo con uno habla, diciendo: En vida la has trocado, porque todos ellos obran en uno, y así todo lo atribuye a uno, y todo a todos” (2,1).
El Espíritu Santo es cauterio suave en palabras del Doctor de la Iglesia. A ¿Qué se debe esto? Utilizando, la Escritura, San Juan nos remite al Deuteronomio (4, 24). El Paráclito es presentado como ardor vehemente: “Y como él sea infinito fuego de amor, cuando él quiere tocar al alma algo apretadamente, es el ardor de ella en tan sumo grado de amor que le parece a ella que está ardiendo sobre todos los ardores del mundo. Que por eso en esta junta llama ella al Espíritu Santo cauterio” (2,1). El fuego actúa de muchas maneras: abrasa, consume, cauteriza, deleita y transforma. La variedad no se debe a la acción sino a la comunicación. Por ello, San Juan de la Cruz, transforma lo literario en trinitario. Utilizando verbos de índole sensorial, los traslada al plano divino. Para luego devolverlos al plano lingu?ístico: Cauterio suave. Lo explica del siguiente modo: “Porque en estas comunicaciones, como el fin de Dios es engrandecer al alma, no la fatiga y aprieta, sino ensánchala y deléitala; no la oscurece ni enceniza como el fuego hace al carbón, sino clarifícala y enriquécela, que por eso le dice ella cauterio suave” (2,3).
El Espíritu Santo ha dejado su impronta en el alma. Así pues, el poeta se detiene en el efecto de la acción pneumatológica. Ahora el símbolo es la llaga, la cual siendo herida permanece actuando: “¡Oh llaga regalada! ¡Oh, pues, llaga tanto más regalada cuanto es más alto y subido el fuego de su amor que la causó, porque habiéndola hecho el Espíritu Santo sólo a fin de regalar, y como su deseo de regalar sea grande, grande será esta llaga, porque grandemente será regalada!” (2,7).
La figura del Espíritu Santo pareciera desaparecer de la canción. Existen quince apartados en los cuales no aparece explícitamente. Pero al hablar del caso de la transverberación, no hace otra cosa que aludir a la acción del Espíritu (2,9-14). Por lo cual, el Hijo y el toque, son quienes focalizan la atención del autor. Sólo en la descripción que realiza de la vida eterna, vuelve a cobrar vida el Consolador. Ahora su actuar es calificado de unción. Por lo cual, comienzan a aparecer los primeros atisbos del deleite pneumatológico: “Y de este bien del alma a veces redunda en el cuerpo la unción del Espíritu Santo, y goza toda la sustancia sensitiva, todos los miembros y huesos y médulas (…) Y siente el cuerpo tanta gloria en la del alma, que en su manera engrandece a Dios, sintiéndole en sus huesos (…)” (2,22). El verbo ungir bíblicamente es asociado al ungüento que embellece y cura. Caber recordar el episodio de la Reina Esther. Además, este tiene una característica fundamental. Su utilización suaviza e impregna toda la realidad. Pero la unción también implica cambio de estado en una persona. Samuel unge a David como rey de Israel. Por ello, la palabra clave es transformación. Ésta es descrita en el apartado 34. Podríamos decir que nos encontramos en una recapitulación de la transformación del hombre animal en espiritual:
“Y como quiera que cada viviente viva por su operación, como dicen los filósofos, teniendo el alma sus operaciones en Dios por la unión que tiene con Dios, vive vida de Dios, y así se ha trocado su muerte en vida, que es su vida animal en vida espiritual. Porque el entendimiento, que antes de esta unión entendía naturalmente con la fuerza y vigor de su lumbre natural por la vía de los sentidos corporales, es ya movido e informado de otro más alto principio de lumbre sobrenatural de Dios, dejados aparte los sentidos; y así se ha trocado en divino, porque por la unión su entendimiento y el de Dios todo es uno. Y la voluntad, que antes amaba baja y muertamente sólo con su afecto natural, ahora ya se ha trocado en vida de amor divino, porque ama altamente con afecto divino, movida por la fuerza del Espíritu Santo, en que ya vive vida de amor; porque, por medio de esta unión, la voluntad de él y la de ella ya sólo es una voluntad. Y la memoria, que de suyo sólo percibía las figuras y fantasmas de las criaturas, es trocada por medio de esta unión a tener en la mente los años eternos que David dice (Sal 76,6)”.
Estas líneas llama la atención el tema del movimiento, cuyo autor, es el Espíritu Santo. Pero en ¿Qué sentido? Este constituye la fuerza de cambio tanto del entendimiento, como de la voluntad y de la memoria. Cada una de ellas, es transformada en el amor. Por ello, el autor, finalizará esta canción, señalando: “En este estado de vida tan perfecta siempre el alma anda interior y exteriormente como de fiesta, y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor en conocimiento de su feliz estado” (2,36). La unción grafica no sólo la acción externa de Dios sino también la interna, pues penetra hasta los lugares más recónditos del alma. Además, como el aceite embellece y le da color al cuerpo; lo prepara para la fiesta nupcial.
3.3. Canción 3a
San Juan de la Cruz continúa cantando los efectos de la acción de Dios en el alma purificada. Ahora bien, hablando de las lámparas, las cuales luceny producen calor. El tópico central de estas líneas sería Dios y sus atributos. Pero la fuerza de la poesía no se encuentra en las mismas lámparas de fuego, sino en los resplandores que produce en el alma y en la capacidad de ella misma de resplandecer: “Cuanto a lo primero, es de saber que las lámparas tienen dos propiedades, que son lucir y dar calor. Para entender qué lámparas sean éstas que aquí dice el alma y cómo luzcan y ardan en ella dándole calor, es de saber que Dios, en su único y simple ser, es todas las virtudes y grandezas de sus atributos: porque es omnipotente, es sabio, es bueno, es misericordioso, es justo, es fuerte, es amoroso, etc., y otros infinitos atributos y virtudes que no conocemos” (3,2).
Pareciera que San Juan de la Cruz elaborara un pequeño tratado de teodicea. La unicidad y simpleza divina constituyen el centro de esta descripción. Por ello, no nos encontramos ante una teología natural sino más ante una sistematización del tratado de Deo Uno. El tema de la iluminación también es una constante en la teología del Pseudo-Dionisio. El rayo de sol no sólo da claridad a las cosas. También deslumbra y abraza. Por ello, la teología natural no se entiende sin el actuar divino. Por ello, no olvida la distinción de personas: “Y siendo él todas estas cosas en su simple ser, estando él unido con el alma, cuando él tiene por bien abrirle la noticia, echa de ver distintamente en él todas estas virtudes y grandezas, conviene a saber: omnipotencia, sabiduría, bondad, misericordia, etc. Y como cada una de estas cosas sea el mismo ser de Dios en un solo supuesto suyo, que es el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, siendo cada atributo de éstos el mismo Dios y siendo Dios infinita luz e infinito fuego divino, como arriba queda dicho (…)” (3,2).
El Espíritu Santo aparece unido a las otras dos Personas divinas. Aunque considerando que los atributos son el mismo ser de Dios que se regala a las criaturas. El Paráclito es presentado en un doble juego: fuego y agua. Ya que estas lámparas de fuego son agua viva del Espíritu. Por ello, el Espíritu de Dios constituye una paradoja en sí mismo: (3,8). Ahora bien, cuál es la diferencia entre la acción del fuego y del agua: “Y por cuanto en la comunicación del espíritu de estas lámparas es el alma inflamada y puesta en ejercicio de amar, en acto de amor, antes las llama lámparas que aguas, diciendo: ¡Oh lámparas de fuego! Todo lo que se puede en esta canción decir es menos de lo que hay, porque la transformación del alma en Dios es indecible. Todo se dice en esta palabra: que el alma está hecha Dios de Dios, por participación de él y de sus atributos, que son los que aquí llama lámparas de fuego” (3,8).
Palabra clave en las líneas anteriores, es transformación. El Espíritu Santo, ha pasado de cauterio al agua viva. Podríamos afirmar que la acción propia del fuego se convierte en comunicación de gracias por actividad silenciosa del agua:
“A este talle entenderemos que el alma con sus potencias está esclarecida dentro de los resplandores de Dios. Y los movimientos de estas llamas divinas, que son los vibramientos y llamaradas que habemos arriba dicho, no las hace sola el alma transformada en las llamas del Espíritu Santo, ni las hace sólo él, sino él y el alma juntos, moviendo él al alma, como hace el fuego al aire inflamado. Y así, estos movimientos de Dios y el alma juntos, no sólo son resplandores, sino también glorificaciones en el alma. Porque estos movimientos y llamaradas son los juegos y fiestas alegres que en el segundo verso de la primera canción decíamos que hacia el Espíritu Santo en el alma, en los cuales parece que siempre está queriendo acabar de darle la vida eterna y acabarla de trasladar a su perfecta gloria, entrándola ya de veras en sí. Porque todos los bienes primeros y postreros, mayores y menores que Dios hace al alma, siempre se los hace con motivo de llevarla a vida eterna; bien así como la llama todos los movimientos y llamaradas que hace con el aire infla
Artículo publicado en la edición Nº 1.185 (ENERO- MARZO 2015) Autor: Rodrigo Álvarez, osb, Monje Benedictino Para citar: Álvarez, Rodrigo, El Espíritu Santo como clave de comprensión de "Llama de Amor Viva" de San Juan de la Cruz, en La Revista Católica, Nº1.185, enero-marzo 2015, pp. 41-58.
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El Espíritu Santo como clave de comprensión de “Llama de Amor Viva” de San Juan de la Cruz Rodrigo Álvarez, osb (1), Monje Benedictino

I. Introducción
“Llama de Amor Viva” es el primer verso de un poema dedicado por San Juan de la Cruz a doña Ana de Peñalosa (2), quien además le solicitó al Santo una explicación del mismo. Nos encontramos en el año 1582, el Doctor de la Iglesia, se presenta en Granada para fundar, acompañado de un grupo de carmelitas descalzas. El Arzobispo de la ciudad se echa atrás en la promesa dada a las monjas; San Juan de la Cruz y las monjas deben buscar asilo en la casa de esta generosa mujer (3), mientras se soluciona el problema. El trato habitual entre ambos se convierte en dirección espiritual. Poco a poca, Doña Ana logra una madurez insospechada. Habiendo ya fallecido San Juan de la Cruz, esta noble señora, hará trasladar el cuerpo a Segovia en 1593.
San Juan de la Cruz “redactó dos veces su comentario a las cuatro canciones de la Llama de Amor Viva. La segunda redacción no supone una reordenación o reelaboración (…) pero si supone una mayor perfección en múltiples detalles: correcciones, añadiduras que mejoran el texto de la primera redacción. Escrita la Llama A, con toda probabilidad, a finales de 1585 en Granada, la Llama B parece haber sido redactada y retocada los años siguientes, antes de trasladarse a Úbeda” (4).
El Santo desarrolla en esta obra el tópico de la actuación de las Personas divinas en la sustancia del alma (5). La segunda canción afirmará: “En esta canción da a entender el alma como las tres personas de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, son los que hacen en ella esta divina obra de unión” (Ll 2,1). Ya que no existe progreso en el poema, cada comentario posee una estructura propia y una organización singular. El alma experimenta, no solamente lo que obra el Espíritu en ella, sino el modo en que ella lo hace en el Espíritu (6). La actuación del Espíritu Santo es relevante en este esquema, considerando la perijóresis divina. Por ello, el místico español, utilizará las palabras: mano, cauterio y toque para señalar a las Personas divinas en su singularidad.
San Juan de la Cruz denomina al Espíritu Santo el Espíritu del Esposo (Ll 1,3). “Al final del Cántico se alude a la “llama que consume y no da penas” y al “aspirar del aire” en evidente referencia al Espíritu. Cántico finaliza suspirando y anhelando la experiencia de ese fuego en la otra vida; pero en el libro de Llama, el autor se detendrá en describir la vivencia del Espíritu Santo aquí en la tierra (…) Llama tendrá en cuenta el amor maduro y pleno, que se manifiesta aquí abajo” (7). Es indudable, que la Tercera Persona de la Trinidad es condición de posibilidad del proceso de divinización del alma. La clave de comprensión teológica “consiste en leer Llama a la luz del misterio central de la fe cristiana. El Dios de la experiencia mística de San Juan de la Cruz es Padre de mano blanda y tendida en abrazo abisal, manifestado de una vez por todas en Jesús el Esposo Amado y actuando ahora y siempre por el Espíritu Santo Señor y dador de vida” (8).
La figura del Espíritu Santo es relevante en la obra de San Juan de la Cruz, revisando las concordancias (9), la palabra Espíritu Santo presenta las siguientes frecuencias: 205 veces aparece en toda la obra de San Juan de la Cruz; de ellas 60 corresponden a Llama B y 48 a Llama A; le siguen Cántico Espiritual B con 31 veces, Subida con 27, Cántico Espiritual A con 26 y Noche Oscura con 6. La voz “Espíritu Divino” se encuentra 25 veces en el corpus completo, 7 veces en Subida, 8 en Cántico Espiritual B, 2 en Llama B, 7 en Cántico Espiritual A y 1 en Llama A.
Vemos como el Espíritu Santo aparece reiteradamente en “Llama de Amor Viva”. ¿Cuál será la razón? Esta es una de las interrogantes que surgen de una simple apreciación estadística. Pero, es indispensable revisar la actuación del Espíritu Santo en la obra “Llama de amor viva” de San Juan de La Cruz para descubrir su relevancia.
II. La pneumatología en la obra de san Juan de la Cruz
La aparición expresa del término “Espíritu Santo” (205 veces) es recurrente en la obra sanjuanista. Pese a ello, la palabra “Espíritu” presenta una mayor frecuencia (921 apariciones). Lo cual, ha obligado a los especialistas a detenerse en el significado y el uso que da el Santo a esta palabra. Sobre todo, si se refiere a la Persona divina. Gabriel Castro (10) propone una triple forma de abordar el tema pneumatológico:
• La experiencia personal del Espíritu Santo. • Los textos bíblicos interpretados en clave pneumatológica. • La vida en el Espíritu.
1.1. La experiencia personal del Espíritu Santo
La biografía de San Juan de la Cruz nos ofrece algunos episodios concretos, en los cuales, el santo se ve relacionado con la figura del Espíritu Santo. Cabe recordar su devoción a la Misa de la Santísima Trinidad o la paloma que viene a su ventana en Segovia. Ya como director espiritual, recomendará pedir la venida del Espíritu Santo, sobre todo en el tiempo de Pascua. Así mismo, cada vez que toma la pluma, invocará la ayuda del Paráclito. Vemos “cómo cada verso del Cántico y de la Llama se encuentra recubierta alguna gracia mística que debió tener fecha y lugar precisos en la aventura personal del Santo. Y muchas de ellas son de contenido explícitamente pneumatológico” (11). Es así como, el poeta, utiliza gran cantidad de símbolos para ejemplificar esta experiencia del Espíritu. Claves en este sentido son las figuras del aire (CB 13,4-5), el austro (CB 17,2-9), el silbo (CB 14-15,14), la voz (CB 39,8) y el aposentador (CB 17,8.10) en el Cántico Espiritual. En cambio, en “Llama de Amor viva” el símbolo clave es el fuego: “que purifica (LlA 1, 16.18.19); que hiere y sana (LlA 2,1.2.6), es decir cauterio suave (2, 8.9.10) y dardo de la transverberación (LlA 2, 12); que deleita (LlA 1,1.6.8; 2,3) y que produce la fiesta del ES (1,8; 2,6) que transforma el madero en fuego activo que llamea y que funde (Ll1, 3.6.16; 3, 10) (…) fuego que consume y consuma (LlA 1, 27-28; 2,3;3, 10; CB 39,14; Cf. N2, 10;12,5; 20). El fuego es vertical, ascendente y agitado. Nunca está ocioso. Tiende a llevar hacia lo alto” (12). Así mismo, el Espíritu Santo es fuego y agua sin contradicción, es amparo en el contexto de las obumbraciones (3,12-14) y es unción con óleo (LlA 3,24-30).
1.2. Los textos bíblicos interpretados en clave pneumatológica
El evangelio de San Juan y los textos paulinos (13) en su gran mayoría son interpretados en clave pneumatológica por San Juan de la Cruz. Guiseppe Ferraro (14) dedica largas páginas a revisar las interpretaciones del santo a las epístolas a los Romanos y a los Corintios. Idea fundamental es la vida en el Espíritu. Esta comienza como un nacimiento por el agua (CB 12,3) y se prolonga como una larga y nocturna lucha contra la carne (Rm 8,14). Los cristianos son ayudados por el gemido y las primicias del Espíritu que ora en ellos (Rm 8, 23- C1,14). En el progreso de esta vida en el Espíritu, sólo se llega a la meta, cuando el alma se introduce en la vida trinitaria por obra del Espíritu (Jn 16,7- Ll pról. 2 y 1,15). El santo construye el tema de la “llama” a partir de las promesas formulada por Cristo en Jn 14,23 (15): “vendremos y haremos morada en él”, y Jn 4,14 más Jn 7, 39. Además la vida en el Espíritu es vida en la fe. Juega un papel importante la original doctrina sobre la 2 Cor 3,4-6: el espíritu y la letra (16); dónde aborda el tema de la interpretación escriturística.
1.3. La vida en el Espíritu
El Espíritu Santo es el punto de partida en la vida espiritual: “la vida del alma es el Espíritu Santo” (LIB 3,62) y en Él está también la meta de la inhabitación trinitaria (CB 1,6). Sin embargo, el principal guía y acompañante de este proceso es el mismo Espíritu (LIB 3,46). Por ello, su acción no sólo se limita al origen y al fin; sino también al transcurso que debe recorrer el hombre en esta tierra. Ahora bien, ¿Cómo lo hace?
El santo, por ello, atribuye al Espíritu, la purificación del entendimiento, mediante la interpretación alegórica del “conviene que yo me vaya” (S 2,11,7). También, la memoria sufre la acción del Paráclito (S 3,2,8). Finalmente, la voluntad, es purificada en el amor (S, 3,24,6; 3, 26,7).
En “Noche Oscura”, el Espíritu es “hipostasiado” con el nombre de contemplación; por ello pareciera desaparecer del plano material de escrito. Aunque continúa actuando. Es en el “Cántico” y en “Llama de Amor Viva”, donde el Consolador se transforma en Unión de amor. Temas como la visita, el amado o la unción cobran vida en esta dinámica amorosa. Por ello, el Espíritu Santo es presentado por el místico como fuerza y habilitación para amar con igualdad de amor a Dios (CB 38,3): “Dos palabras resumen la originalidad de su presentación: reentrega de amor en el Espíritu e igualdad de amor” (17). El libro de la Llama se dedica a cantar la gloria anticipada que el hombre puede alcanzar, si acepta en plenitud la gracia transformante del Espíritu.
Después de haber revisado el papel del Espíritu Santo sistematizado por los especialistas; aparece un modo de comprensión que no puede ser dejado de lado. Este es, pensar la acción del Espíritu Santo en clave ontológica. La bibliografía sanjuanista insiste en el fuerte contenido teológico-dogmático de la prosa del santo carmelita, la cual se desborda en una semiótica experiencial.
III. La actuación del Espíritu Santo en relación con la cuestión del ser
Las primeras líneas de la explicación dada por San Juan de la Cruz a doña Ana de Peñalosa dan cuenta de la presencia del Espíritu Santo en este texto. En primer lugar, desde un enfoque trinitario. Es la ousiadivina la que actúa sobre su creatura y la transforma. Pero cada una de las personas divinas es distinguida desde su particularidad. Se las menciona a las tres, dos veces: Padre, Hijo y Espíritu Santo:
“Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a las almas que él da en regalar; porque si consideramos que es Dios, y que se las hace como Dios, y con infinito amor y bondad, no nos parecerá fuera de razón; pues él dijo o que en el que le amase vendrían el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y harían morada en él; lo cual había de ser haciéndole a El vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de Dios, como da a entender el alma en estas canciones” (18).
El Doctor de la Iglesia abordará a través de estas páginas el cómo Dios hace morada en el hombre. La Canción 1 presenta 22 veces la expresión “Espíritu Santo”. ¿Cuál es la razón de tanta insistencia en el Espíritu? ¿Cuál es la vinculación entre el Espíritu y el ser? Son interrogantes que intentaremos responder desde el texto mismo.
3.1. Canción 1a
San Juan de la Cruz describe en este apartado con gran plasticidad la actuación del Espíritu en el alma: “Sintiéndose ya el alma toda inflamada en la divina unión”. La califica de “llama delicada de amor”. A la vez, sus acciones parecieran aludir a cierta violencia, pero en verdad no es tal. Pues lo que comunica es vida eterna. Ahora bien, la actuación del Espíritu Santo, es radical. Ya que afecta la sustancia misma del alma. Por ello, el poeta, aludirá a dos tipos de ser: el divino y el humano. Por lo cual, el nexo será el ¿Espíritu Santo?
“Sintiéndose ya el alma toda inflamada en la divina unión, y ya su paladar todo bañado en gloria y amor, y que hasta lo íntimo de su sustancia está revertiendo no menos que ríos de gloria, abundando en deleites (…) Y como ve que aquella llama delicada de amor, que en ella arde, cada vez que la está embistiendo, la está como glorificando con suave y fuerte gloria, tanto que, cada vez que la absorbe y embiste, le parece que le va a dar la vida eterna, y que va a romper la tela de la vida mortal, y que falta muy poco, y que por esto poco no acaba de ser glorificada esencialmente, dice con gran deseo a la llama, que es el Espíritu Santo (…) Y así, dice: ¡Oh llama de amor viva!” (1,1).
La llama de amor posee una forma de llevar a cabo su obra que la singulariza. ¿Cuál es? Consume como el fuego, pero no ennegrece, sino que baña el alma. Las antítesis son constantes. Un ejemplo de ello es el ardor que produce, pero que refresca en temple de vida divina: “(…) y aquella llama, cada vez que llamea, baña al alma en gloria y la refresca en temple de vida divina. Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor(…)” (1,3).
El fuego pareciera ser causa de todo; ya que éste destruye hasta lo más hondo del alma. Por lo tanto, afecta la esencia misma del hombre. El Espíritu Santo como amor, todo lo consume y todo lo eleva. Teniendo presente “la voluntad del alma”. De allí que la libertad no se vea truncada por el exceso de amor. Por eso, el Santo, relaciona los actos propios del hombre con la llama: “De donde, el alma que está en estado de transformación de amor, podemos decir que su ordinario hábito es como el madero que siempre está embestido en fuego; y los actos de esta alma son la llama que nace del fuego de amor (…) y absorta en la llama del Espíritu Santo(…) De donde al alma le parece que cada vez que llamea esta llama, haciéndola amar con sabor y temple divino, la está dando vida eterna, pues la levanta a operación de Dios en Dios” (1,4).
Se puede concluir dos etapas en este proceso pneumatológico. Una dónde el alma es madera que se deja flamear y consumir por entera y otra dónde el alma es parte del fuego. Es llama. Hay una transformación esencial del alma. En ambas etapas actúa el Espíritu. En la primera, embiste. En la segunda, llamea. Ahora bien, en qué consiste ser llama viva.
San Juan de la Cruz describe con maestría la divinización del alma. Una palabra es clave: comunicación. Al alma se le da la gracia de la presencia de las tres personas divinas en ella. Por ello, ese proceso es calificado de “vivo”. El alma ha sufrido una transformación que no es caracterizable, sino por los efectos que presenta. San Juan de la Cruz pone en el acento no en la vida misma sino en el gustar del Dios vivo: “Y así, estando esta alma tan cerca de Dios, que está transformada en llama de amor, en que se le comunica el Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿qué increíble cosa se dice que guste un rastro de vida eterna, aunque no perfectamente, porque no lo lleva la condición de esta vida? Mas es tan subido el deleite que aquel llamear del Espíritu Santo hace en ella, que la hace saber a qué sabe la vida eterna. Que por eso llama a la llama ‘viva’” (1,6).
Más adelante, el Santo, se abocará en indicar que este proceso es dinámico. Es decir, no se acaba. Lo anterior, se ve relacionado con la pureza lograda en el combate espiritual y por el llamear divino. La pureza no se logra de inmediato, sino es una exigencia propia de la relación con Dios. Cada vez es mayor: “Porque en la sustancia del alma, donde ni el centro del sentido ni el demonio puede llegar, pasa esta fiesta del Espíritu Santo; y, por tanto, tanto más segura, sustancial y deleitable, cuanto más interior el es; porque cuanto más interior es, es más pura; cuanto hay más de pureza, tanto más abundante frecuente y generalmente se comunica Dios” (1,9).
El alma posee dimensiones. Una de ellas, es su sustancia. Allí es donde se produce la comunicación divina. El ser de Dios se encuentra con el ser del hombre. Veamos cómo, el Santo, se refiere a este encuentro o deleite: “El cual deleite es tanto mayor y más tierno, cuanto más fuerte y sustancialmente está transformada y reconcentrada en Dios; que, por ser tanto como lo más a que en esta vida se puede llegar (aunque, como decimos, no tan perfecto como en la otra), lo llama el más profundo centro” (1,14).
El Santo recapitula las etapas que vive el alma en este acercamiento al encuentro divino. Pero más adelante pasará a profundizar en las operaciones del Espíritu Santo. Este distingue dos:
1. Unión de amor. 2. unión de inflamación de amor.
En una hiere y en la otra sostiene durante la vida. La segunda pareciera ser más perfecta, ya que implica visio pacis “cuanto la llama es más clara y resplandeciente que el fuego en el carbón”. En ambas, el contacto con la sustancia divina, deleita y va purificando. La presencia del Espíritu Santo se hace continua y habitual. Sin embargo, la primera implica el fuego que consume, para luego purificar las potencias del alma. La segunda es producto de la vida en Cristo por el Espíritu: “Que por cuanto el alma, según su sustancia y potencias, memoria, entendimiento y voluntad, está bien purgada, la sustancia divina, que, como dice el Sabio (Sab 7,24), toca en todas las partes por su limpieza, profunda y sutil y subidamente con su divina llama la absorbe en sí, y en aquel absorbimiento del alma en la sabiduría, el Espíritu Santo, ejercita los vibramientos gloriosos de su llama, que, por ser tan suave, dice el alma luego: Pues ya no eres esquiva” (1,17).
El apartado 28 trae un nuevo elemento en la actuación del Espíritu Santo: La esponsalidad. El alma ya es capaz de entrar a la sala nupcial. Por ello es urgida por el Espíritu Santo y las alusiones al Cantar de los Cantares se hacen recurrente. El Espíritu ahora ya no transforma sino incita al alma: “Porque, demás de esto, ve allí el alma que en aquella fuerza deleitable comunicación del Esposo la está el Espíritu Santo provocando y convidando con aquella inmensa gloria que le está proponiendo ante sus ojos, con maravillosos modos y suaves afectos, diciéndole en su espíritu lo que en los Cantares (2, 10-14) a la Esposa (…)”.
El alma sólo puede recurrir a una palabra en este encuentro: “acaba”. Es curioso que después de haber logrado el encuentro por excelencia, dónde la substancia toca la gloria. Esta pida que se “rompa la tela de este dulce encuentro”. Pareciera ser que la naturaleza sólo pudiese atisbar el misterio de Dios y deba retirarse de inmediato a su finitud. Finalmente, en el número 36, San Juan de la Cruz, sintetiza con una oración que nace de lo más profundo de su experiencia esta actuación del Espíritu Santo: “Resumiendo, pues, ahora toda la canción, es como si dijera: ¡Oh llama del Espíritu Santo, que tan íntima y tiernamente traspasas la sustancia de mi alma y la cauterizas con tu glorioso ardor!”.
Pasemos a la Canción 2a, la cual nos aportará nuevos elementos a nuestra investigación.
3.2. Canción 2a
San Juan de la Cruz nos presenta en estas primeras líneas de la Canción 2a la acción de la Santísima Trinidad en el alma. Este delimita el papel de cada una de las personas divinas, pero salvaguardando la unidad. En definitiva, uno es el cauterio, otro es la llaga y el último la mano. Pero “sólo uno habla”. El santo tiene presente la perijóresis divina en su presentación: “En esta canción da a entender el alma cómo las tres personas de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, son los que hacen en ella esta divina obra de unión. Así la mano, y el cauterio, y el toque, en sustancia, son una misma cosa; y póneles estos nombres, por cuanto por el efecto que hace cada una les conviene. El cauterio es el Espíritu Santo, la mano es el Padre, el toque el Hijo” (2,1).
El Doctor de la Iglesia caracteriza cada una de ellas mediante una misión en el alma. Es decir, la distinción personal es presentada de forma poética: Cauterio suave, toque delicado y mano blanda. La primera tiene una raíz medicinal. La segunda implica intimidad. Finalmente, la tercera responde al servido bueno y fiel de los Evangelios: “La primera es llaga regalada, y ésta atribuye al Espíritu Santo; y por eso le llama cauterio suave. La segunda es gusto de vida eterna, y ésta atribuye al Hijo, y por eso le llama toque delicado. La tercera es haberla transformado en sí, que es la deuda con que queda bien pagada el alma, y ésta atribuye al Padre, y por eso se llama mano blanda. Y aunque aquí nombra las tres, por causa de las propiedades de los efectos, sólo con uno habla, diciendo: En vida la has trocado, porque todos ellos obran en uno, y así todo lo atribuye a uno, y todo a todos” (2,1).
El Espíritu Santo es cauterio suave en palabras del Doctor de la Iglesia. A ¿Qué se debe esto? Utilizando, la Escritura, San Juan nos remite al Deuteronomio (4, 24). El Paráclito es presentado como ardor vehemente: “Y como él sea infinito fuego de amor, cuando él quiere tocar al alma algo apretadamente, es el ardor de ella en tan sumo grado de amor que le parece a ella que está ardiendo sobre todos los ardores del mundo. Que por eso en esta junta llama ella al Espíritu Santo cauterio” (2,1). El fuego actúa de muchas maneras: abrasa, consume, cauteriza, deleita y transforma. La variedad no se debe a la acción sino a la comunicación. Por ello, San Juan de la Cruz, transforma lo literario en trinitario. Utilizando verbos de índole sensorial, los traslada al plano divino. Para luego devolverlos al plano lingu?ístico: Cauterio suave. Lo explica del siguiente modo: “Porque en estas comunicaciones, como el fin de Dios es engrandecer al alma, no la fatiga y aprieta, sino ensánchala y deléitala; no la oscurece ni enceniza como el fuego hace al carbón, sino clarifícala y enriquécela, que por eso le dice ella cauterio suave” (2,3).
El Espíritu Santo ha dejado su impronta en el alma. Así pues, el poeta se detiene en el efecto de la acción pneumatológica. Ahora el símbolo es la llaga, la cual siendo herida permanece actuando: “¡Oh llaga regalada! ¡Oh, pues, llaga tanto más regalada cuanto es más alto y subido el fuego de su amor que la causó, porque habiéndola hecho el Espíritu Santo sólo a fin de regalar, y como su deseo de regalar sea grande, grande será esta llaga, porque grandemente será regalada!” (2,7).
La figura del Espíritu Santo pareciera desaparecer de la canción. Existen quince apartados en los cuales no aparece explícitamente. Pero al hablar del caso de la transverberación, no hace otra cosa que aludir a la acción del Espíritu (2,9-14). Por lo cual, el Hijo y el toque, son quienes focalizan la atención del autor. Sólo en la descripción que realiza de la vida eterna, vuelve a cobrar vida el Consolador. Ahora su actuar es calificado de unción. Por lo cual, comienzan a aparecer los primeros atisbos del deleite pneumatológico: “Y de este bien del alma a veces redunda en el cuerpo la unción del Espíritu Santo, y goza toda la sustancia sensitiva, todos los miembros y huesos y médulas (…) Y siente el cuerpo tanta gloria en la del alma, que en su manera engrandece a Dios, sintiéndole en sus huesos (…)” (2,22). El verbo ungir bíblicamente es asociado al ungüento que embellece y cura. Caber recordar el episodio de la Reina Esther. Además, este tiene una característica fundamental. Su utilización suaviza e impregna toda la realidad. Pero la unción también implica cambio de estado en una persona. Samuel unge a David como rey de Israel. Por ello, la palabra clave es transformación. Ésta es descrita en el apartado 34. Podríamos decir que nos encontramos en una recapitulación de la transformación del hombre animal en espiritual:
“Y como quiera que cada viviente viva por su operación, como dicen los filósofos, teniendo el alma sus operaciones en Dios por la unión que tiene con Dios, vive vida de Dios, y así se ha trocado su muerte en vida, que es su vida animal en vida espiritual. Porque el entendimiento, que antes de esta unión entendía naturalmente con la fuerza y vigor de su lumbre natural por la vía de los sentidos corporales, es ya movido e informado de otro más alto principio de lumbre sobrenatural de Dios, dejados aparte los sentidos; y así se ha trocado en divino, porque por la unión su entendimiento y el de Dios todo es uno. Y la voluntad, que antes amaba baja y muertamente sólo con su afecto natural, ahora ya se ha trocado en vida de amor divino, porque ama altamente con afecto divino, movida por la fuerza del Espíritu Santo, en que ya vive vida de amor; porque, por medio de esta unión, la voluntad de él y la de ella ya sólo es una voluntad. Y la memoria, que de suyo sólo percibía las figuras y fantasmas de las criaturas, es trocada por medio de esta unión a tener en la mente los años eternos que David dice (Sal 76,6)”.
Estas líneas llama la atención el tema del movimiento, cuyo autor, es el Espíritu Santo. Pero en ¿Qué sentido? Este constituye la fuerza de cambio tanto del entendimiento, como de la voluntad y de la memoria. Cada una de ellas, es transformada en el amor. Por ello, el autor, finalizará esta canción, señalando: “En este estado de vida tan perfecta siempre el alma anda interior y exteriormente como de fiesta, y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor en conocimiento de su feliz estado” (2,36). La unción grafica no sólo la acción externa de Dios sino también la interna, pues penetra hasta los lugares más recónditos del alma. Además, como el aceite embellece y le da color al cuerpo; lo prepara para la fiesta nupcial.
3.3. Canción 3a
San Juan de la Cruz continúa cantando los efectos de la acción de Dios en el alma purificada. Ahora bien, hablando de las lámparas, las cuales luceny producen calor. El tópico central de estas líneas sería Dios y sus atributos. Pero la fuerza de la poesía no se encuentra en las mismas lámparas de fuego, sino en los resplandores que produce en el alma y en la capacidad de ella misma de resplandecer: “Cuanto a lo primero, es de saber que las lámparas tienen dos propiedades, que son lucir y dar calor. Para entender qué lámparas sean éstas que aquí dice el alma y cómo luzcan y ardan en ella dándole calor, es de saber que Dios, en su único y simple ser, es todas las virtudes y grandezas de sus atributos: porque es omnipotente, es sabio, es bueno, es misericordioso, es justo, es fuerte, es amoroso, etc., y otros infinitos atributos y virtudes que no conocemos” (3,2).
Pareciera que San Juan de la Cruz elaborara un pequeño tratado de teodicea. La unicidad y simpleza divina constituyen el centro de esta descripción. Por ello, no nos encontramos ante una teología natural sino más ante una sistematización del tratado de Deo Uno. El tema de la iluminación también es una constante en la teología del Pseudo-Dionisio. El rayo de sol no sólo da claridad a las cosas. También deslumbra y abraza. Por ello, la teología natural no se entiende sin el actuar divino. Por ello, no olvida la distinción de personas: “Y siendo él todas estas cosas en su simple ser, estando él unido con el alma, cuando él tiene por bien abrirle la noticia, echa de ver distintamente en él todas estas virtudes y grandezas, conviene a saber: omnipotencia, sabiduría, bondad, misericordia, etc. Y como cada una de estas cosas sea el mismo ser de Dios en un solo supuesto suyo, que es el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, siendo cada atributo de éstos el mismo Dios y siendo Dios infinita luz e infinito fuego divino, como arriba queda dicho (…)” (3,2).
El Espíritu Santo aparece unido a las otras dos Personas divinas. Aunque considerando que los atributos son el mismo ser de Dios que se regala a las criaturas. El Paráclito es presentado en un doble juego: fuego y agua. Ya que estas lámparas de fuego son agua viva del Espíritu. Por ello, el Espíritu de Dios constituye una paradoja en sí mismo: (3,8). Ahora bien, cuál es la diferencia entre la acción del fuego y del agua: “Y por cuanto en la comunicación del espíritu de estas lámparas es el alma inflamada y puesta en ejercicio de amar, en acto de amor, antes las llama lámparas que aguas, diciendo: ¡Oh lámparas de fuego! Todo lo que se puede en esta canción decir es menos de lo que hay, porque la transformación del alma en Dios es indecible. Todo se dice en esta palabra: que el alma está hecha Dios de Dios, por participación de él y de sus atributos, que son los que aquí llama lámparas de fuego” (3,8).
Palabra clave en las líneas anteriores, es transformación. El Espíritu Santo, ha pasado de cauterio al agua viva. Podríamos afirmar que la acción propia del fuego se convierte en comunicación de gracias por actividad silenciosa del agua:
“A este talle entenderemos que el alma con sus potencias está esclarecida dentro de los resplandores de Dios. Y los movimientos de estas llamas divinas, que son los vibramientos y llamaradas que habemos arriba dicho, no las hace sola el alma transformada en las llamas del Espíritu Santo, ni las hace sólo él, sino él y el alma juntos, moviendo él al alma, como hace el fuego al aire inflamado. Y así, estos movimientos de Dios y el alma juntos, no sólo son resplandores, sino también glorificaciones en el alma. Porque estos movimientos y llamaradas son los juegos y fiestas alegres que en el segundo verso de la primera canción decíamos que hacia el Espíritu Santo en el alma, en los cuales parece que siempre está queriendo acabar de darle la vida eterna y acabarla de trasladar a su perfecta gloria, entrándola ya de veras en sí. Porque todos los bienes primeros y postreros, mayores y menores que Dios hace al alma, siempre se los hace con motivo de llevarla a vida eterna; bien así como la llama todos los movimientos y llamaradas que hace con el aire inflamado son a fin de llevarle consigo al centro de su esfera, y todos aquellos movimientos que hace es porfiar por llevarlo más a sí. Mas como, porque el aire está en su propia esfera, no le lleva, así, aunque estos motivos del Espíritu Santo son eficacísimos en absorber al alma en mucha gloria, todavía no acaba hasta que llegue el tiempo en que salga de la esfera del aire de esta vida de carne y pueda entrar en el centro del espíritu de la vida perfecta en Cristo” (3, 10).
En este mismo sentido, San Juan de la Cruz, nos habla de las sombras de estas lámparas. Las cuales amparan y comunican bienes. Ejemplo de ello es el caso de la Virgen María:
“Y por eso aquella merced que hizo Dios a la Virgen María de la concepción del Hijo de Dios la llamó el ángel san Gabriel (Lc 1, 35) obumbración del Espíritu Santo, diciendo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te hará sombra” (3,10).
El místico es