a:5:{s:10:"_edit_last";s:1:"3";s:14:"_mab_post_meta";s:89:"a:2:{s:15:"post-action-box";s:7:"default";s:25:"post-action-box-placement";s:6:"bottom";}";s:13:"_thumbnail_id";s:4:"1527";s:12:"_wp_old_date";s:10:"2019-05-17";s:4:"_all";s:47115:"a:22:{s:5:"title";a:1:{i:0;s:96:"Fundamentos intelectuales de la Teología de la Ternura en el Papa Francisco. - Massimo Borghesi";}s:4:"link";a:1:{i:0;s:133:"https://revistacatolica.ecrm.cl/2019/05/fundamentos-intelectuales-de-la-teologia-de-la-ternura-en-el-papa-francisco-massimo-borghesi/";}s:7:"pubDate";a:1:{i:0;s:31:"Sun, 19 May 2019 09:55:12 +0000";}s:10:"dc:creator";a:1:{i:0;s:9:"pfherrera";}s:4:"guid";a:1:{i:0;s:33:"http://revistacatolica.cl/?p=1516";}s:11:"description";a:1:{i:0;s:0:"";}s:15:"content:encoded";a:1:{i:0;s:45065:"[caption id="attachment_1528" align="aligncenter" width="709"]
El Buen Samaritano, Vincent Van Gogh, 1890, óleo sobre lienzo.[/caption]

Dios escoge la ternura como método de salvación.
Fundamentos intelectuales de la Teología de la Ternura en el Papa Francisco.[1]
Massimo Borghesi[2]
DESCARGAR ARTÍCULO EN PDF
1. Pensamiento y pathos. La revolución de la ternura y el rostro materno de Dios.
La teología de la ternura del Papa Francisco ha inspirado numerosos títulos de publicaciones dedicadas al Papa. El término caracteriza también la monografía del cardenal Kasper dedicada al Papa Francisco. La revolución de la ternura y del amor[3]. No obstante, los fundamentos teológico-filosóficos que están detrás de ella aún aguardan un estudio serio. No se trata, de hecho, de una declinación sentimental del Papa “argentino”, latinoamericano, como acusan aquello para quienes Francisco separaría Verdad y Misericordia, haciendo prevalecer la segunda. Se trata de una opción evangélica precisa, que presupone un pensamiento y una espiritualidad con sustento en la formación ignaciana.
Todo el pensamiento de Francisco está marcado por una filosofía de la polaridad que busca unir intelecto y corazón, razón y sentimiento, en contra de las tendencias racionalistas propias del pensamiento moderno. Esto porque «la opción ignaciana no es nunca meramente teórica, sino que supone una dimensión de pathos»[4]. El pensamiento concreto es un pensamiento patético, un pensamiento que sufre el hurto del ser inmerso en la carne, propia y del pueblo al cual se pertenece. Para Bergoglio, estas son dos dimensiones que no pueden disociarse. El pensamiento concreto es aquel que surge en la relación polar yo-tú, en la relación con el otro, con el prójimo. Es el pensamiento por el cual la realidad es superior a la idea. El cristiano en cuanto testigo deviene aquel que «se oculta, lleno de ternura, en aquellos pequeños gestos, gestos de proximidad, donde toda la palabra se hace carne: carne que se acerca y abraza, manos que tocan y que vendan, que ungen con aceite y alivian las heridas con el vino; carne que se acerca y acompaña, que escucha; manos que parten el pan»[5]. Como afirma Francisco en la conversación con el padre Antonio Spadaro:
«A mí la imagen que me viene es aquélla de la enfermera, de la enfermera en un hospital: sana las heridas una a una, pero con sus manos. Dios se involucra, si inmiscuye en nuestras miserias, se acerca a nuestras llagas y las sana con sus manos, y para tener manos se ha hecho hombre. Es un trabajo de Jesús, personal. Un hombre ha cometido el pecado, un hombre viene a sanarlo. Cercanía. Dios no nos salva solo por medio de un decreto, una ley; nos salva con ternura, nos salva con caricias, nos salva con su vida, por nosotros».[6]
Dios «nos salva con ternura»: esto es el corazón del mensaje evangélico según Bergoglio. Esto significa que Dios no nos salva “desde lejos”, desde lo alto. El método es aquel de la proximidad. Para tener manos Dios se ha hecho hombre. Se trata de una imagen que revela de manera plástica la idea que Bergoglio tiene del testimonio como inmersión en la realidad. Las manos indican el tacto, el tocar, el abrazar, el acariciar, el trabajar. El cristianismo aparece aquí como un hecho físico, encarnación de principio a fin. «Para mí es fundamental la cercanía de la Iglesia. La Iglesia es madre, y ni usted ni yo conocemos ninguna mamá “por correspondencia”. La mamá da afecto, toca, besa, ama. Cuando la Iglesia, ocupada de mil cosas, descuida la cercanía, se olvida y comunica solo con documentos, es como una mamá que se comunica con su hijo por carta».[7]
Al empirismo cristiano de Bergoglio, profundamente arraigado en el tejido de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, no le gustan las mediaciones, los intermediarios que dominan en una Iglesia burocratizada donde las personas son definidas por “roles”. La madre “toca, besa, ama”. La imagen materna de la Iglesia confirma la prioridad del factor estético, sensible; explica la cercanía que se ve en Bergoglio con la estética teológica de Hans Urs von Balthasar a partir de los inicios del 2000[8]. No se trata solo de una concesión a la espiritualidad barroca, propia del catolicismo latinoamericano. Francisco desarrolla su teología de la ternura dentro del contexto del mundo contemporáneo, que no conoce más la gratuidad del verdadero amor, dividido entre anafectividad y eros. Este mundo está caracterizado por una suerte de orfandad espiritual.
«La pérdida de los vínculos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca este sentido de orfandad y, por lo tanto, de gran vacío y soledad. La falta de contacto físico (y no virtual) va cauterizando nuestros corazones, haciendo que pierdan la capacidad de la ternura y estupor, de piedad y compasión. La orfandad espiritual nos hace perder la memoria de aquello que significa ser hijos, ser nietos, ser padres, ser abuelos, ser amigos, ser creyentes. Nos hace perder la memoria del valor del juego, del canto, de la risa, del descanso, de la gratuidad».[9]
De cara a esta “orfandad”, a un mundo sin padre ni madre, Dios puede volver a ser Padre solo si la Iglesia se presenta como Madre. En el ser “materna” reside el rostro “misericordioso” de la Iglesia, la respuesta al vacío presente del mundo. Así lo afirma Francisco en su conversación con Andrea Tornielli, El nombre de Dios es Misericordia:
«Sí, yo creo que este es el tiempo de la misericordia. La Iglesia muestra su rostro materno, su rostro de mamá, a la humanidad herida. No espera que los heridos llamen a la puerta, los va a buscar por las calles, los recoge, los abraza, los cura, los hace sentirse amados. Dije entonces [en julio de 2013, durante el viaje de regreso de Río de Janeiro], y estoy cada vez más convencido, que esto es un kairós, nuestra época es un kairós de misericordia, un tiempo oportuno».[10]
Este juicio acerca de la condición existencial de nuestro tiempo explica la insistencia del Papa, su recalcar la ternura de Dios como modalidad de encuentro con el hombre de hoy, con el pecador de hoy. Como dijo Francisco en su encuentro con Caritas Internationalis en noviembre de 2016, «hoy se necesita una revolución de la ternura, en un mundo donde domina la cultura del descarte, y si yo soy descartado, no sé qué cosa es la ternura»[11]. La ternura «es revolucionaria, la ternura es cercanía, es el gran gesto del Padre hacia nosotros: la cercanía de su hijo, que se ha hecho cercano y se ha hecho uno de nosotros, ésta es la ternura del Padre». Hoy «en la misa había leído el pasaje del Evangelio de un Dios que llora, llora porque se recuerda del amor que tiene hacia su pueblo y que el pueblo no reconoce, no quiere corresponder. Y este momento de la ternura no es una idea, es la esencia, nuestro Dios es padre y también madre, en el sentido que él mismo dice “si una madre olvidara a sus hijos, yo no me olvido de ti”, el amor más grande es aquel de la madre». Para el Papa «ternura es cercanía, y cercanía es tocar, abrazar, consolar, no tener miedo de la carne, porque Dios ha tomado carne humana, y la carne de Cristo hoy son los descartados, los desplazados, las víctimas de la guerra»; por esto «las propuestas de espiritualidad demasiado teóricas son formas de gnosticismo». Hoy, «en esta “cultura del descarte”, en esta ideología del dios dinero, creo que la gran enfermedad es la cardioesclerosis».
La teología de la ternura presupone, como es evidente, una teología de la Encarnación, una crítica directa al gnosticismo que, junto al pelagianismo, constituye para Francisco una fuente de profunda corrupción de la fe. La ternura presupone una relación física, directa, con la carne del otro, con sus llagas, su fragilidad, con aquella corporalidad que todo espiritualismo, todo gnosticismo, tiende a despreciar y a rehuir. Como ha dicho Francisco en su discurso al personal de la salud en 2018:
«Estando con los enfermos y ejerciendo su profesión, ustedes mismos tocan a los enfermos y, más que cualquier otro, cuidan de sus cuerpos. Cuando lo hagan, recuerden cómo Jesús tocó al leproso: no de manera distraída, indiferente o molesta, sino atenta y amorosa, que lo hizo sentir respetado asistido. Actuando así, el contacto que se establece con los pacientes les hace llegar un eco de la cercanía de Dios Padre, de su ternura por cada uno de sus hijos. Precisamente la ternura: la ternura es la “clave” para entender al enfermo. Con la dureza no se entiende al enfermo. La ternura es la clave para entenderlo, y es también una medicina preciosa para su sanación. Y la ternura pasa del corazón a las manos, pasa a través de un “tocar” las heridas lleno de respeto y de amor».[12]
La ternura pasa del corazón a las manos; la antropología de Bergoglio una la mente, el corazón, las manos. La ternura no indica solo la mirada, se hace abrazo, apoyo, caricia. A la besa tiene una visión integral del hombre.
2. Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est[13]. El rostro ignaciano de la teología de la ternura.
La teología de la ternura de Bergoglio depende, en sus raíces, de una precisa concepción ignaciana de la relación entre el hombre y Dios. Este es un aspecto poco estudiado de la espiritualidad del Pontífice. Ella se revela de modo particularmente evidente en su meditación matutina del 14 de diciembre de 2017 en Santa Marta. En aquella ocasión el Papa, teniendo presente la próxima Navidad, afirma estar delante de «uno de los misterios más grandes, es una de las cosas más bellas: nuestro Dios tiene esta ternura que se nos acerca y nos salva con esta ternura». Cierto, ha continuado, «a veces nos castiga, pero nos acaricia». Es siempre «la ternura de Dios». Y «Él es el grande: “No temas, yo vengo en tu ayuda, tu redentor es el Santo de Israel”». Y así «es el Dios grande que se hace pequeño y en su pequeñez no deja de ser grande, y en esta dialéctica grande y pequeño: está la ternura de Dios, el grande que se hace pequeño y el pequeño que es grande».[14]
Aquello singular aquí es la conexión que se establece entre la categoría de “ternura” y la dialéctica del grande y del pequeño. «La Navidad nos ayuda a entender esto: en aquel pesebre el Dios pequeño», ha insistido Francisco, compartiendo: «Me viene a la mente una frase de santo Tomás, en la primera parte de la Summa. Queriendo explicar esto “¿Qué es divino? ¿Qué cosa es la cosa más divina?”, dice, Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est». Es decir, lo divino es tener ideales que no están limitados ni siquiera por lo más grande, sino ideales que están al mismo tiempo contenidos y vividos en las cosas más pequeñas de la vida. Básicamente, ha explicado el Pontífice, es una invitación a «no asustarse de las cosas grandes, pero tener en cuenta las cosas pequeñas: esto es divino, ambos juntos». Y esta frase los jesuitas la conocen bien porque «fue tomada para hacer una de las lápidas de san Ignacio, como también para describir aquella fuerza de san Ignacio y su ternura».
Lo que Francisco afirma acá tiene un valor peculiar desde el momento en que el lema ignaciano tiene un valor determinante para la propia formación del futuro Pontífice. El joven Bergoglio había encontrado un largo comentario al lema en la parte final de La dialectique des Exercices spirituels de saint Ignace de Loyola, obra publicada por Gaston Fessard en 1956[15]. Como he demostrado en mi volumen Jorge Mario Bergoglio. Una biografia intellettuale, Fessard, uno de los intelectuales jesuitas más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, es el autor clave en la formación de Bergoglio[16]. Su pensamiento polar, dialéctico, toma su savia de la reflexión madurada en la lectura de la obra fessardiana de 1956. Como me ha confesado el Papa en una grabación de audio: «Pero el escritor, entre comillas, “hegeliano” -pero no es hegeliano, aunque pueda parecerlo- que ha tenido una gran influencia en mí ha sido Gaston Fessard. He leído varias veces La dialectique des Exercices spirituels de saint Ignace de Loyola y otras cosas suyas. Eso me ha dado tantos elementos que se han mezclado».[17]
En su volumen, Fessard dedicaba la parte final a un comentario analítico del lema sepulcral ignaciano. Justamente aquel comentario debía interesarle particularmente a Bergoglio. En la raíz de tal interés está, probablemente, Miguel Ángel Fiorito, su profesor de filosofía en el Colegio Máximo San José de la ciudad de San Miguel en la provincia de Buenos Aires. Fiorito, intérprete de los Ejercicios ignacianos, es quien le revela Fessard a Bergoglio. Este último, en un artículo de 1981 recuerda en una nota dos artículos de Fiorito: uno de 1956, La opción personal de san Ignacio; y uno de 1957, Teoría y práctica de G. Fessard[18]. El segundo artículo estaba dedicado a un comentario del llamado elogio sepulcral ignaciano: «No estar forzado por aquello que es más grande, ser contenido en aquello que es más pequeño, ¡esto es divino!».[19]
Explicando su sentido, Bergoglio escribía que «Podemos traducirlo también así: sin retroceder ante aquel que está más arriba, agacharse a recoger aquello que es aparentemente pequeño al servicio de Dios; o bien, tendiendo a aquello que está más lejos, preocuparse de aquello que está más cerca. Se aplica a la disciplina religiosa ([…]) y es útil para caracterizar dialécticamente (en el sentido adoptado por Fessard) la espiritualidad ignaciana»[20]. El lema ignaciano analizado por Fessard en La dialectique des Exercices spirituels de saint Ignace de Loyola se convierte para Bergoglio en la expresión de la tensión polar que anima la espiritualidad de san Ignacio[21]. En esto su lectura es guiada por el artículo de Fiorito quien, en su ensayo de 1957, Teor?a y práctica de G. Fessard, retoma la interpretación a la luz del modelo dialéctico ofrecido por Fessard.
«El (llamado) elogio sepulcral de san Ignacio contiene dos frases complementarias […]. La primera frase (Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est) evidencia una característica fundamental de la espiritualidad ignaciana […] porque expresa dialécticamente -por oposición de contrarios- el dinamismo fundamental del alma de san Ignacio, que apunta siempre al ideal más alto, Dios, y se preocupa en el intertanto de los particulares más pequeños del plan divino»[22].
Bergoglio recordará constantemente el lema ignaciano que había podido leer tanto en Fessard como en Fiorito. Como dirá ya de Papa: «Siempre me ha tocado una máxima que describe la visión de Ignacio: Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est. He reflexionado mucho acerca de esta frase en relación con el gobierno, en el ser superior: no restringirme al espacio más grande, sino poder estar en el espacio más restringido». Esta virtud del grande y del pequeño es la magnanimidad, que nos hace mirar siempre el horizonte desde la posición en que estamos. Y hacer las pequeñas cosas de cada día con un corazón grande y abierto a Dios y a los demás. Es valorar las cosas pequeñas al interior de los grandes horizontes, aquellos del Reino de Dios»[23].
La dialéctica del grande y del pequeño, esta tensión que caracteriza la fe y la espiritualidad de Ignacio se convierte en un punto firme de la concepción de Bergoglio. De hecho, a través de Fiorito la “dialéctica” de los Ejercicios espirituales ignacianos de Fessard se transforma, para el joven estudiante, en una lectura de referencia. Esta es la perspectiva que lo abre a lecturas posteriores, determinantes para su formación. Fiorito y Fessard lo habían hecho intuir la “polaridad”, la oposición de contrarios, que guía el espíritu ignaciano. De esta intuición arranca el resto.
Es importante relevar que de aquí también viene su teología de la ternura, una teología que une la idea ignaciana del “Dios siempre más grande” con la idea del Señor que asume la condición de esclavo (Flp 6,2-11). La teología de la ternura es una teología del abajamiento del Señor que se hace siervo, es decir, que se hace pequeño para poder comunicarse con los pequeños. Así, la salvación no pasa por la fuerza, la potencia que también es un atributo de Dios, sino a través de la debilidad del Hijo. Dios escoge la ternura como método de salvación. La ternura se inserta en la dialéctica del grande y del pequeño, del grande que se hace pequeño y del pequeño que deviene grande. Solo en la lógica de la Encarnación, del abajamiento de Dios a la condición servil como signo supremo del amor por el hombre, se hace comprensible la lógica de la ternura. La teología de Bergoglio surge del re-pensamiento del elogio sepulcral ignaciano. Allí encuentra su explicación la relación paradójica entre Dios y el hombre que se desarrolla en la lógica cristiana.
3. Las parábolas de la ternura
La dialéctica del grande y del pequeño como lugar de la teología de la ternura encuentra su expresión, según Francisco, en el misterio de la Navidad. En el nacimiento del Niño Dios «el “signo” es justamente la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada al extremo; es el amor con que, en aquella noche, Él ha asumido nuestra fragilidad, nuestro sufrimiento, nuestras angustias, nuestros deseos y nuestros límites. El mensaje que todos esperaban, aquello que todos buscaban en lo profundo de sus almas, no era otra cosa que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez».[24]
De esta ternura el Papa ha hablado en más ocasiones, comentando algunas parábolas, tales como, aquella del Hijo Pródigo y la del Samaritano in primis. El padre del relato del Hijo Pródigo es el padre de la ternura. En El Nombre de Dios es Misericordia, Francisco recuerda cuando «Albino Luciani hizo ejercicios a los sacerdotes y comentando la Parábola del ‘Hijo Pródigo’ dijo a propósito del Padre: “Él espera. Siempre. Y nunca es demasiado tarde. Es así, está hecho así… es Padre. Un padre que espera junto a la puertea Que nos divisa cuando estamos lejos, que se enternece, y corriendo viene a lanzarse a nuestro cuello y a besarnos tiernamente»[25]. El padre abraza tiernamente al hijo. Golpea el adverbio con que Francisco describe la escena. El padre no juzga al hijo, lo encierra en sus brazos.
La acogida del hijo que regresa -dirá en otra parte Francisco- está descrita de manera conmovedora: «Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, tuvo compasión, corrió a su encuentro, se le tiró al cuello y lo besó» (v. 20). Cuánta ternura; lo vio desde lejos: ¿qué significa esto? Que el padre subía a la terraza continuamente para mirar la calle y ver si el hijo regresaba; aquel hijo que había hecho de todo, pero el padre lo esperaba. ¡Qué bella es la ternura del padre! La misericordia del padre es desbordante, incondicional, y se manifiesta aun antes de que el hijo hable. Es cierto, el hijo sabe que se equivocó y lo reconoce: «He pecado… trátame como a uno de tus asalariados» (v. 19). Pero estas palabras se disuelven delante del perdón del padre. El abrazo y el beso de su papá lo hacen darse cuenta de que siempre ha sido considerado hijo, al margen de todo.[26]
En su comentario el Papa pone juntas misericordia, compasión y ternura. En El nombre de Dios es Misericordia afirma que:
«La misericordia es divina, y va más allá del juicio sobre nuestro pecado. La compasión tiene un rostro más humano. Significa “padecer con”, “padecer juntos”, no permanecer indiferente al dolor y al sufrimiento de los demás. Es aquello que Jesús sentía cuando veía a las multitudes que lo seguían. […] El verbo griego que denota esta compasión es splanchnízomai y deriva de la palabra que indica las vísceras y el útero materno. Es similar al amor de un padre y una madre que se conmueven profundamente por el propio hijo, es un amor visceral. Dios nos ama de esta manera, con compasión y con misericordia».[27]
El amor de Dios une los dos polos, divino y humano, de la naturaleza de Jesús, los une en la forma de la ternura, del Dios siempre más grande que se hace pequeño, del padre que espera pacientemente al hijo. Este modo de relacionarse con el hijo de parte del padre, no indica una caída sentimental de la teología, una disociación entre Misericordia y Verdad, sino la modalidad propia con que, esencialmente Dios puede hoy volver a levantarnos de la caída del pecado. La de hoy es,
«de hecho, una humanidad herida, una humanidad que lleva heridas profundas. No sabe cómo curarlas o cree que no sea verdaderamente posible curarlas. Y no son solo las enfermedades sociales y las personas heridas por la pobreza, por la exclusión social, por las tantas esclavitudes del tercer mileno. También el relativismo hiere a tantas personas: todo parece igual, todo parece lo mismo. Esta humanidad tiene necesidad de misericordia. Pío XII, hace más de medio siglo, había dicho que el drama de nuestra época era el haber perdido el sentido del pecado, la conciencia del pecado. A esto hoy se añade el drama de considerar nuestro mal, nuestro pecado, como incurables, como algo que no puede ser sanado y perdonado. Falta la experiencia concreta de la misericordia. La fragilidad de los tiempos en que vivimos también es esta: creer que no existe posibilidad de rescate, de una mano que te alza, de un abrazo que te salva, te perdona, te vuelve a levantar, te inunda de un amor infinito, paciente, indulgente; que te vuelve a encarrilar».[28]
La ternura de Dios se relaciona con la fragilidad del mundo. El Padre no hiere la caña resquebrajada, no recrimina cuando se ha violado la ley, valora el regreso, abraza al hijo humillado. Frente a los hombres de hoy, Francisco asegura en su discurso a los obispos mexicanos: «La Virgen Morenita nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia»[29]. Esta afirmación nos lleva al corazón de la teología de Francisco, un corazón que, a juicio del Papa emérito Benedicto XVI, construiría la línea roja de los últimos pontífices. Como él afirma:
«Para mí es un “signo de los tiempos” el hecho que la idea de la misericordia de Dios sea cada vez más central y dominante. […] El Papa Juan Pablo II estaba profundamente impregnado de tal impulso, aunque no siempre emergía de manera explícita. Pero, por cierto, no es una coincidencia que su último libro, que salió a la luz justo inmediatamente antes de su muerte, hable de la misericordia de Dios. […] El Papa Francisco se encuentra en todo de acuerdo con esta línea. Su práctica pastoral se expresa precisamente en el hecho que él nos habla continuamente de la misericordia de Dios. Es la misericordia aquello que nos mueve hacia Dios, mientras que la justicia nos asusta en su presencia. Según mi parecer, esto pone de relieve que bajo la apariencia de seguridad de sí mismo y de la propia justicia, el hombre de hoy esconde un profundo conocimiento de sus heridas y de su indignidad frente a Dios. Él está a la espera de la misericordia. No es una casualidad que la Parábola del Buen Samaritano sea particularmente atractiva para los contemporáneos. Y no solo porque en ella se enfatiza el componente social de la existencia cristiana, ni solo porque en ella el samaritano, el hombre no religioso frente a los representantes de la religión aparece, por decirlo así, como aquel que actúa verdaderamente conforme con Dios, mientras los representantes oficiales de la religión se han vuelto, por así decirlo, inmunes frente a Dios. Está claro que eso complace al hombre moderno -observa aún Benedicto XVI-, pero también me parece tan importante que los hombres en su intimidad esperen que el samaritano venga en su ayuda, que él se incline sobre ellos, derrame aceite en sus heridas, cuide de ellos y los lleve a recuperarse. En síntesis, ellos saben que tienen necesidad de la misericordia de Dios y de su delicadeza. En la dureza del mundo tecnificado, en el cual los sentimientos ya no cuentan para nada, aumenta sin embargo la espera de un amor salvífico que sea dado gratuitamente. Me parece que en el tema de la misericordia divina se expresa de un modo nuevo aquello que significa la justificación por la fe. A partir de la misericordia de Dios, que todos buscan, también hoy es posible interpretar desde el principio el núcleo fundamental de la doctrina de la justificación y hacerlo aparecer en toda su relevancia».[30]
Las palabras de Benedicto XVI tienen el valor de una importante confirmación de la perspectiva del papa Bergoglio[31]. Ellas aclaran la perspectiva evangélica, y no ingenuamente filantrópica, que guía el magisterio de Francisco. La ternura de Dios se relaciona con el hombre de hoy, encorvado por el pecado, privado de la esperanza de enderezarse. Por ello, una de las metáforas favoritas del Papa es aquella de la Iglesia como hospital de campaña.
«Yo veo con claridad que aquello de lo que la Iglesia tiene mayor necesidad hoy es de la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, de la cercanía, de la proximidad. Yo veo la Iglesia como un hospital de campaña después de una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene el colesterol y los azúcares altos! Se deben curar las heridas. Después podremos hablar de todo el resto».[32]
De ahí la imagen de una Iglesia samaritana: «Sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia deben ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia, levanta al prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado»Antonio Bentué
-->
[caption id="attachment_1528" align="aligncenter" width="709"]
El Buen Samaritano, Vincent Van Gogh, 1890, óleo sobre lienzo.[/caption]
