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Artículo publicado en la edición Nº 1.183 (JULIO-SEPTIEMBRE 2014) Autora: Anneliese Meis, SSpS. Facultad de Teología UC Para citar: Meis, Anneliese; Edith Stein, naturaleza, libertad y gracia. El espíritu infinito y su dramaticidad en el mundo, en La Revista Católica, Nº1.183, julio-septiembre 2014, pp. 225-234.
 
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Edith Stein, naturaleza, libertad y gracia. El espíritu finito y su dramaticidad en el mundo. Anneliese Meis, SSpS Facultad de Teología UC

   
Si bien las referencias a la noción “espíritu” en la obra de Edith Stein son numerosas, la constitución y la dramaticidad de su trascendencia recién se están estudiando (1). Sin duda, se puede verificar la noción “espíritu” como clave antropológica teológica de la obra steineana, lo cual aporta una instancia crítica a la búsqueda (2), mientras que permite delimitar la noción del “espíritu” con respecto al alma y su mayor profundidad (3). De hecho, el presente estudio cuenta con el apoyo de otros de gran calidad filosófica teológica, originados, en parte, por las importantes influencias de pensadores como Tomás de Aquino y Agustín sobre la discípula de Husserl (4) , pero al proponerse su dilucidación en la obra-bisagra de Edith Stein, Naturaleza, libertad, y gracia(5), la constitución del “espíritu” adquiere mayor nitidez en lo que se refiere a la propia subsistencia, anticipada por el Espíritu Infinito, siendo aquel más real y libre al comprenderse desde Dios y Su gracia. De ahí que la dramaticidad de su existencia en el mundo se incrementará.
1. El espíritu, persona espiritual y esfera espiritual
Edith Stein advierte que “espíritu es una palabra ambigua y es necesarioutilizarla aquí en ese sentido doble. Designa, por un lado, una persona espiritual, y, por otro, una esfera espiritual. Las relaciones que puede guardar una persona espiritual con una esfera espiritual son de doble naturaleza: por un lado, toda esfera espiritual fluye de una persona... y ahí tiene necesariamente su centro; por otra parte, una persona puede estar elevada a una esfera espiritual que fluye de Dios” (6).
Insiste la autora en que es necesario “ponerse al servicio de un espíritu”, ya que si bien el “alma recibe impresiones de fuera, del mundo en el que el sujeto de esa vida está y/ o toma como objeto con el espíritu” (7) y “Al igual que el natural-ingenuo, el sujeto anímico liberado acoge el mundo con el espíritu” (8), lo cual no vale del mismo modo de los ángeles (9), pues, para el ser humano “Ponerse al servicio de un espíritu” tiene “un sentido doble. Significa introducirse en una esfera espiritual y dejarse llenar por ella. Y por lo tanto significa simultáneamente someterse a la persona que es el centro de esa esfera. Ello puede suceder en algunos casos de forma indirecta, sometiéndose a una persona que ya esté elevada a esa esfera y resguardada en ella, pero sin ser su centro. Así, es posible ser llenado con el espíritu de lo alto, es decir, encontrar la forma de unirse al reino de la gracia, siguiendo a un santo sin haberse sometido a Dios directa e inmediatamente” (10).
Explica la autora que hay hombres que parecen forzar que se pongan a su servicio espíritus capaces de dominar la naturaleza. Pero solo lo parece. Pues, “El hombre sólo puede entrar en relación con espíritus situados fuera de su naturaleza poniéndose -implicite- a su servicio y siendo llenado del espíritu de los mismos. Lo único posible es que esa circunstancia permanezca escondida para él a causa del modo en que se conduzcan aquellos espíritus. El señor de la esfera en la que es acogido puede estar a su servicio en casos particulares –por ejemplo, mandando en su favor a las fuerzas de la naturaleza– y al así hacerlo llenarle de improviso con su espíritu. O puede permanecer oculto y enviar desde su reino a espíritus servidores a los que encargue que sirvan al hombre. Entonces el hombre cree ilusoriamente que le están sometidos, mientras que en realidad obedecen a su señor y, por lo tanto, al mismo tiempo hacen que el hombre sirva a ese señor” (11).
Para Edith Stein cabe distinguir todavía más finamente el hecho: “Cuando el hombre se asienta de esa forma en un reino situado fuera de la naturaleza no gana su alma y no se hace consciente a sí mismo”, porque: “Para el espíritu que lo atrae así a su reino lo importante es precisamente apoderarse de su alma y llenarla con su espíritu. No le deja margen alguno para su propia vida. Se encuentra ahora mucho más en servidumbre que en el estadio de la naturaleza. El hombre ingenuo está falto de libertad solo en cuanto se halla constantemente a merced de impresiones exteriores y su vida se consume en reacciones. Pero son sus reacciones. En cambio, el “poseído” por un espíritu malo ya no reacciona a su manera, está enajenado de sí mismo; en su alma domina aquel espíritu y actúa desde ella. Por esa razón, llegar a un reino cuyo señor desea las almas para dominarlas no significa aquietarse” (12).
Muy contrariamente sucede, según la autora, cuando se trata de una persona “que posee no solo alma, sino espiritualidad libre, como en el reino de la naturaleza sucede con el hombre, esa persona tiene la posibilidad de sustraerse a impresiones y de evitar reacciones. El correspondiente logro positivo es que el espíritu no es afectado obtusamente por impresiones, sino que –en su actitud originaria– está abierto a un mundo que se le muestra visible. El espíritu está como tal en la luz. Ahora bien, ningún ser libre y espiritual está completamente cerrado en el reino de la naturaleza. La libertad de sustraerse al juego natural de las reacciones le proporciona un emplazamiento fuera de la naturaleza, o bien, lo que es más correcto, da testimonio de ello. Y la apertura del espíritu es por principio una apertura universal. Todo lo que es visible puede ser visto por él. Todo lo que es objeto puede estar ante él. Sin embargo, no todo espíritu individual tiene fácticamente un campo visual irrestricto” (13).
2. El espíritu libre y su única tentación
Ahora para Edith Stein “la cuestión que se plantea es si es solo su libertad quien le pone fuera de la naturaleza”. Pues “Si la apertura originaria del espíritu es circunscrita dentro de los límites por su vinculación a un ser natural y solo se le ofrece ‘sin más’ aquello con lo que está vinculado como ser natural, ¿no es necesario, entonces, que exista una vinculación semejante a la natural a las esferas a las que sólo debe abrirse paso?” (14).
Explica Edith Stein esta cuestión recurriendo a otras esferas posibles que atestiguan que “gracias a la apertura universal del espíritu podrían acercársele también, pero solo en caso de esfuerzo activo por ambas partes. La naturaleza no necesita ese esfuerzo, y no sería capaz de él en modo alguno, pues ella no es una esfera espiritual y no fluye de un centro personal, solo del cual puede salir una actividad. La segunda posibilidad parece plausible. Pero solo en la medida en que se trate de un conquistar espiritual de nuevas esferas, de un tomar noticia de ellas. Y no en el sentido de que ahí deba tener lugar al mismo tiempo una acogida del alma en un reino ajeno. Mientras el hombre acepte la esfera ajena solamente con el espíritu, puede permanecer sustraído anímicamente a ella, exactamente igual puede tomar noticia y conocimiento de la naturaleza mientras se cierra anímicamente a ella. Hacerse visible para el espíritu no significa lo mismo que inundar el alma. Puede que el espíritu vea y que sin embargo el alma permanezca vacía. Pero mientras el espíritu del nuevo reino no llene el alma, esta tampoco tendrá en él emplazamiento alguno. Y la pregunta de cómo es posible esa indagación sigue aún sin respuesta” (15).
Esto llega a un problema más espinudo, el mal que remonta al corazón del hombre, pues “El mal no podría llegar al hombre si no tuviese en él una morada originaria. El hombre echa mano del mal con libertad cuando sucumbe a la tentación. Pero ese echar mano, que no es un puro asir espiritual, sino entrega anímica, solo es posible si aquello de lo que se echa mano ya ha encontrado entrada en el alma anteriormente. Y en el alma solo encuentra entrada lo que es conforme a ella. No está abierta a todo y todos, como el espíritu” (16).
Esta entrada difícil del mal en el alma, pero no imposible, debido a la tentación, se torna diferente respecto al alma despierta, pues: “Solo el alma espiritualmente despierta está tan abierta que puede acoger algo en sí. Y lo que puede inundarla es a su vez solamente espíritu. Solo en esferas espirituales puede estar el alma verdaderamente inserta, no en la naturaleza…vida espiritual… Las leyes racionales inciden sobre el contenido de las impresiones y reacciones con entera independencia del sujeto en cuya vida espiritual se realicen. No se necesita un ‘espíritu’ especial, una esfera espiritual peculiarmente cualificada, para que puedan desplegar su dominio. En la medida en que la vida espiritual se desarrolle en la forma de la motivación, es decir, en la forma de la ‘respuesta’ ocasionalmente exigida a impresiones, el sujeto espiritual estará sometido sin más a las leyes racionales, con la misma obviedad con la que todo acontecer natural obedece a las leyes naturales” (17).
Aquí se aprecia cómo Edith Stein percibe con finura la dimensión “espiritual” del alma, que “Al despertar a la libre espiritualidad el sujeto se encuentra a sí mismo en el reino de la razón natural… Precisamente lo que es necesario para entrar en ese reino -la espiritualidad libre- separa al mismo tiempo de él y pone al sujeto sobre sí mismo. El reino de la razón no es una esfera espiritual que fluya desde un centro personal y esté cualificada específicamente por él…” (18). Resalta una significativa diferencia entre el reino de la razón natural y el reino del espíritu que se abre, pues: “Ese abrirse paso es un acto libre en el que el alma afirma el espíritu de la esfera que quiere apoderarse de ella y se entrega a él, de modo que él pueda tomar posesión de ella y ella pueda tomar morada en ese reino” (19).
Pero con esto se vislumbra lo que significa la tentación, ya que “Solo sigue estando en cuestión, así pues, por qué el alma puede pertenecer a una esfera espiritual de modo más verdadero que a la otra… La tentación no le viene de fuera, sino que ella la encuentra en su interior, necesitada tan solo de la legitimación mediante un acto libre. Hay una sola tentación a la que está expuesto el sujeto libre puramente como tal y con independencia de lo que llene su alma, una tentación que es la única en la que pudieron caer los ángeles y el hombre en estado de integridad y con la que el tentador podía acercarse también a Cristo: la tentación de asentarse en sí mismo, de convertirse a sí mismo en señor. Al mismo tiempo la única que por su naturaleza es rebelión contra Dios, ninguna otra cosa, y de la que tiene que proceder el mal mismo y solamente -implicite o explicite- está dirigida también contra Dios. A una tentación, sea cual sea su tipo, sólo se le puede salir al paso desde el espíritu de lo alto” (20).
Caer en tal tentación tiene serias consecuencias, que Edith Stein explica detenidamente en sus alcances cuando advierte: “…se ha puesto al servicio de su reino, de modo que el espíritu del mal puede hacer su entrada en ella. Hemos dicho que entonces ese espíritu actúa desde ella y ya no es ella misma quien reacciona de su modo natural a las impresiones que recibe… exclusivamente desde el espíritu del mal. El odio es la reacción específica del mal, o, más correctamente el acto espiritual específico en el que el mal puede y tiene necesariamente que irradiarse a sí mismo conforme en su esencia material” (21).
3. La dramaticidad del espíritu transformado por el Espíritu Santo Edith Stein contrapone a la tentación y el reino del mal el reino del espíritu de la luz, pues “Y, al igual que el espíritu del mal, también el espíritu de la luz, el Espíritu Santo, obra en el alma de la que toma posesión una transformación de sus reacciones naturales” (22). Pues “Y hay actos espirituales y estados anímicos que son las formas específicas de su vida en cada momento: amor, misericordia, perdón, beatitud, paz… El espíritu de la luz es por su esencia propia plenitud rebosante, riqueza perfectísima que nunca mengua… De hecho, es indudable que en el “renacimiento desde el espíritu” el alma experimenta una transformación radical. La vida en que solía desplegarse y desplegar su modo de ser propio se le corta. De entrada desaparece de ella progresivamente, a medida que la gracia se va difundiendo en ella, lo que ofrecía un punto de ataque al espíritu del mal y sin embargo le pertenecía a ella misma” (23).
Esto significa que “su individualidad no es expulsada por el espíritu de la luz, sino que se desposa con él y de ese modo experimenta verdaderamente un ‘nuevo nacimiento’” (24). Pues “De hecho se puede decir de toda individualidad que es el centro de una esfera espiritual propia y esa esfera tiene su propia ‘razón’” (25). Pero es cierto que Edith Stein destaca que es difícil distinguir en los diversos aspectos, ya que “de entrada es ya muy difícil distinguir qué es realmente una reacción desde la individualidad y qué es reaccionar solamente con arreglo a la costumbre, y en la mayor parte de las reacciones de una forma que está determinada por el espíritu del entorno al que y desde el que nace el hombre” (26).
Hay otras reacciones posibles que la autora describe brevemente y con acierto, pues “También puede salirle al encuentro: mediante la ocupación con objetos que le son conocidos como sagrados, aunque el espíritu de lo alto que los llena aún no le sea perceptible y por lo tanto la santidad no le sea visible…” (27). “También el santo conoce épocas de ‘sequedad’ interior en las que tiene que resistir en los desiertos, precisamente las conoce porque destacan sobre el trasfondo de las épocas en las que la luz de la gracia inunda y el fuego del espíritu le abrasa” (28).
La autora reduce, luego, todo al amor como última fuente del actuar del espíritu de la luz al afirmar: “Las obras de amor que -lleno del espíritu- él hace, toda su actitud vital y su conducta vital determinadas por el espíritu, atraen las miradas hacia él sin que él lo quiera. Su santidad resulta patente, aunque solo para aquellos cuyos ojos ya están abiertos, y los atrae al seguimiento. Y quien le sigue se somete con ello al espíritu de la luz, aun cuando todavía no se haya adentrado hasta su autor personal” (29). Hay una diferencia del actuar a nivel de cuerpo y alma, como Edith Stein observa: “Sí, en cambio, se es afectado por las sensaciones y en ellas, sin dirigir a ellas la mirada espiritual o pasarla a través de ellas, se vive en el cuerpo” (30).
En cambio, “para un sujeto que tenga alma y espíritu el notar los estados corporales constituye la periferia más externa de su vida interior; cuanto más profundamente descienda dentro de sí, tanto más se distanciará el cuerpo de él… Una persona puede vivir preferentemente en actos espirituales, y sin embargo notar en su periferia los estados corporales” (31). Por ejemplo, el dolor, estados que requieren una cierta independencia del cuerpo: “bien el dolor dirige a sí la mirada espiritual y la aparta del tema intelectual, total o parcialmente, o bien perturba el proceso espiritual sustrayéndole en mayor o menor medida las fuerzas necesarias para su mantenimiento” (32). Y “no en vano de lo que se trata es precisamente de hacerse independiente de esas fuerzas naturales, de asegurar la vida espiritual para casos en los que fallan” (33).
Pero advierte Edith Stein otro dato, que explica de la siguiente manera cuando afirma: “Desde el mundo espiritual, con el que el alma está en contacto, le afluyen directamente fuerzas, en sí misma ella tiene una fuente originaria que le permite abrirse con independencia de la constitución del cuerpo y de sus cambiantes estados y ser activa espiritualmente y regenerarse desde el espíritu” (34). Para la autora esto significa, sin embargo, tener cuidado, pues afirma insistentemente: “Si lo hace sin asegurarse la conexión con las fuentes espirituales de fuerza el resultado del ascetismo será solamente ‘mortificación’” (35). Lo mismo vale “Si el hombre fuese un ser puramente espiritual, no sería planteable para él ningún otro camino de redención que el puramente interior. Su constitución corporal que -en la corrupción de la misma- le dificulta el ascenso espiritual hace posible, por otro lado, ayudarle con otros medios de gracia” (36).
Para Edith Stein este camino de la gracia ligado al cuerpo tiene mucha una relevancia singular, pues “Vita spiritualis conformitatem aliquam habet ad vitam corporalem” dice Tomás de Aquino, donde por “vita corporalis” se debe entender toda la vida natural del hombre. Ya el hecho de que la voluntad del Señor se manifestase en la palabra y que la ‘palabra se hiciese carne’ no se debe entender desde el espíritu, sino solo como adaptación a la constitución natural de las criaturas a las que quiere hacerse perceptible… Mediante la palabra y el signo la gracia se dirige a través de lo sensible al espíritu del hombre, a fin de adentrarse en el alma por vía espiritual… Penitencia y perdón de los pecados aparecen como un proceso tan espiritual que no parece haber espacio alguno para un efecto sacramental” (37).
Sin embargo, insiste Edith Stein en otro aspecto cuando afirma con cuidado, recalcando: “Cuando la persona tiende por su espiritualidad a reaccionar conforme a la razón natural, esa tendencia se va solidificando en su estructura psíquica hasta convertirse en disposiciones permanentes. E igualmente el mal, tan pronto la persona le da cabida, se convierte para ella en una ‘costumbre’. Y aunque el arrepentimiento sea eficaz en ella y su ‘espíritu esté dispuesto’, la mala costumbre puede tener por efecto que haga una y otra vez el mal del que se ha apartado interiormente” (38). Pero resalta la autora, siempre de nuevo, que quien actúa es el Espíritu Santo, en sus diversas maneras propias: “Y de la misma manera: conocer a alguien como santo o conocer que es un santo es algo que solo se puede hacer si se nota en él al espíritu ‘qui locutus est per prophetas’” (39), ya que “La fe en el Dios corporalmente presente o la fe en el espíritu que habla desde los santos es después la base para la fe en sus palabras. Tal es la situación para aquellos a quienes los ‘mediadores’ les están presentes directamente desde las palabras y que estas se conviertan para nosotros en revelaciones porque creamos directamente en ellas” (40).
Al finalizar Edith Stein su argumentación subraya insistentemente algunos aspectos importantes, pues “Se cierra ahora lo que se dijo sobre la fe y lo que se dijo antes sobre la gracia. La gracia es el espíritu de Dios que viene a nosotros, el amor divino que se abaja a nosotros. En la fe nos apropiamos subjetivamente la gracia de la que hemos sido hechos partícipes objetivamente... Adquirimos conciencia ahí... de algo que es eficaz en nosotros... que toma morada en el alma, se hace visible para el espíritu, es asimilada espiritualmente en la fe. Además, es asida activamente por el alma, recibida como propiedad de esta. Y con ello, al mismo tiempo, el centro personal en el cual y con el cual se recibe el amor divino, se convierte en un nuevo punto de partida desde el que irrumpe a su vez el amor divino: como amor a Dios y como amor al prójimo y a todas las criaturas en Dios” (41).
Sintetizando, cabe destacar aportes significativos en NLG que resaltan elementos constitutivos de la dramaticidad del ser finito anticipado por el Espíritu Infinito.
A modo de conclusión
La argumentación de Edith Stein en NLG verifica, efectivamente, que El ser humano se constituye en cuanto espíritu finito en el mundo de modo dramático a partir de la anticipación por el Espíritu Infinito, siendo aquel más real y auténtico, si se comprende desde Dios (42). Entre los elementos descubiertos destacan los siguientes:
1. Una visión dinámica muy afinada del espíritu finito en cuanto trascendente al cuerpo, pero profundamente inmerso en la realidad material del mundo.
2. El deseo connatural de trascender al Espíritu Infinito, siendo anticipado por dicho espíritu a través de la complejidad de su interrelación con el mundo.
3. La dramaticidad de su situación en el mundo se origina en la finitud de la constitución del espíritu humano, siendo infinitos sus anhelos más profundos.
NOTAS
1. Fondecyt 2013-2014 Anneliese Meis, André Hubert, Juan Francisco Pinilla, Fernando Berríos, “El espíritu finito y su dramaticidad en el mundo. Un estudio histórico sistemático en Edith Stein, Anselmo, Juan de la Cruz y Karl Rahner”; cf. VRI 2014-215 Anneliese Meis, Ana María Vicuña, Saide Cortés, Agustina Serrano, VRI 2014-2015, “La pedagogía del diálogo amoroso. Un estudio en El Banquete de Platón, El Castillo Interior de Teresa de Ávila y Acto y Potencia de Edith Stein”.
2. Caballero, J. L., Edith Stein (1981-1942) (Biblioteca Filosófica, 120) (Ediciones del Orto, Madrid 2001), 94 pp. El autor ofrece una significativa síntesis respecto a las implicaciones prácticas de la interioridad en el V. Simposio La formación humana en Edith Stein 12-14 de agosto 2014, Santiago de Chile.
3. Patt, S., El concepto teológico-místico de “fondo del alma” en la obra de Edith Stein (Pamplona 2009), 206 pp.
4. Gerl-Falkovitz, H.-B., “El impulso cristiano en orden a una filosofía abierta al ser. El caso de Edith Stein (1891-1942)”, Revista Española de Teología 60 (2000), 249-284. Schindler, D., “The embodied person as gift and the cultural task in America: status quaestionis”, Communio35 (2008) 397-431; Calcagno, A., “Being, aevum, and nothingness: Edith Stein on death and dying”, Con Philos Rev 41 (2008) 59-72; Meis, A., “Edith Stein y Tomás de Aquino. Repercusión sobre la pregunta por la mujer”, Teología y Vida, 51 (2010) 9-37. El estudio de Emery, G., La Trinité Créatrice, resulta iluminador para la comprensión intrínseca de la relación de Edith Stein con el Doctor Angélico-relación relevante para la intelección de la dramaticidad del “espíritu”.
5. Stein, E., Naturaleza, libertad y gracia, OC III, 55-128=NLG ; La obra Naturaleza, libertad y gracia, no muy extensa, fue escrita por Edith Stein probablemente en 1930, es una síntesis muy lograda del vasto pensamiento de la autora, que sin embargo, pasa casi desapercibida en la avalancha de los estudios secundarios, lo que probablemente se debe a su título original, Die ontische Struktur der Person und ihre Erkenntnistheoretische Problematik, en Welt und Person (ESW Vi) (1962) 137-197, que se debe a circunstancias casuales y no refleja el contenido propiamente tal de la obra.
6. NLG 75.
7. NLG 68.
8. NLG 69.
9. NLG 70: Así también la vida de los ángeles, de los espíritus que sirven a Dios. La voluntad de Dios los atraviesa por el centro y despliega su actividad directamente en las acciones de ellos. Están sometidos sin someterse. Su obediencia no presupone renuncia alguna, uso alguno de la libertad. No presupone un uso de la libertad, pero sí la libertad misma. De la obediencia forma parte la posibilidad de la desobediencia, aun cuando de hecho nunca tengan lugar elección y resistencia. Servidores de Dios solo pueden serlo espíritus libres.
10. NLG 75.
11. NLG 76.
12. NLG 76.
13. NLG 77s.
14. NLG 78.
15. NLG 78s.
16. NLG 79.
17. NLG 79s.
18. NLG 80.
19. NLG 81.
20. NLG 81.
21. NLG 82.
22. NLG 82.
23. NLG 83.
24. NLG 84.
25. NLG 85.
26. NLG 85.
27. NLG 88.
28. NLG 89.
29. NLG 91.
30. NLG 104.
31. NLG 104s.
32. NLG 105.
33. NLG 108.
34. NLG 108.
35. NLG 109.
36. NLG 112.
37. NLG 112s.
38. NLG 115.
39. NLG 127.
40. NLG 127.
41. NLG 127s.
42. En este sentido puede observarse la fuerte presencia de Tomás de Aquino en el pensamiento de Edith Stein, quien ofrece una lúcida síntesis al interrelacionar dicha relación con las “misiones, es decir, la del envío de la persona divina del Hijo y del Espíritu Santo al alma del justificado, que de este modo participa gratuitamente de la vida trinitaria, como lo evoca Hans Urs von Balthasar, Gloria 1, Madrid 1960, 263, citando a Tomás, Ia 43, 5 ad 2: “Al igual que el Espíritu Santo nace visiblemente en el espíritu humano a través del don del amor, el Hijo nace mediante el don de la sabiduría, por la cual él se nos revela como la meta final de nuestro retorno a Dios”.
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Artículo publicado en la edición Nº 1.183 (JULIO-SEPTIEMBRE 2014) Autora: Anneliese Meis, SSpS. Facultad de Teología UC Para citar: Meis, Anneliese; Edith Stein, naturaleza, libertad y gracia. El espíritu infinito y su dramaticidad en el mundo, en La Revista Católica, Nº1.183, julio-septiembre 2014, pp. 225-234.
 
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Edith Stein, naturaleza, libertad y gracia. El espíritu finito y su dramaticidad en el mundo. Anneliese Meis, SSpS Facultad de Teología UC

   
Si bien las referencias a la noción “espíritu” en la obra de Edith Stein son numerosas, la constitución y la dramaticidad de su trascendencia recién se están estudiando (1). Sin duda, se puede verificar la noción “espíritu” como clave antropológica teológica de la obra steineana, lo cual aporta una instancia crítica a la búsqueda (2), mientras que permite delimitar la noción del “espíritu” con respecto al alma y su mayor profundidad (3). De hecho, el presente estudio cuenta con el apoyo de otros de gran calidad filosófica teológica, originados, en parte, por las importantes influencias de pensadores como Tomás de Aquino y Agustín sobre la discípula de Husserl (4) , pero al proponerse su dilucidación en la obra-bisagra de Edith Stein, Naturaleza, libertad, y gracia(5), la constitución del “espíritu” adquiere mayor nitidez en lo que se refiere a la propia subsistencia, anticipada por el Espíritu Infinito, siendo aquel más real y libre al comprenderse desde Dios y Su gracia. De ahí que la dramaticidad de su existencia en el mundo se incrementará.
1. El espíritu, persona espiritual y esfera espiritual
Edith Stein advierte que “espíritu es una palabra ambigua y es necesarioutilizarla aquí en ese sentido doble. Designa, por un lado, una persona espiritual, y, por otro, una esfera espiritual. Las relaciones que puede guardar una persona espiritual con una esfera espiritual son de doble naturaleza: por un lado, toda esfera espiritual fluye de una persona... y ahí tiene necesariamente su centro; por otra parte, una persona puede estar elevada a una esfera espiritual que fluye de Dios” (6).
Insiste la autora en que es necesario “ponerse al servicio de un espíritu”, ya que si bien el “alma recibe impresiones de fuera, del mundo en el que el sujeto de esa vida está y/ o toma como objeto con el espíritu” (7) y “Al igual que el natural-ingenuo, el sujeto anímico liberado acoge el mundo con el espíritu” (8), lo cual no vale del mismo modo de los ángeles (9), pues, para el ser humano “Ponerse al servicio de un espíritu” tiene “un sentido doble. Significa introducirse en una esfera espiritual y dejarse llenar por ella. Y por lo tanto significa simultáneamente someterse a la persona que es el centro de esa esfera. Ello puede suceder en algunos casos de forma indirecta, sometiéndose a una persona que ya esté elevada a esa esfera y resguardada en ella, pero sin ser su centro. Así, es posible ser llenado con el espíritu de lo alto, es decir, encontrar la forma de unirse al reino de la gracia, siguiendo a un santo sin haberse sometido a Dios directa e inmediatamente” (10).
Explica la autora que hay hombres que parecen forzar que se pongan a su servicio espíritus capaces de dominar la naturaleza. Pero solo lo parece. Pues, “El hombre sólo puede entrar en relación con espíritus situados fuera de su naturaleza poniéndose -implicite- a su servicio y siendo llenado del espíritu de los mismos. Lo único posible es que esa circunstancia permanezca escondida para él a causa del modo en que se conduzcan aquellos espíritus. El señor de la esfera en la que es acogido puede estar a su servicio en casos particulares –por ejemplo, mandando en su favor a las fuerzas de la naturaleza– y al así hacerlo llenarle de improviso con su espíritu. O puede permanecer oculto y enviar desde su reino a espíritus servidores a los que encargue que sirvan al hombre. Entonces el hombre cree ilusoriamente que le están sometidos, mientras que en realidad obedecen a su señor y, por lo tanto, al mismo tiempo hacen que el hombre sirva a ese señor” (11).
Para Edith Stein cabe distinguir todavía más finamente el hecho: “Cuando el hombre se asienta de esa forma en un reino situado fuera de la naturaleza no gana su alma y no se hace consciente a sí mismo”, porque: “Para el espíritu que lo atrae así a su reino lo importante es precisamente apoderarse de su alma y llenarla con su espíritu. No le deja margen alguno para su propia vida. Se encuentra ahora mucho más en servidumbre que en el estadio de la naturaleza. El hombre ingenuo está falto de libertad solo en cuanto se halla constantemente a merced de impresiones exteriores y su vida se consume en reacciones. Pero son sus reacciones. En cambio, el “poseído” por un espíritu malo ya no reacciona a su manera, está enajenado de sí mismo; en su alma domina aquel espíritu y actúa desde ella. Por esa razón, llegar a un reino cuyo señor desea las almas para dominarlas no significa aquietarse” (12).
Muy contrariamente sucede, según la autora, cuando se trata de una persona “que posee no solo alma, sino espiritualidad libre, como en el reino de la naturaleza sucede con el hombre, esa persona tiene la posibilidad de sustraerse a impresiones y de evitar reacciones. El correspondiente logro positivo es que el espíritu no es afectado obtusamente por impresiones, sino que –en su actitud originaria– está abierto a un mundo que se le muestra visible. El espíritu está como tal en la luz. Ahora bien, ningún ser libre y espiritual está completamente cerrado en el reino de la naturaleza. La libertad de sustraerse al juego natural de las reacciones le proporciona un emplazamiento fuera de la naturaleza, o bien, lo que es más correcto, da testimonio de ello. Y la apertura del espíritu es por principio una apertura universal. Todo lo que es visible puede ser visto por él. Todo lo que es objeto puede estar ante él. Sin embargo, no todo espíritu individual tiene fácticamente un campo visual irrestricto” (13).
2. El espíritu libre y su única tentación
Ahora para Edith Stein “la cuestión que se plantea es si es solo su libertad quien le pone fuera de la naturaleza”. Pues “Si la apertura originaria del espíritu es circunscrita dentro de los límites por su vinculación a un ser natural y solo se le ofrece ‘sin más’ aquello con lo que está vinculado como ser natural, ¿no es necesario, entonces, que exista una vinculación semejante a la natural a las esferas a las que sólo debe abrirse paso?” (14).
Explica Edith Stein esta cuestión recurriendo a otras esferas posibles que atestiguan que “gracias a la apertura universal del espíritu podrían acercársele también, pero solo en caso de esfuerzo activo por ambas partes. La naturaleza no necesita ese esfuerzo, y no sería capaz de él en modo alguno, pues ella no es una esfera espiritual y no fluye de un centro personal, solo del cual puede salir una actividad. La segunda posibilidad parece plausible. Pero solo en la medida en que se trate de un conquistar espiritual de nuevas esferas, de un tomar noticia de ellas. Y no en el sentido de que ahí deba tener lugar al mismo tiempo una acogida del alma en un reino ajeno. Mientras el hombre acepte la esfera ajena solamente con el espíritu, puede permanecer sustraído anímicamente a ella, exactamente igual puede tomar noticia y conocimiento de la naturaleza mientras se cierra anímicamente a ella. Hacerse visible para el espíritu no significa lo mismo que inundar el alma. Puede que el espíritu vea y que sin embargo el alma permanezca vacía. Pero mientras el espíritu del nuevo reino no llene el alma, esta tampoco tendrá en él emplazamiento alguno. Y la pregunta de cómo es posible esa indagación sigue aún sin respuesta” (15).
Esto llega a un problema más espinudo, el mal que remonta al corazón del hombre, pues “El mal no podría llegar al hombre si no tuviese en él una morada originaria. El hombre echa mano del mal con libertad cuando sucumbe a la tentación. Pero ese echar mano, que no es un puro asir espiritual, sino entrega anímica, solo es posible si aquello de lo que se echa mano ya ha encontrado entrada en el alma anteriormente. Y en el alma solo encuentra entrada lo que es conforme a ella. No está abierta a todo y todos, como el espíritu” (16).
Esta entrada difícil del mal en el alma, pero no imposible, debido a la tentación, se torna diferente respecto al alma despierta, pues: “Solo el alma espiritualmente despierta está tan abierta que puede acoger algo en sí. Y lo que puede inundarla es a su vez solamente espíritu. Solo en esferas espirituales puede estar el alma verdaderamente inserta, no en la naturaleza…vida espiritual… Las leyes racionales inciden sobre el contenido de las impresiones y reacciones con entera independencia del sujeto en cuya vida espiritual se realicen. No se necesita un ‘espíritu’ especial, una esfera espiritual peculiarmente cualificada, para que puedan desplegar su dominio. En la medida en que la vida espiritual se desarrolle en la forma de la motivación, es decir, en la forma de la ‘respuesta’ ocasionalmente exigida a impresiones, el sujeto espiritual estará sometido sin más a las leyes racionales, con la misma obviedad con la que todo acontecer natural obedece a las leyes naturales” (17).
Aquí se aprecia cómo Edith Stein percibe con finura la dimensión “espiritual” del alma, que “Al despertar a la libre espiritualidad el sujeto se encuentra a sí mismo en el reino de la razón natural… Precisamente lo que es necesario para entrar en ese reino -la espiritualidad libre- separa al mismo tiempo de él y pone al sujeto sobre sí mismo. El reino de la razón no es una esfera espiritual que fluya desde un centro personal y esté cualificada específicamente por él…” (18). Resalta una significativa diferencia entre el reino de la razón natural y el reino del espíritu que se abre, pues: “Ese abrirse paso es un acto libre en el que el alma afirma el espíritu de la esfera que quiere apoderarse de ella y se entrega a él, de modo que él pueda tomar posesión de ella y ella pueda tomar morada en ese reino” (19).
Pero con esto se vislumbra lo que significa la tentación, ya que “Solo sigue estando en cuestión, así pues, por qué el alma puede pertenecer a una esfera espiritual de modo más verdadero que a la otra… La tentación no le viene de fuera, sino que ella la encuentra en su interior, necesitada tan solo de la legitimación mediante un acto libre. Hay una sola tentación a la que está expuesto el sujeto libre puramente como tal y con independencia de lo que llene su alma, una tentación que es la única en la que pudieron caer los ángeles y el hombre en estado de integridad y con la que el tentador podía acercarse también a Cristo: la tentación de asentarse en sí mismo, de convertirse a sí mismo en señor. Al mismo tiempo la única que por su naturaleza es rebelión contra Dios, ninguna otra cosa, y de la que tiene que proceder el mal mismo y solamente -implicite o explicite- está dirigida también contra Dios. A una tentación, sea cual sea su tipo, sólo se le puede salir al paso desde el espíritu de lo alto” (20).
Caer en tal tentación tiene serias consecuencias, que Edith Stein explica detenidamente en sus alcances cuando advierte: “…se ha puesto al servicio de su reino, de modo que el espíritu del mal puede hacer su entrada en ella. Hemos dicho que entonces ese espíritu actúa desde ella y ya no es ella misma quien reacciona de su modo natural a las impresiones que recibe… exclusivamente desde el espíritu del mal. El odio es la reacción específica del mal, o, más correctamente el acto espiritual específico en el que el mal puede y tiene necesariamente que irradiarse a sí mismo conforme en su esencia material” (21).
3. La dramaticidad del espíritu transformado por el Espíritu Santo Edith Stein contrapone a la tentación y el reino del mal el reino del espíritu de la luz, pues “Y, al igual que el espíritu del mal, también el espíritu de la luz, el Espíritu Santo, obra en el alma de la que toma posesión una transformación de sus reacciones naturales” (22). Pues “Y hay actos espirituales y estados anímicos que son las formas específicas de su vida en cada momento: amor, misericordia, perdón, beatitud, paz… El espíritu de la luz es por su esencia propia plenitud rebosante, riqueza perfectísima que nunca mengua… De hecho, es indudable que en el “renacimiento desde el espíritu” el alma experimenta una transformación radical. La vida en que solía desplegarse y desplegar su modo de ser propio se le corta. De entrada desaparece de ella progresivamente, a medida que la gracia se va difundiendo en ella, lo que ofrecía un punto de ataque al espíritu del mal y sin embargo le pertenecía a ella misma” (23).
Esto significa que “su individualidad no es expulsada por el espíritu de la luz, sino que se desposa con él y de ese modo experimenta verdaderamente un ‘nuevo nacimiento’” (24). Pues “De hecho se puede decir de toda individualidad que es el centro de una esfera espiritual propia y esa esfera tiene su propia ‘razón’” (25). Pero es cierto que Edith Stein destaca que es difícil distinguir en los diversos aspectos, ya que “de entrada es ya muy difícil distinguir qué es realmente una reacción desde la individualidad y qué es reaccionar solamente con arreglo a la costumbre, y en la mayor parte de las reacciones de una forma que está determinada por el espíritu del entorno al que y desde el que nace el hombre” (26).
Hay otras reacciones posibles que la autora describe brevemente y con acierto, pues “También puede salirle al encuentro: mediante la ocupación con objetos que le son conocidos como sagrados, aunque el espíritu de lo alto que los llena aún no le sea perceptible y por lo tanto la santidad no le sea visible…” (27). “También el santo conoce épocas de ‘sequedad’ interior en las que tiene que resistir en los desiertos, precisamente las conoce porque destacan sobre el trasfondo de las épocas en las que la luz de la gracia inunda y el fuego del espíritu le abrasa” (28).
La autora reduce, luego, todo al amor como última fuente del actuar del espíritu de la luz al afirmar: “Las obras de amor que -lleno del espíritu- él hace, toda su actitud vital y su conducta vital determinadas por el espíritu, atraen las miradas hacia él sin que él lo quiera. Su santidad resulta patente, aunque solo para aquellos cuyos ojos ya están abiertos, y los atrae al seguimiento. Y quien le sigue se somete con ello al espíritu de la luz, aun cuando todavía no se haya adentrado hasta su autor personal” (29). Hay una diferencia del actuar a nivel de cuerpo y alma, como Edith Stein observa: “Sí, en cambio, se es afectado por las sensaciones y en ellas, sin dirigir a ellas la mirada espiritual o pasarla a través de ellas, se vive en el cuerpo” (30).
En cambio, “para un sujeto que tenga alma y espíritu el notar los estados corporales constituye la periferia más externa de su vida interior; cuanto más profundamente descienda dentro de sí, tanto más se distanciará el cuerpo de él… Una persona puede vivir preferentemente en actos espirituales, y sin embargo notar en su periferia los estados corporales” (31). Por ejemplo, el dolor, estados que requieren una cierta independencia del cuerpo: “bien el dolor dirige a sí la mirada espiritual y la aparta del tema intelectual, total o parcialmente, o bien perturba el proceso espiritual sustrayéndole en mayor o menor medida las fuerzas necesarias para su mantenimiento” (32). Y “no en vano de lo que se trata es precisamente de hacerse independiente de esas fuerzas naturales, de asegurar la vida espiritual para casos en los que fallan” (33).
Pero advierte Edith Stein otro dato, que explica de la siguiente manera cuando afirma: “Desde el mundo espiritual, con el que el alma está en contacto, le afluyen directamente fuerzas, en sí misma ella tiene una fuente originaria que le permite abrirse con independencia de la constitución del cuerpo y de sus cambiantes estados y ser activa espiritualmente y regenerarse desde el espíritu” (34). Para la autora esto significa, sin embargo, tener cuidado, pues afirma insistentemente: “Si lo hace sin asegurarse la conexión con las fuentes espirituales de fuerza el resultado del ascetismo será solamente ‘mortificación’” (35). Lo mismo vale “Si el hombre fuese un ser puramente espiritual, no sería planteable para él ningún otro camino de redención que el puramente interior. Su constitución corporal que -en la corrupción de la misma- le dificulta el ascenso espiritual hace posible, por otro lado, ayudarle con otros medios de gracia” (36).
Para Edith Stein este camino de la gracia ligado al cuerpo tiene mucha una relevancia singular, pues “Vita spiritualis conformitatem aliquam habet ad vitam corporalem” dice Tomás de Aquino, donde por “vita corporalis” se debe entender toda la vida natural del hombre. Ya el hecho de que la voluntad del Señor se manifestase en la palabra y que la ‘palabra se hiciese carne’ no se debe entender desde el espíritu, sino solo como adaptación a la constitución natural de las criaturas a las que quiere hacerse perceptible… Mediante la palabra y el signo la gracia se dirige a través de lo sensible al espíritu del hombre, a fin de adentrarse en el alma por vía espiritual… Penitencia y perdón de los pecados aparecen como un proceso tan espiritual que no parece haber espacio alguno para un efecto sacramental” (37).
Sin embargo, insiste Edith Stein en otro aspecto cuando afirma con cuidado, recalcando: “Cuando la persona tiende por su espiritualidad a reaccionar conforme a la razón natural, esa tendencia se va solidificando en su estructura psíquica hasta convertirse en disposiciones permanentes. E igualmente el mal, tan pronto la persona le da cabida, se convierte para ella en una ‘costumbre’. Y aunque el arrepentimiento sea eficaz en ella y su ‘espíritu esté dispuesto’, la mala costumbre puede tener por efecto que haga una y otra vez el mal del que se ha apartado interiormente” (38). Pero resalta la autora, siempre de nuevo, que quien actúa es el Espíritu Santo, en sus diversas maneras propias: “Y de la misma manera: conocer a alguien como santo o conocer que es un santo es algo que solo se puede hacer si se nota en él al espíritu ‘qui locutus est per prophetas’” (39), ya que “La fe en el Dios corporalmente presente o la fe en el espíritu que habla desde los santos es después la base para la fe en sus palabras. Tal es la situación para aquellos a quienes los ‘mediadores’ les están presentes directamente desde las palabras y que estas se conviertan para nosotros en revelaciones porque creamos directamente en ellas” (40).
Al finalizar Edith Stein su argumentación subraya insistentemente algunos aspectos importantes, pues “Se cierra ahora lo que se dijo sobre la fe y lo que se dijo antes sobre la gracia. La gracia es el espíritu de Dios que viene a nosotros, el amor divino que se abaja a nosotros. En la fe nos apropiamos subjetivamente la gracia de la que hemos sido hechos partícipes objetivamente... Adquirimos conciencia ahí... de algo que es eficaz en nosotros... que toma morada en el alma, se hace visible para el espíritu, es asimilada espiritualmente en la fe. Además, es asida activamente por el alma, recibida como propiedad de esta. Y con ello, al mismo tiempo, el centro personal en el cual y con el cual se recibe el amor divino, se convierte en un nuevo punto de partida desde el que irrumpe a su vez el amor divino: como amor a Dios y como amor al prójimo y a todas las criaturas en Dios” (41).
Sintetizando, cabe destacar aportes significativos en NLG que resaltan elementos constitutivos de la dramaticidad del ser finito anticipado por el Espíritu Infinito.
A modo de conclusión
La argumentación de Edith Stein en NLG verifica, efectivamente, que El ser humano se constituye en cuanto espíritu finito en el mundo de modo dramático a partir de la anticipación por el Espíritu Infinito, siendo aquel más real y auténtico, si se comprende desde Dios (42). Entre los elementos descubiertos destacan los siguientes:
1. Una visión dinámica muy afinada del espíritu finito en cuanto trascendente al cuerpo, pero profundamente inmerso en la realidad material del mundo.
2. El deseo connatural de trascender al Espíritu Infinito, siendo anticipado por dicho espíritu a través de la complejidad de su interrelación con el mundo.
3. La dramaticidad de su situación en el mundo se origina en la finitud de la constitución del espíritu humano, siendo infinitos sus anhelos más profundos.
NOTAS
1. Fondecyt 2013-2014 Anneliese Meis, André Hubert, Juan Francisco Pinilla, Fernando Berríos, “El espíritu finito y su dramaticidad en el mundo. Un estudio histórico sistemático en Edith Stein, Anselmo, Juan de la Cruz y Karl Rahner”; cf. VRI 2014-215 Anneliese Meis, Ana María Vicuña, Saide Cortés, Agustina Serrano, VRI 2014-2015, “La pedagogía del diálogo amoroso. Un estudio en El Banquete de Platón, El Castillo Interior de Teresa de Ávila y Acto y Potencia de Edith Stein”.
2. Caballero, J. L., Edith Stein (1981-1942) (Biblioteca Filosófica, 120) (Ediciones del Orto, Madrid 2001), 94 pp. El autor ofrece una significativa síntesis respecto a las implicaciones prácticas de la interioridad en el V. Simposio La formación humana en Edith Stein 12-14 de agosto 2014, Santiago de Chile.
3. Patt, S., El concepto teológico-místico de “fondo del alma” en la obra de Edith Stein (Pamplona 2009), 206 pp.
4. Gerl-Falkovitz, H.-B., “El impulso cristiano en orden a una filosofía abierta al ser. El caso de Edith Stein (1891-1942)”, Revista Española de Teología 60 (2000), 249-284. Schindler, D., “The embodied person as gift and the cultural task in America: status quaestionis”, Communio35 (2008) 397-431; Calcagno, A., “Being, aevum, and nothingness: Edith Stein on death and dying”, Con Philos Rev 41 (2008) 59-72; Meis, A., “Edith Stein y Tomás de Aquino. Repercusión sobre la pregunta por la mujer”, Teología y Vida, 51 (2010) 9-37. El estudio de Emery, G., La Trinité Créatrice, resulta iluminador para la comprensión intrínseca de la relación de Edith Stein con el Doctor Angélico-relación relevante para la intelección de la dramaticidad del “espíritu”.
5. Stein, E., Naturaleza, libertad y gracia, OC III, 55-128=NLG ; La obra Naturaleza, libertad y gracia, no muy extensa, fue escrita por Edith Stein probablemente en 1930, es una síntesis muy lograda del vasto pensamiento de la autora, que sin embargo, pasa casi desapercibida en la avalancha de los estudios secundarios, lo que probablemente se debe a su título original, Die ontische Struktur der Person und ihre Erkenntnistheoretische Problematik, en Welt und Person (ESW Vi) (1962) 137-197, que se debe a circunstancias casuales y no refleja el contenido propiamente tal de la obra.
6. NLG 75.
7. NLG 68.
8. NLG 69.
9. NLG 70: Así también la vida de los ángeles, de los espíritus que sirven a Dios. La voluntad de Dios los atraviesa por el centro y despliega su actividad directamente en las acciones de ellos. Están sometidos sin someterse. Su obediencia no presupone renuncia alguna, uso alguno de la libertad. No presupone un uso de la libertad, pero sí la libertad misma. De la obediencia forma parte la posibilidad de la desobediencia, aun cuando de hecho nunca tengan lugar elección y resistencia. Servidores de Dios solo pueden serlo espíritus libres.
10. NLG 75.
11. NLG 76.
12. NLG 76.
13. NLG 77s.
14. NLG 78.
15. NLG 78s.
16. NLG 79.
17. NLG 79s.
18. NLG 80.
19. NLG 81.
20. NLG 81.
21. NLG 82.
22. NLG 82.
23. NLG 83.
24. NLG 84.
25. NLG 85.
26. NLG 85.
27. NLG 88.
28. NLG 89.
29. NLG 91.
30. NLG 104.
31. NLG 104s.
32. NLG 105.
33. NLG 108.
34. NLG 108.
35. NLG 109.
36. NLG 112.
37. NLG 112s.
38. NLG 115.
39. NLG 127.
40. NLG 127.
41. NLG 127s.
42. En este sentido puede observarse la fuerte presencia de Tomás de Aquino en el pensamiento de Edith Stein, quien ofrece una lúcida síntesis al interrelacionar dicha relación con las “misiones, es decir, la del envío de la persona divina del Hijo y del Espíritu Santo al alma del justificado, que de este modo participa gratuitamente de la vida trinitaria, como lo evoca Hans Urs von Balthasar, Gloria 1, Madrid 1960, 263, citando a Tomás, Ia 43, 5 ad 2: “Al igual que el Espíritu Santo nace visiblemente en el espíritu humano a través del don del amor, el Hijo nace mediante el don de la sabiduría, por la cual él se nos revela como la meta final de nuestro retorno a Dios”.